Capítulo 10: El favor de una mujer

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—Buenas tardes, Duque. Soy Ignacio Morales, el futuro esposo de esta distinguida señorita...—Saludó Ignacio manteniendo su mano en mi cintura en un gesto posesivo. Me mantuve inmóvil, incómoda ante la cordial batalla de dos hombres que se disputaban el favor de una mujer—. ¿Teníamos el gustoso placer de conocernos?

—Asistí a su fiesta de compromiso, señor Morales—Señaló respetuoso Alberto y me miró cómplice. Ignacio tensó su mandíbula y me atrajo aun más hacia él cuando yo intenté escapar de su agarre. Alberto acomodó su corbata y respiró hondamente para no abalanzarse sobre el señor Morales y golpearlo. El Duque de Merionte, era un hombre que se dejana llevar por los impulsos—. Sin embargo, no tuvimos la oportunidad de presentarnos formalmente. He estado al pendiente de la noticia del compromiso de mi querida Victoria. ¿Se considera un hombre digno de ella?

—Es mejor te marches, Alberto...—Le pedí casi en un ruego, intercediendo antes de sucediera una locura. Él cedió y arregló su impecable traje, para dedicarme una mirada llena de promesas silenciosas, pero, promesas al fin y al cabo.

—Solo pasé a saludar, mi querida Victoria. Nos vemos otro día...—Y así, haciendo una burlesca reverencia me lanzó un seductor guiño de ojos que encolerizó aún más a Ignacio. Le extendí mi mano para que la besara y él se aprovechó de nuestra cercanía para impulsarme hacia su cuerpo y abrazarme nuevamente. Lo aparté por temor a un problema mayor. A un duelo por ultrajar a una mujer comprometida—. Volveré... No pienso volver a abandonarte—Susurró en mi oído y se apartó de mí como un relámpago.

El señor Morales tensó su mandíbula y me miró reprochante. Alberto caminó apresurado hacia puerta y se montó con agilidad en su caballo. Llevé una mano a mi corazón y suspiré con melancolía. «¿Por qué deseaba así de repente resucitar el recuerdo de una fantasía?»

Me quedé inmóvil viendo cómo se perdía en el sendero y caminé de regreso a la Mansión en compañía de Ignacio. Su rostro estaba rojo y podía ver sobresalir las alteradas venas de su cuello. Pasó las manos por su cara y revolvió su castaño cabello con nerviosismo.

Esperé una violenta reacción de su parte, pero nunca llegó. Solamente me pidió de forma amable que tomara asiento a su lado en el sofá de la sala para de una forma civilizada, atiborrarme de preguntas inquisitivas.

—¿Todavía está involucrada sentimentalmente con ese tipejo?—Preguntó, fingiendo estar calmado y sereno.

Sabía que en cualquier momento podía explotar. Ya conocía lo que sucedía cuando me atrevía a provocarlo. Por lo que me mantuve tranquila, reacia a caer en su juego de maquinaciones.

—Alberto y yo somos amigos de la infancia. Nuestro compromiso fue roto hace ya mucho tiempo. Entre nosotros solo existe una respetuosa amistad—Mi escueta respuesta no pareció darle tranquilidad.

Sin embargo, me importaba muy poco si me creía o no. Alisé mis faldas y tragué el nudo que se había formado en mi garganta. Ver a Alberto me había descolocado por completo. Ser testigo de los celos de Ignacio, aun más.

«¿Qué pretendían ambos hombres? ¿Disputarse el favor de una mujer solo por capricho?»

—¿No dirá nada más?—Interrogó ofuscado y se removió inquieto en el sofá, poniéndome nerviosa—. ¿Esa pobre explicación es la que tiene para darme?

—Ya le dije que el Duque de Merionte y yo no tenemos absolutamente nada... Solo una cordial amistad—Muy poco pareció creer esa afable mentira. Alberto era todo un seductor. Un hombre guapo y rico que pensaba que se merecía el mundo. Y a cualquier mujer, incluso las prohibidas—. No sé a donde quiere llegar pero no estoy de humor para otra discusión.

Victoria (I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora