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¿Pastilla del día después? A primera hora de la mañana se encontraba flotando en mi interior.

En mis bajos sentía un dolor punzante pero creía que era normal al igual que la mancha de sangre en la sábana. Me había vuelto loca para que él no la viera aunque evidentemente sabía o que iba a encontrar.

¿Habíamos vuelto a tener relaciones? No… Bueno sí y cada vez gustaba más.
 
— ¿Te duele? — Preguntó después de haber besado mi hombro.

— No mucho, es un dolorcito punzante. — Sentía vergüenza por contarle eso. — Ah, pero anoche. — Murmuré para mí misma, riñéndome.

— Te lastimé. — La noche anterior se veía ardientemente salvaje y en la mañana lucía tan tierno como un borreguito.

— No, es normal porque ya sabes…— Habíamos estado hablando en voz baja para que nadie más se enterara de nuestro asunto.

— ¿Segura? — Asentí repetidas veces.
 
Ninguno de los dos sabía cómo hablar sobre el tema y no importaba cuánto lo intentáramos, nos daba tanta vergüenza que preferíamos hacer cualquier otra cosa.

¿Cómo le iba a decir a mi mamá que me gustaba el sexo? Fácil, no se lo iba a decir porque no era una desvergonzada que iba publicando sus cosas en todos lados.
 
— Sra. P, no hagas eso. — Murmuró, llamando mi atención.

— ¿Cambiarme en la habitación? — Dio un solo asentimiento. — Pero… es la habitación en la que debería poder cambiarme, además, el brasier es como la parte superior de un traje de baño.

— Avacita, ¿quién te dijo que no me cuesta verte en traje de baño? — ¿Le costaba? Comencé a pensar en las veces en que me había visto en traje de baño. Había sido una sola vez, cuando evitaba mirarme.

— Cuando vinimos antes…— Asintió un par de veces. — ¿Me evitabas por eso?

— ¿Por eso? Perdón por no querer parecer un pervertido, cariño. — Se había hecho el ofendido.

— Eres un tonto. — Me detestaba. Había dicho tantos “puag” cuando mis padres se besaban y que en ese momento no pudiera pasar mucho tiempo lejos de él era como traicionarme a mí misma.

— Puede ser pero este tonto está loco por ti. — Susurró sobre mis labios.
Oh, sí. Aquello era vida.
 
Íbamos de vuelta a casa luego de haber pasado una semana en la playa junto a nuestros amigos. Todos habían puesto de su parte para limpiar y organizar la cabaña, dejándola tal y como la habíamos encontrado. Cuando el trabajo se tenía que dividir entre dos personas era horrible pero cuando más de seis personas ayudaban era como tocar el cielo.

El primer grupo de amigos en irse había sido el mío. Víctor debía llevar a su casa a la chica y las compañeras que se habían unido después debían ir a un viaje familiar. Luego fue el turno de los desastrosos amigos de Daven, quienes habían llegado solos pero no se habían ido así. Por último, nosotros dos, los encargados de cerrar la cabaña.

El viaje de regreso había transcurrido con normalidad, entre bromas y besos. Sin embargo, nosotros no tuvimos la dicha de llegar a casa sin ningún inconveniente. De hecho, ni siquiera habíamos podido llegar.
 
Pov Odet

— ¿Dónde está mi hija? — No le había dirigido la palabra a Pitha hasta ese momento.

— No lo sé, no sé nada. — Murmuró.

— Si a mi hija le ocurre algo. — Seth tomó del cuello de la camina al que durante años había considerado su mayor enemigo. — Voy a matarte White, a ti y a toda tu maldita descendencia.

— Seth, no es el momento. — Intenté calmarlo pero la realidad era que estaba tan asustada como él.
 
Los chicos habían tenido un accidente y al parecer, la familia White tampoco sabía del estado de Daven.

Quería llorar y gritar, necesitaba ver a mi bebé y asegurarme de que ella estuviera bien. Por inercia comencé a buscar a algún doctor que conociera gracias a mamá y a Aydan, uno que pudiera decirme cómo se encontraba nuestra princesa.
 
— ¡Olive! — Visualicé a la persona perfecta, mi cuñada. — Necesito que me ayudes por favor.

— ¿Qué ocurre? — Preguntó preocupada. — ¿Ava y Seth están bien?

— No lo sé, necesito saber si mi bebé lo está, Olive por favor. — Ella asintió rápidamente al ver mi desesperación.
 
Según lo poco que había llegado a mis oídos, mis pequeños iban por el carril correcto y a una velocidad adecuada, no había sido culpa de ellos.
 
— Odet, el chico está bastante grave. — Murmuró. — Necesita sangre.

— ¿Dónde puedo ir para que la extraigan? — Preguntó Pitha.

— ¿Es algún familiar? — Él asintió. — La segunda puerta a la izquierda, dígale que es para Daven White. — Ella volvió su mirada hacia mí. — Respecto a Ava…

— ¿Qué tiene mi hija? — Interrumpió Seth. —Habla rápido, Olive.

— El doctor a cargo cree que lo mejor sería… que lo mejor sería inducirla en un coma. — Susurró. — Para que la recuperación no le duela.

— ¿Un coma? — Seth se fue haciendo pequeño, llevándome con él hasta el suelo. — Un coma… Mi… mi princesa... — Susurró. — Blanca Nieves, mi pequeña princesita…
 
A la distancia podía distinguir a los White, quienes hacían los trámites para darle sangre a su hijo, el novio de mi bebita.

Yo intentaba ser la más fuerte de los dos pero no podía, simplemente no podía. Mi bebé iba a ser inducida para que su cuerpo sanara y me hubiera encantado no haber sido criada entre médicos porque sabía lo que ocurría. La iban a inducir para ver si su cuerpo sanaba y ella sobrevivía, mi bebé no estaba a salvo como ellos querían hacernos creer.
 
— Nuestra bebé va a estar bien, Seth. — Intenté convencerme a mí misma de eso.

— Nuestra pequeña. — Susurró con voz rota, escondiendo su rostro en mi cuello.
 
Cuatro meses, cuatro malditos meses en los que no había podido ver los preciosos ojos de mi bebé.

A Daven se lo habían llevado de la ciudad para que fuera tratado a fondo, a pesar de lo peligroso que podía haber sido para él viajar en esas condiciones. Para cuando el viaje se llevó a cabo, mi pequeña y él no habían despertado y no sabíamos cuando lo harían.

Seth se había vuelto una sombra de sí mismo y aunque detestara admitirlo, yo también. Apenas dormíamos y comíamos, lo único que hacíamos era estar a su lado para cuando ella despertara. Tan juntos como siempre para que en sus recuerdos no hubiera otra imagen que la de una familia que la amaba.

Cuatro meses, habían transcurrido cuatro meses cuando sus ojitos por fin se abrieron y la paz volvió a nuestra familia.

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