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Pov Ava

¿Había mencionado que la escuela me parecía una institución absurda e innecesaria? Bueno, al parecer para el Sr. P no era así e intentaba que yo cambiara esa forma de ver las cosas.
 
— Si no tuviéramos la escuela, ¿cómo aprenderíamos? — Me cuestionó.

— Somos seres pensantes, el conocimiento se adquiere por otras vías. La escuela solo sirve para inculcarles a los niños el sentido de la responsabilidad pero lo que aprendemos es prácticamente nada. De hecho, muchos llegan a ser adultos sin saber multiplicar, escribir bien o leer. — Me crucé de brazos y eché mi cuerpo hacia atrás, quedando recostada en la incómoda silla de la biblioteca.

— Esas son excepciones. — Abrió el libro de inglés y buscó la página por la que comenzaríamos. — ¿Cómo un niño aprendería los colores o a leer?

— Sus padres. — Respondí con simpleza.

— ¿Y sus padres? — Sonreí porque no iba a lograr su objetivo.

— De sus padres. — Bufó. — Es como una tradición, se transmite de generación en generación.

— Si eres tan inteligente porqué tienes esas notas. — ¿Me había alagado o llamado sabelotodo?

— Porque lo que dan en la escuela apesta y yo no lo comprendo. — Mamá lo hubiera llamado de otra forma, desinterés.

— Mejor dime que no te interesa, es más creíble. — Dejó de mirarme para centrarse en el libro. — Comencemos.
 
Ese chico no dejó de torturarme en ningún momento, ni siquiera cuando comencé a dormirme. No quería estudiar y él pareció entenderlo.
 
— Escucha, si quieres pasar el año debes prestar atención. — Me riñó. — ¿Por qué la única nota alta es la de literatura?

— Porque es la única clase que me gusta. — Resté importancia.

— ¿Por qué? — Volvió a preguntar.

— Quiero ser escritora. — Era la primera vez que lo decía en voz alta, ni siquiera Víctor lo sabía.

— Con que escritora…— Pareció analizar mis palabras. — Bien, entonces esfuérzate por ser una escritora que logró graduarse de la escuela.

— Sí, señor. — Él pareció tensarse pero no le presté atención.

Verbo to be y la madre que lo había parido. Nunca antes había sentido tanto odio y desprecio hacia algo pero ese tema lo había logrado, lo detestaba con todo mi ser.
 
— No lo entiendo. — Murmuré, sintiéndome frustrada.

— Tranquilízate. — Se puso de pie y me extendió la mano para que lo imitara. — Vamos por algo de beber, así estiras las piernas y te relajas.

— De acuerdo. — Murmuré.
 
Ambos caminábamos en silencio hacia las máquinas expendedoras que se encontraban más lejos. Si el motivo de la huida de la biblioteca era distraernos por unos minutos, ir a las más cercanas era absurdo. 
 
— ¿Quieres algo? — Me preguntó cuando llegamos al grupo de máquinas que por un módico precio, nos ofrecían la muerte a causa de una mala alimentación.

— No te preocupes, tengo mi propio…— Su ceño se frunció.

— ¿Sabes? Comprarte un refresco no me hará daño. — Habló con sarcasmo. — ¿Cuál quieres?

— Sprite. — Respondí.

— Muy bien, Sprite será. — Asintió un par de veces. — ¿Algo de comer?

— No, gracias. — Volvió a asentir.
 
Después de haber comprado nuestras cosas, volvimos a caminar hacia la biblioteca, en donde se encontraban nuestras pertenencias. Ambos sabíamos que no podíamos comer o beber allí dentro pero él había decidido saltarse esa pequeña norma y esconder las cosas en su gruesa sudadera.
 
— Ten. — Me entregó el refresco cuando nos sentamos en nuestros respectivos asientos. — Aún no lo abras o tendremos problemas si llega a desbordarse.

— Sí. — Murmuré.

— Bien, continuemos con esto. — Volvimos a retomar la clase que habíamos dejado a medias.
 
Verbo to be, el Sr. P y mi pobre cabeza que no daba para más. Después de haberme explicado con calma y dedicación, pude comprender aquel tema infernal.

Era tarde y de no haber sido porque en la escuela se daban clases nocturnas, nosotros hubiéramos quedado encerrados en el plantel escolar. Tenía que correr o la noche me atraparía a mitad de camino, cosa que me asustaba bastante. Por donde vivía no era un lugar peligroso pero yo, con mis dieciséis años y complejo de adulta, le tenía miedo a la oscuridad.
 
— Bueno, gracias por sacar de tu tiempo y ayudarme con el maldito verbo to be. — Soltó una risa nasal que fue acompañada por una sonrisa ladeada.

— ¿Crees que voy a dejar que camines hasta tu casa a estas horas? — ¿Cómo? Yo no le había dicho que me iba caminando.

— Mi casa está cerca. — Inconscientemente mi dedo índice señaló hacia donde quedaba mi casa.

— No importa, sube. — Abrió la puerta del copiloto y se hizo a un lado para que yo pudiera subirme. — No estaría tranquilo si dejo que vayas caminando y te sucediera algo.

— Eres muy amable pero…— Negó con la cabeza.

— Mientras más te tardes en subir, más lo harás en llegar a casa. — Terminé accediendo y acomodando mi trasero en el cómodo asiendo del auto.
 
El camino fue silencioso más no incómodo. Me gustaba el silencio y al parecer a él también así que todo estaba bien.

Supe que habíamos llegado a mi amado hogar porque papá se encontraba afuera, recostado a un lado de la puerta y con los brazos cruzados. Él no se había percatado de mi presencia pero sí del auto.
 
— Gracias por todo. — Murmuré.

— No hay de qué, descansa. — Respondió.

— Tú igual. — Le dediqué una pequeña sonrisa y salí, dejándome ver.
 
Mi papá era un hombre tranquilo pero no le importaba irse a los golpes si se trataba de defender a su esposa e hija. Por ese motivo no me sorprendió ver la seriedad en su rostro o la tensión que había en sus brazos cruzados.
 
— Hola, papá. — Intenté parecer tranquila.

— Adentro. — Ordenó.
En dos zancadas me encontraba en el interior de la casa familiar. Mamá se encontraba sentada en el sofá, esperando algo.
 
— Mami. — Saludé.

— ¿Sabes qué hora es? — Negué lentamente. — Son las siete.

— ¿Dónde estabas? — Preguntó papá.

— Estaba en la escuela. — Me sentía perdida porque sabía que algo sucedía pero aún no comprendía el qué.

— Ava, sales a las tres de la escuela y llegas a las siete con no sé quién. — Había una tensión horrible.

— Estaba en la escuela, estudiando como había dicho que haría. — Respondí con brusquedad. — Y él me trajo para que no caminara a oscuras pero bueno, gracias por la desconfianza. — Con la poca paz que me quedaba, me giré y fui a mi cuarto, ignorando las voces de mis padres.
 
Aquello había sido el colmo. Había hecho lo que les había informado el día anterior por lo que no comprendía sus reacciones. Sí, tal vez había llegado un par de horas tarde pero no había mentido o faltado a su confianza, era una lástima que no confiaran en mi palabra.

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