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— Ava, ¿podrías abrir la puerta? — Preguntó mamá. — Hablemos, cariño.

— Ya revisaron las libretas, ¿no es así? — No obtuve respuesta. — Claro, confiemos en ella después de haber revisado sus cosas y ver que no mentía.

— No seas así…— Murmuró ella.

— No, ustedes no sean así. Dije que iba a estudiar, ¿a dónde más iba a ir? — Quería llorar pero no lo iba a hacer, iba a retener el llanto hasta que desapareciera. — Han estado todo el bendito año fastidiándome para que suba las notas pero cuando tomo iniciativa, desconfían de mí. Mejor déjenme en paz y no me presionen, ni siquiera me hablen.

— Por favor, no seas orgullosa y abre la puerta. — Pidió después de estar en silencio un tiempo.
 
No respondí, me acosté en la cama y me acomodé para dormir. Mamá no se quedó mucho tiempo allí de pie y fue lo mejor porque no iba a abrir, no hasta la mañana siguiente.

Dormir era difícil, más aún cuando los árboles hacían unas sombras escalofriantes que se mecían en la pared de mi habitación. Sí, tenía dieciséis años pero ni siquiera con la luz encendida era capaz de conciliar el sueño.

Cuando me percaté de que el descanso no tenía planes de llegar a mí, me levanté de la cama sin soltar la manta y me fui a la sala. En cada habitación o lugar por donde mis pies tocaran el suelo, encendía la luz y luego apagaba la anterior para evitar quedarme a oscuras.
 
— Bien…— Me acomodé en el sofá. — A dormir.
 
Allí no podía ver sombras y se encontraba iluminado así que no tardé mucho en quedar dormida.
 
— Ah…— Alguien suspiró. — Otra vez aquí.

— Deberíamos llevarla a un psicólogo. Con cuatro años era normal pero ya tiene dieciséis. — Habló otra voz.

— No creo que le entusiasme la idea, Seth. Puede que quedarse encerrada en el armario le haya causado un trauma pero ella no aceptará ir a hablar con un psicólogo. Es muy cerrada sobre sus cosas. — Ya no dormía, estaba despierta y atenta a lo que decían.

— Lo sé, Blanca Nieves pero… No es normal que incluso con la luz encendida le tenga miedo a las sombras. Me preocupa…— Una mano comenzó a acariciar suavemente mi cabello. — No sé qué ocurrió dentro del armario o cuánto tiempo estuvo allí, solo la encontré en medio de la histeria.

— Deja de culparte. — Mamá habló tan bajo que me vi obligada a agudizar la audición. — No tienes culpa de nada, ella solo estaba jugando y luego no supo cómo salir. Seth, ni siquiera ella te culpa, deja de hacerlo tú.

— Odet, yo soy el padre y debí protegerla. — Murmuró. — Si la hubieras visto… Ella gritaba pero su mirada estaba fija en el fondo del armario.

— Detente. — Le ordenó con sutileza. — No necesitas torturarte con algo que pasó hace mucho y que no tenías culpa o control, mejor enfoquémonos en su bienestar y pronta adultez como lo hemos estado haciendo. ¿De acuerdo, Intento de Príncipe?

— De acuerdo, Blanca Nieves. — Luego de eso ambas presencias desaparecieron, dejándome nuevamente sola y con un gran nudo en la garganta.
 
Aquel día… Mis recuerdos estaban un poco borrosos pero recordaba lo suficiente como para no querer encontrarme a oscuras otra vez.
 
Pov Seth

Doce años antes:

Estaba cansado del papeleo que conllevaba mi trabajo. Llevaba todo el día metido en ellos y no había tenido tiempo de ver a mi familia. Blanca Nieves había tenido que salir pero mi princesa se había quedado conmigo…
 
— Hay demasiado silencio en esta casa. — Murmuré para mí mismo.
 
Cuando Ava estaba en casa era imposible que existiera el silencio pero sin embargo, allí estaba, tan callado que temí lo peor.
 
— ¿Princesa?— Pregunté en voz alta. — Ava, ¿dónde estás?
 
Sin respuesta. Busqué por todos los rincones y lugares que encontré pero en ninguno se encontraba. Corrí hacia las habitaciones y las revisé por completo, sin encontrarla. Estaba asustado, no, estaba tan aterrado que las manos no dejaban de temblarme.
 
— ¿Princesa? — Volví a preguntar.
 
Ella no era de las niñas que se escondían y no respondían al llamado de los padres, mi pequeña nena saltaba y gritaba sin parar.
 
— ¿A...? — No pude terminar de decir su nombre.
 
Había abierto la puerta de una de las habitaciones y de ahí salían sus gritos y llantos. Terminé de abrirla con rapidez y corrí hacia el lugar de donde provenían los lamentos de mi pequeña, el armario. Tomé los pomos de ambas puertas y abrí, viendo cómo mi hija se tapaba las orejas y gritaba.
 
— Ava. — La tomé en brazos para que se tranquilizara pero no dejaba de gritar y llorar. — Por favor nena. ¿Qué ocurre? Dile a papá qué sucede.
 
No sabía qué hacer o lo que sucedía, por primera vez no sabía cómo reaccionar.

Como pude, me senté en el suelo con ella en mi regazo y la abracé fuertemente, ahogando sus llantos en mi pecho. Ava seguía cubriendo sus orejas y no había dejado de observar el armario. Preso del pánico, me levante y cerré aquellas puertas para volver a sentarme y seguir abrazándola.
 
— Ya está, ya está. Lo siento cariño, ya está. — Repetía una y otra vez.
 
Mi hija lloraba y gritaba por algo que yo desconocía y yo la acompañaba en lágrimas por el miedo, la preocupación y la impotencia.
 
— Ya pasó Princesa, papá está aquí. — Susurré cerca de su oreja.
 
Ella no se calmó hasta unos minutos después, cuando se quedó dormida entre mis brazos. No sabía qué había sucedido pero de mi cabeza no se borraría aquella imagen, una que jamás debió suceder.

Temía que por lo sucedido le quedara algún tipo de trauma y que dejara de ser esa hermosa niña sonriente que no dudaba en preguntar cualquier cosa. Me preocupaba el estado emocional de mi hija de cuatro años.

Me preocupaba que quedara con secuelas por culpa de mi irresponsabilidad.

Pov Ava

Doce años después:

De tan solo recordarlo me daban escalofríos. Estar encerrada, a oscuras y sin que nadie fuera a ayudarme… No importó cuánto grité por mi papá y mamá, no parecían escucharme.

Desde ese momento todos los armarios fueron reemplazados por algunas perchas o espacios abiertos con tablas para poner la ropa y los zapatos pero nada que fuera pequeño, oscuro y que pudiera quedarme encerrada.

Mamá decía que le temía a la oscuridad, papá creía que era claustrofóbica pero yo… Yo había visto y escuchado cosas allí adentro, cosas que prefería olvidar y que lo hacía cuando la luz estaba encendida.

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