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— ¿Estás molesto conmigo? — Aquella pregunta realizada entre susurros, habían sido las primeras palabras que había emitido desde nuestra salida de la escuela.

— No estoy molesto contigo, Preciosa. Lo estoy con los imbéciles que se metieron contigo. — Murmuré. — Nunca vuelvas a pensar que mi malestar es por ti, ¿de acuerdo? — Asintió lentamente.

— Lo siento. — Volvió a susurrar.

— Ava. — El rumbo de la conversación no me agradaba, por lo que estacioné el auto a un lado de la carretera para poder hablar con tranquilidad. — No estoy molesto contigo y tampoco me has hecho nada, no necesitas disculparte. No tienes la culpa de nada y te agradecería que no volvieras a disculparte por tener miedo.

— Pero…— Negué con la cabeza.

— En todo caso debería ser yo quien se disculpe, debí ser más rápido. — Pasé uno de mis brazos por su espalda para atraerla a mí y con el otro terminé de encerrarla. — Necesito que me digas quienes fueron.

— No, te meterás en problemas. — Ella era tan hermosa que se preocupaba por mí y por quienes le habían hecho daño.

— No haré nada que tú no quieras, te aseguro que soy un chico obediente. — Su cuerpo tembló levemente, haciéndome suponer que se había reído.

— Te lo diré mañana. — Ese mañana era igual a nunca pero lo dejaría pasar solo por su bien, no iba a presionarla.

— De acuerdo. — Alcé un poco su mentón para besar castamente sus labios.
 
Manejar mientras sostenía su mano me tranquilizaba y lograba que mis pies estuvieran en la tierra. Realmente no era de estar metido en pleitos y sin embargo, estaba más que dispuesto a hacerlo. Jamás había partido un brazo pero siempre había una primera vez para todo y qué mejor que hacerlo por Ava.
 
— ¿Tienes llave? — Pregunté, recibiendo una rápida negativa.
 
Toqué la puerta en dos ocasiones hasta que por fin se abrió. Los siempre desconfiados ojos del Sr. Falcom me analizaron pero todo el malestar y frialdad que portaba todo el tiempo en su expresión, desapareció cuando vio a la Sra. P.
 
— ¿Qué te pasó? —Preguntó de inmediato. — ¿Estás herida?

— Estoy bien. — Murmuró cuando se abrazó a él.

— ¿Qué le hiciste a mi hija? — Decir que no esperaba ese tipo de preguntas sería mentir. Si se tratara de mi hija yo también la habría realizado.

— Él no hizo nada, papá. Me ayudó. — La comprensión cruzó fugazmente por el rostro del Sr. Falcom.

— Unos hijos de…— Corté mis palabras al recordar quién estaba frente a mí. — Unos imbéciles la… eso.

— ¿Quienes? — Me preguntó. — Voy a sacarles los dientes.

— Daven ya se encargó. — El ceño fruncido nuevamente se encontraba ahí.

— ¿Daven? — Le preguntó a ella. — Ese nombre me suena…

— Seis años, amigo de la escuela…— Ava murmuró una serie de datos relevantes para que él se acordara de mí.

— No me jodas. — Susurró.
 
Él Sr. Falcom se olvidó de abrazar a su hija y comenzó a pasar las manos por su rostro y cabello.
 
— Tu madre es vidente. — Murmuró con malestar. — Un White…

— ¿Conoce a mis padres? — Aquel dato me interesaba. En el aniversario mamá había mencionado algo pero en ese momento mi atención solo estaba en Ava.

— Que si los conozco…— Seguía murmurando, esa vez con una falsa alegría que resultaba evidente. — Mi esposa y yo estuvimos en la misma escuela que ellos, incluso tomamos clases juntos.

— ¿Y por qué…? — Alzó la mano para que no terminara de hablar.

— Tu padre no me cae bien y tú tampoco pero por lo visto tendré que aceptarlo porque mi esposa no es Blanca Nieves, es la bruja. — Suspiró pesadamente y volvió a abrazar a Ava. — No puedo creer que haya tenido la razón…

— ¿Puedo saber en qué? — Preguntó la linda Sra. P.

— En algo que es una maldición para los padres. Benditas sean las mujeres de esta familia. — Él continuaba quejándose por cosas que Ava y yo desconocíamos. — Ella va a estar muy contenta cuando se entere. No va a dejarme tranquilo por un buen tiempo.
 
Era momento de irme y dejarla descansar junto a su familia. Mi madre no dejaba de llamarme y su padre me indicaba con la mirada que estorbaba.
 
— Bueno… Yo, tengo que irme. — Murmuré. — Ava, no dudes en escribirme. Buenas tardes.

— Adiós y gracias. —Ella se alejó un momento de su papá para abrazarse a mí.

— No hay de qué, Sra. P. — Susurré, asegurándome de que solo ella pudiera escucharlo.
 
Pov Ava

Daven se acababa de ir y yo había vuelto a abrazarme a mi papá. A donde quiera que iba tenía que llevarme con él porque yo no estaba dispuesta a soltarlo.
 
— Princesa, no puedo continuar arrastrándonos por toda la casa. — Me aferré aún más a su pierna.

— No te vas a deshacer de mí. — Papá soltó una exhalación bastante ruidosa pero no dijo nada más, continuó caminando y llevándome con él.
 
Papá debía continuar trabajando pero me había permitido estar con él en su estudio. Según me habían contado, cuando mamá tenía mi edad ella no sabía qué estudiar pero después de que ella y papá pasaran horas buscando algo que le interesara, lo había encontrado. Mi madre era abogada y mi padre, quien siempre había sabido lo que quería, era arquitecto.
 
— ¿Ese es el plano del nuevo proyecto? — Pregunté con curiosidad.

— Sí, es para el hijo del alcalde. — Todo tenía sentido con ese detalle. Por el tamaño de la mansión que allí había dibujada se podía saber que la persona que la habitaría era alguien caudaloso.

— Es muy extravagante. — Papá se rio por mi comentario.

— A los extravagantes les gustan las cosas que los representan. — Continuó tirando líneas rectas. — Pero ve el lado bueno, el sueldo lo vale.

— ¿Te pagan bien? — Una sonrisilla apareció en su rostro.

— ¿Por qué crees que tu madre se queja de que estás muy consentida? — Preguntó burlesco.
 
Sí, debía cobrar mucho más que “bien” porque mamá se quejaba todo el tiempo de que papá me compraba todo lo que yo quería. El Sr. Falcom siempre decía que vivía por y para sus princesas y realmente lo hacía, no se cansaba de demostrarlo.

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