Extra 01

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Seis años

No quería ir a la escuela, quería quedarme en mi casa y ver caricaturas todo el día. Mamá decía que debía ir para ser más inteligente y papá, que si quería ser una princesa grande debía ir para aprender.

Yo no quería ser una princesa grande, quería ser la princesita de papá.
 
— Tengo sueño. — Lloriqueé entre los brazos de papá.

— Princesita, a papá le encantaría tenerte en casa todo el tiempo pero debes aprender. Si no vas a la escuela, ¿cómo me vas a enseñar? — Papá tocó mi nariz.

— Yo no quiero ser maestra. — Moví mi cabeza rápido.

— ¿No? ¿Entonces cómo aprenderé? — Mis pies tocaron el suelo y alcé mi mano para que papá entrara conmigo.

— Mamá. — Respondí. — Yo quiero ser midonaria.

— ¿Qué? — ¿Había dicho algo malo? ¿Por qué papá me veía con los ojos muy abiertos? 

— Midonaria, papá. — Repetí.

— Princesa, para ser millonaria debes trabajar mucho y ser muy inteligente. — No quería.

— No quiero. Mis… Mis juguetes. — Papá comenzó a reír.

— ¿Vas a vender tus juguetes? —Asentí fuerte. — ¿Todos? — Iba a decir que sí pero no… Mi peluche no podía darlo, ni mis muñecas…— No todos, ¿verdad?

— No…— Murmuré.

— Cuando seas tan grande como yo no tendrás que vender tus muñecas. —Besó mi mejilla muchas veces. —Hasta luego, Princesita de papá.

— Adiós papi. — Moví mi mano rápido.
 
No me gustaba decirle adiós pero si no lo hacía no iba a poder jugar con mi amigo. A papá no le gustaba mi amigo, decía que él no era mi príncipe pero sí lo era.
 
— ¡Ava! — Mi amigo corrió hasta mí. — Mira.

— ¡Waa! Es muy bonita. — Susurré. Daven tenía una mariposa entre sus manos.
 
La vimos y jugamos con ella hasta que la maestra la vio y nos dijo que la dejáramos ir. Yo no quería, era muy bonita y si la dejábamos se iba a morir.
 
— Atraparé otra para ti. — Dijo Daven cuando estuvimos en los juegos.

— Vamos a buscarla. —Tomé su mano y corrí hacia las flores de la maestra.

— Mira…— Susurró. — No muevas, voy yo.

— Sí…— Susurré de vuelta.
 
Él caminó lento hasta llegar a la flor. No vi que hizo para atraparla pero la tenía entre sus manos.
 
— Para ti. — Dijo mientras me la daba.

— Gracias. — Estaba muy feliz, Daven había tomado una mariposa para mí y era muy bonita.

— Sra. P. — Volví a mirarlo. — Eres mi novia.

— ¿Qué es eso? —Pregunté, no sabía qué era.

— No lo sé. — Habló bajito. — Papá no me lo dijo.
 
Sus mejillas se habían puesto rositas y miraba sus zapatos.
 
— No lo sé pero eres mi novia. — El Sr. P era muy bueno conmigo así que no debía ser nada malo.

— Está bien, soy tu novia. — Él sonrió. — ¿Qué hacen los novios?

— Papá dijo que se toman de la mano. — Puse la mariposa en una mano y con la otra tomé la suya.
 
Estuvimos jugando sin soltarnos las manos hasta que la maestra nos llamó, teníamos que  tomar clases. Daven se sentó a mi lado para no soltarnos porque los novios debían ir siempre tomados de las manos.
 
— ¿Daven, qué haces ahí? Ese no es tu asiento. — La maestra nos iba a regañar.

— No puedo soltarla. — Alzó nuestras manos. — Es mi novia.
 
La maestra nos miró raro pero no dijo nada. A veces nos miraba y decía que no con la cabeza pero después seguía con la clase.

En el almuerzo Daven y yo comimos juntos y después fuimos a jugar en la casita. Él me estaba sirviendo café en la tacita violeta y yo hacía en pollo en la cocinita.
 
