Capítulo 22: Compasión

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El señor Fernando y Amelia disfrutaban de un animado paseo por el jardín. Mi prometido y yo, los acompañábamos a cierta distancia para que padre e hija pudieran hablar con mayor confianza. En todo el trayecto no nos dirigimos la palabra, limitándonos a caminar en silencio por el sendero de la Mansión.

Pensaba que Ignacio aprovecharía la intimidad del recorrido para reprocharme por mis atrevidos comentarios de la noche anterior, pero no. El prestigioso abogado, parecía cómodo y satisfecho con la presencia de su padre. Agradecía que estuviera esa mañana de tan buen humor, para que así no arruinara el mío.

Iba agarrada de su fuerte brazo a petición suya. Tristemente, como la hermosa pareja de enamorados que nunca seríamos. Su perfume, un aroma extremadamente varonil y sensual, me tenía incómoda a su lado. Temía que pudiera intentar nuevamente seducirme con sus palabras bonitas ante la amenaza de otro hombre en mi vida.

Sin embargo, no podía sacarme de la cabeza el encuentro con Alberto y su incesante propuesta de que escapáramos juntos. A pesar de que deseaba huir de aquella prisión, tenía todavía una persona que me ataba a casa. Me había dado cuenta, con la visita del asesino de mi hermano a la Mansión que Yeya me importaba más de lo que quería admitir.

A pesar de todo, se mantuvo en la Mansión bajo la explotación de la esclavitud en espera de mi regreso. Si me iba del Álava, mi madre negra abandonaría aquellas infernales tierras conmigo.

Con astucia, aproveché aquella única oportunidad con Ignacio para preguntarle lo que tanto me daba vueltas en la cabeza. Desde que había aceptado casarme con él para perpetrar el título de Marqués de Urria, el trato que tenía con mi padre era de lo que más sospechaba. Ambos, se despreciaban mutuamente a pesar de que su fingida cortesía enmascarara su verdadera opinión del otro.

Mi padre nunca abandonaría su título y posesiones más preciadas sin luchar por ellas. Venderme, era lo único ventajoso de aquel miserable acuerdo prematrimonial.

—¿Pudiera preguntarle algo, Ignacio?—Indagué con suavidad, logrando que su atención se centrara en mí. El señor Morales dejó de contemplar a su padre y hermana, para asentir lentamente con la cabeza. Lo estaba atacando con la guardia baja—. ¿Quién se encarga del ingenio todavía? ¿Y de los esclavos?—Pregunté con demasiado interés.

Desde algún tiempo, había reflexionado sobre aquello. De la posibilidad de tener a Yeya bajo mi custodia. De ser su única dueña. Ignacio pareció extrañado. Era completamente razonable. Me daba curiosidad saber cuál era el convenio específico de su negocio con mi padre sobre nuestro matrimonio. «¿El título de Marqués y las tierras de la Marquesita solamente? ¿O había algo más? Siempre había algo más»

—¿A qué viene esa pregunta, Victoria?—Indagó con sospecha. Sujetó con fuerza mi mano, esa que sujetaba su antebrazo. Rodeamos la fuente y nos incorporamos al camino de regreso a la Mansión—. ¿Por qué tanto interés? ¿Otra vez está tramando algo?

—¿No puedo preguntarte por lo que será mío? Respóndame...—Lo presioné.

El señor Morales bajó la voz y respondió monótonamente. Su padre no debía sospechar nada sobre el degradante e interesado trato que sostenía con mi padre. Un hombre como Don Fernando Morales de seguro no permitiría que una amada hija suya se viera obligada a casarse con un mentiroso y vil hombre como Ignacio.

—Tu padre y el mayoral Martínez se encargan solamente de los esclavos. Yo dirigo el ingenio. Ellos no me pertenecen...—Su respuesta me confirmo lo que ya temía. Mi padre lo había apostado todo en esa oferta de matrimonio. También a sus bestias, como les llamaba a los esclavos.

Victoria (I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora