Extra 04

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Aún me sorprendía lo rápido que podía pasar el tiempo. Mi pequeño Theseus ya tenía cinco años y yo no podía dejar el sentimentalismo a un lado. Era mi bebé y si no veía lo grande que estaba y lo inteligente que era, pensaría que lo había tenido en mis brazos por primera vez hacía muy poco.

Se suponía que iba a ser una fiesta pequeña, muy pocos familiares y amigos de Theseus pero me había equivocado. El papá orgulloso había invertido en casas de brinco, fuentes de chocolate, máquinas para hacer algodón de azúcar un animador para el entretenimiento infantil. Eso, sin contar que había invitado a toda mi familia y la suya, incluyendo primos segundos y terceros, incluso el tío del primo del abuelo debía estar invitado.
 
— Eres un exagerado. — Aquello me recordaba a la compra excesiva que había hecho para nuestros tres días en la cabaña. — Deberíamos ir a ver a Ainoah, ella sabrá qué hacer contigo.

— Déjame disfrutar de esto y déjalo a él. — Daven realmente estaba muy feliz, era como tener otro chiquillo más pero lo único que lo diferenciaba con el resto era que el niño grande no quería atragantarse todos los dulces.

— Sabes que luego querrá más y más, ¿verdad? — Alzó los hombros como si restara importancia.

— Tengo una asquerosa cantidad de dinero, ni siquiera celebrándole todos los cumpleaños de esta forma se acabaría. — Negué en desaprobación porque sabía que luego habrían quejas de su parte.

— Tienes prohibido gastar más de quinientos dólares en una fiesta de cumpleaños y créeme, aun así es demasiado. — Sus ojos me observaban teñidos de reproche. — Si no te gusta, siempre puedes dormir en el sofá hasta que me muera.

— No puedes hacer eso. — Solo bastó con alzar una ceja para que entendiera mi mensaje: rétame. — Puff… ¿En regalos sí?

— Daven, es un niño. ¿Qué hará con un regalo de mil dólares? Los niños se aburren muy rápido de las cosas, mejor dónalo o ponlo en la cuenta para cuando vaya a la universidad. — Intenté razonar con la pared de concreto que era mi esposo.

— Ya tenemos esa cuenta llena, el banco creerá que vendemos material ilícito. — Murmuró por lo bajo. — Dono millones cada año, déjame mimar a mi familia, Preciosa. Quiero que nuestro hijo tenga todo lo que quiera y que mi amada esposa pueda disfrutar de los frutos de mi esfuerzo.

— No estoy dispuesta a escuchar “ese hijo tuyo es un rebelde”. — Imité su voz.

— Eres muy grosera…— Murmuró sonriente mientras se acercaba a mí. — Te prometo que lo educaré para que sepa valorar las cosas que tiene y tendrá pero déjame consentirlo.

— Daven…— Estaba intentándolo, de verdad que lo hacía pero no podía, resistirme a él era como dejar de comer chucherías de un solo golpe.

— Leoncita, vamos. — Ahí estaba el otro nuevo apodo… “Leoncita”. Lo detestaba y él lo sabía pero aun así lo utilizaba. — Di que sí…— Murmuró cerca de mi oreja mientras me llevaba hasta la cocina, justo al lado de la nevera para que nadie pudiera vernos desde otros lugares de la casa.

— Daven, Theseus va a estar buscándonos y tenemos invitados. — Él se negaba a alejarse sin conseguir lo que quería.

— ¿Por qué estás tan nerviosa? — Continuaba murmurando para que la conversación quedara entre nosotros dos. — Es porque…— Uno de sus índices bajó hasta el borde de mi pantalón y lo dejó ahí, entre mi piel y la tela. — ¿Tenemos compañía?

— No. — Comencé a jugar su mismo juego, coloqué mi dedo en el borde del pantalón y tiré un poco de éste. — Es porque te volviste loco invitando a toda la cuidad y no puedo darte cariño. — Me acerqué a sus labios para besarlos lentamente y para morderlos. — Tu culpa.

— Ava, no hagas eso. — Su voz había salido más profunda que lo habitual. — No me provoques.

— No estoy haciendo nada, mi amor. — Sí que hacía, lo había terminado de acercar a mi cuerpo.

— ¡Mamá! — Gritó una voz conocida.

— Salvada por la bendición. — Murmuró Daven. — Sigue tentándonos y puede que dentro de nueve meses tengamos otro.