— Eso es un martillo. — Me dijo, viendo que estaba haciendo el pollo de juguete. — El pollo no se golpea con un martillo.

— Yo sí. — Me dio la tacita.

— Vamos a comer. — Saqué el pollo y lo puse en la mesa, ambos comíamos y hablábamos de las mariposas.

— ¿Te gusta? — Pregunté.

— Sí. —Asintió muchas veces. — ¿Puedo abrazarte? Papá dice que los novios se abrazan.

— Sí. — Daven se puso de pie y me abrazó.

— Eres la mejor novia. — Sonreí, él me había dicho algo bonito.
 
Daven se alejó y me sonrió.
 
— Daven, ¿de dónde salen los bebés? — Le había preguntado a papá pero me decía que la abejita picaba a la flor pero yo no había visto una flor teniendo bebés.
 
Si la abejita picaba a la flor y la flor tenía bebés, ¿la mariposa que se paraba encima de ella también tenía bebés?
 
— Pues…— Murmuró. — Papá dice que cuando dos personas se quieres y se dan un beso, nace un bebé.

— ¿Así? — Asintió. — Pero… Yo te quiero mucho y si te doy un beso, ¿tendremos un bebé?

— Papá dice que sí. — Alzó los hombros. — ¿Quieres tener un bebé?

— Mmm… De acuerdo. — Daven se acercó a mí y lo hizo.
 
Papá había dicho que darle un beso a un niño era malo y yo lo había hecho. Papá se iba a molestar cuando supiera que iba a tener un bebé.

— ¿Lo sientes? — Preguntó cuando se alejó.

— No creo…—Volvió a acercarse para darme otro beso en la boca. — Tal vez se tarde.

— Puede ser… Le diré a papá que tendremos un bebé para que compre juguetes. — Asentí feliz.
 
El día se fue rápido y cuando salimos, Daven y yo no les dijimos a nuestros papás. Dijimos que si llegaba el bebé lo cuidaríamos en la casita pero que sería nuestro pequeño secreto.
 
Dieciséis años
 
— Ava. — Daven murmuró sobre mi nuca.
 
Estaba sentada sobre su regazo, escondidos en las escaleras menos transitadas de la escuela. Daven había insistido en que me sentara sobre sus muslos y al final, había sido sentada por él mismo.
 
— Daven. — Me acomodé para quedar de lado, pudiendo ver su rostro.

— ¿Eres feliz? — Fruncí el ceño de inmediato. — O sea… ¿Te hago feliz?

— ¿Me ves llorando? — Negó lentamente con la cabeza. — ¿Te parezco triste?

— No pero…— Besé sus labios castamente en repetidas ocasiones.

— No sé qué ocurre pero deja de pensar en cosas negativas. — Una pequeña sonrisa quiso escaparse por la comisura de sus labios. — Soy feliz, sino ya hubiera huido, ¿no crees?

— Solo quería saber. — Tomó mi mano y la colocó sobre la suya sin entrelazar nuestros dedos. — ¿Quieres que sigamos así o te gustaría formalizar?

— ¿Desde cuando eres tímido para este tipo de situaciones? — Pregunté juguetona.

— Desde que podrías decirme que no. — Murmuró con voz ahogada porque sus labios estaban contra mi hombro.

— A mí me gustan los sí a lo que sea. — Tan pronto mis palabras fueron escuchadas por él, su cuerpo se relajó por completo.

— Y a mí me gusta que me digas que sí a lo que sea. — Con su mano libre giró mi rostro hacia el suyo y atrapó mis labios.
 
Sus labios le brindaban calor a los míos, la calor y atención perfecta.

Mi cabeza había sido sujetada por su mano, estando prácticamente acostada sobre él. No sabía cuándo nuestras manos se habían alejado o el momento exacto en el que habían viajado a mi cabeza y cintura respectivamente, lo que sí sabía era que si alguien pasaba se iba a llevar un buen espectáculo.

Éramos oficialmente novios, ya no había que besarnos a escondidas o tomarnos la mano bajo la mesa. El Sr. P y la Sra. P estaban de vuelta y más juntos que nunca.

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