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Desperté la mañana siguiente cuando la puerta de mi habitación se cerró con sigilo. Había notado el bulto en el colchón cerca de donde reposaba y la presencia de una persona a mi lado. Sin embargo, estaba demasiado cansada para abrir los ojos.
El movimiento en la Mansión era abrumador desde temprano. La casa estaba llena de vida otra vez. Seleccioné otro de los nuevos vestido que había estrenado el día anterior para usar esa mañana. Uno de un rosado tenue que favorecía mi color de piel y me hacía sentir como una delicada e inocente señorita. Me arreglé sola en mi habitación y ya lista para otro exhaustivo día, me dirigí rumbo a la cocina para desayunar.
Saludé a todos los presentes en la estancia con una sonrisa matutina en el rostro. Yeya, Amelia, Culebra, Celé mi nueva criada de cuarto y su pequeño hijo Francisco, el niño al que había salvado. Los inventé a sentarse y ellos tomaron asiento algo incómodos. La mesa estaba servida con un sencillo desayuno para los esclavos domésticos. Ellos habían seguido mis nuevas y demandantes órdenes. Nadie en aquellas tierras pasaría nuevamente hambre.
—¿Mi esposo está en la Mansión?—Fue mi primera pregunta al deslizar mi cuerpo en el asiento y estudiar qué había preparado Yeya de desayuno.
Todos los presentes me miraron horrorizados. Nunca los señores comían con los esclavos. La aludida asintió lentamente con la cabeza. A esa hora, Ignacio ya debía haber desayunado en sus aposentos. No habíamos tenido tiempo, de interactuar como una pareja de casados dado los últimos atencimientos.
—¿Puedo desayunar con ustedes? ¿No inoportuno, verdad?—Culebra se atragantó con su agua con azúcar con mi petición mientras yo hacía un gesto asqueado al ver el pobre desayuno que compartía la servidembre. Eso no era ni remotamente un digno desayuno—. Yeya sírvenos leche, pan y algo de pastel. Creo que todos estamos hambrientos...—Le pedí amablemente, bajo la expresión confundida de quienes estaban a mi lado en la mesa.
Francisco aplaudió emocionado cuando mi madre de cría le sirvió un delicioso pedazo de pastel. El primer dulce que de seguro había probado en su vida. También, para quienes mis invitados aquella hermosa mañana.
Desayunamos en silencio, hasta que yo misma inicié una conversación parloteando sobre las nuevas reformas de la Mansión. Le había ordenado a Culebra que se encargara él personalmente de las barracas. Tenía en mente comenzar a impartirle clases personalmente a los niños y los más jóvenes. Instruirlos y ayudarlos a prepararse para el futuro.
La esclavitud no podía ser eterna en América. Cuba era una isla con un futuro prometedor. La colonia de España con mayor desarrollo económico, podía aspirar a más. A una Revolución como la de Haití o la de las Trece Colonias. Siempre que entre todos los isleños existiese la igualdad de raza y derechos.
Explicaba enardecida mis argumentos sobre el inicio de la zafra azucarera en el Ingenio y los planes de incentivar la producción, cuando alguien carraspeó a mis espaldas. Todos los que ocupaban un lugar en la mesa se voltearon ante la intimidante presencia del señor Morales. En este caso, el nuevo Marqués de Urria y esposo y señor mío.
—Buenos días...—Saludó educado y cortés, a mis inesperados invitados. Mis mejillas enrojecieron cuando su escrutinio terminó de forma satisfactoria. Ignacio se pavoneó por la pequeña sala y me miró de soslayo. Estiró su mano y me la ofreció con galantería—. ¡Nunca antes había visto una desayuno tan animado entre el servicio y la señora de esta casa! ¿Me acompaña, Victoria? Tenemos importantes asuntos que discutir esta mañana.
Sutilmente acepté su mano y me excusé con mis acompañantes. Le pellizqué un cachete al pequeño Francisco, quien me miró cómplice completamente cautivado por mi amabilidad y cuidado. Era un niño agradable y tranquilo. No había derramado ninguna lágrimas, cuando su madre y yo limpiamos y vendamos sus heridas. Por su parte, Celé estaba a punto de dar a luz y quería realizar su parto en casa, con las mejores condiciones para recibir a su segundo hijo.
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Victoria (I)
Ficção HistóricaBreve Sinopsis: Luego del incendio ocurrido en el Álava, la señorita María Victoria Josefina de los Ángeles Pérez de Urria exiliada durante 8 largos años en un convento, regresa a su antiguo hogar para casarse a la fuerza con un desconocido hombre q...