— Ya quisieras. —No iba a tener más, me negaba.
 
Con Theseus había intentado mantener el dolor y el mal humor a raya pero no iba a ser capaz de soportar otra situación así.
 
— Papá me regaló un helipotero. — Mi precioso hijo me mostró su adorado regalo.

— Sí, es precioso. — Era un regalo precioso pero no para un niño y Daven, el cobarde que había comenzado a caminar lejos de mí, lo sabía. — Que curioso, Daven. — Me giré hacia él  con nuestro hijo en brazos y él sosteniendo su nuevo juguete. — Espero por tu bien que eso doradito que hay en las hélices y puertas sea pintura.

— Sí mi amor. — Murmuró por lo bajo.

— Porque si es oro…— Una sonrisa tensa apareció y desapareció de su rostro, tan rápido que parecía una ilusión.
 
Guau.
Un agudo ladrido terminó por sellar con fuego la situación.
 
— Ah, también papá me dio un perrito. — Theseus me informó sonriente.

— Cariño, ve a jugar con el perrito, papá y yo tenemos que hablar. — Tan pronto lo dejé en el suelo fue a hacer lo que le había dicho.

— Él quería un perrito. — Dijo rápidamente. — Estuvo días pidiéndomelo.

— Dos semanas. — Su ceño se frunció al no entender a lo que me refería. —Dos semanas sin dormir en la cama y espero, Sr. White, que limpie la popo y el pis que el nuevo integrante va a dejar por ahí.

— No puedes hacer eso…— Su expresión desencajada era digna de un retrato.

— Que sean tres por el oro en el helicóptero. — Murmuré, completamente seria.

— ¿Qué? — Gritó. — No, ni de broma. Donde sea que duermas yo también lo haré.

— Está decidido, limpiarás las necesidades del perro, le enseñarás a nuestro hijo que no debe ser malcriado porque le compres todo y tres semanas fuera de la cama, creo que está muy bien. — Salí de ahí, dejando que hiciera su berrinche.
 
Sabía que ninguno de los dos iba a durar más de cuatro días sin el otro pero Daven tenía que aprender. Si le compraba a nuestro hijo todo lo que él quería, cuando fuera mayor no valoraría nada. Theseus no sabría lo satisfactorio que sería conseguir las cosas por su propio esfuerzo y yo quería evitar eso, deseaba que se esforzara por conseguir lo que quisiera.

Solo habían transcurrido tres días y Daven ya se había adentrado a la habitación.
 
— ¿Qué haces aquí? Si mal no recuerdo… Dije tres semanas, no días. — El peso en su lado de la cama se hizo presente.

— No puedo dormir bien sin mi amor. — Su mano acarició mi cintura y se aferró a mi cadera. — Aprendí la lección, me encargaré de todo.

— No tengo problemas con que le compres una pista de carreras Hotwheels, el problema es que la mandes a hacer de oro y los autos tengan diamantes incrustados. Es un niño, no un coleccionista de piedras preciosas o minerales en lugares absurdos. — Sus labios besaron mi nuca con delicadeza.

— Te entiendo, es solo que… No lo sé, lo veo y solo quiero consentirlo, lo mismo ocurre contigo. La única diferencia es que él me dice que sí. — Sus besos fueron bajando hasta concentrarse en mi hombro. — Me controlaré, lo prometo. Ya no haré gastos innecesarios par un niño de cinco años.

— Muy bien. Daven, de verdad no quiero ver la dichosa pista de oro. — Su risa nasal despeinó los cortos cabellos de mi nuca.

— ¿Cómo lo supiste? — Murmuró.

— Eres un derrochador magnífico pero pésimo guardando recibos. — Me giré para que quedáramos cara a cara. — Hablo enserio.

— Lo sé. —Murmuró sobre mis labios. — Lo sé, mi amor. — Cada vez nuestros besos iban aumentando la duración y la intensidad. — Te amo.
 
— Te amo. — Sentía alivio cada vez que escuchaba su voz y lo veía dormir. — Te amo tanto…
 
Los recuerdos del accidente siempre estaban ahí pero yo intentaba verlo descansar al menos por unos segundos para poder cubrir aquella imagen con una nueva, la de él durmiendo plácidamente a mi lado.

Sin uno no estaría el otro pero yo los tenía a ambos. Tenía a mis dos amores conmigo y eso era lo único que importaba.

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