Capítulo 23: La próxima Marquesa de Urria

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Doña Carlota me miraba con sus ojos inyectados en sangre, balanceándose colgada en el techo con una cuerda invisible. Todos sus hirientes y sarcásticos comentarios se repetían una y otra vez en mi cabeza. Recuerdos del pasado. Palabras dolorosas.

«Eres un horror, Victoria»

«Fue tu culpa, Victoria»

«Esos modales no son los de una dama, Victoria»

«No me enorgulleces, Victoria»

«Nunca llegarás a ser la hija que deseo, Victoria»

Cerré mis ojos y aparté con desdén las sábanas blancas que cubrían mi delgado cuerpo. No había podido descansar aquella tarde, pensado en la acalorada conversación de Don Fernando y el propio Ignacio. Tenía un mal sabor en la boca. Un sabor putrefacto. «¡Cómo si hubiese probado algún mortal veneno!»

Bajé de la cama y renuente caminé en dirección al espejo. Mi vestido colgaba cerca del armario. Inmaculado y perfecto, el traje de ensueño de cualquier muchachita en edad casadera.

Froté nuevamente mis enrojecidos ojos y con fuerza cubrí mis oídos a pesar de mis temblorosas manos. Ya no la escuchaba. «¡Ya no escuchaba a Doña Carlota lastimarme con sus reproches horribles!»

Debía ser fuerte y sobreponerme a la situación. Finalmente, tenía algo por lo que vivir. Iba a enmendar mis errores y comprometerme con lo que realmente importaba. Volver a hacer del Álava mi amado hogar. Alimentar a los esclavos y volver a construir una familia.

Tocaron a la puerta y espectro de Madre desapareció. Yeya entró en silencio con un grupo de esclavas a prepararme el baño. Le pedí amablemente que se quedara una vez lista la bañera con agua caliente.

Necesitaba a alguien que me apoyara en aquel momento. Necesitaba decidir qué era lo correcto. Yeya a pesar de todo, siempre me daba los mejores consejos. Era a la única que le daba permiso para tocarme deliberadamente. La única que sabía a excepción de mi padre, de las cicatrices.

—Creo que el señor Morales está enamorado de otra mujer...—Mi madre de crianza se mantuvo callada, frotando la piel de mis brazos con delicadeza mientras me ayudaba a bañarme—. Pero aún así... Si me caso con él puedo ayudarlo a dirigir el Ingenio. Incluso, hacer mejoras en las barraca y alimentar a los esclavos. ¡Puedo lograr que te quedes conmigo! ¡Para siempre!—Exclamé, besando sus ancianas manos.

—¿Me pedonó, ama?—Me preguntó con evidente entusiasmo. Con tristeza, negué con la cabeza y la miré severamente. No podía olvidar tan fácil su traición y la vil conspiración detrás la inesperada visita de su abominable hijo—. Pe'o yo saber, niña... ¡Qué el señó la quiere!

—Es malo mentir, Yeya...—Le reproché, recordándole su traición. Ella bajó la cabeza pesarosa y se quedó en silencio—. Iré al pueblo a visitar a una amiga. Por favor, dígale a Culebra que tenga el carruaje listo—Le pedí, acariciando su avejentado rostro. Su sonrisa, me demostró una vez más que no estaba sola en aquella casa. La tenía a ella, para empezar de nuevo.

—Sí, mi niña....—Yeya me ayudó a secarme y a vestirme con uno de mis mejores vestidos, para luego cumplir con mi petición.

El fin de mi viaje a la ciudad era invitar a la señora Villanueva a mi casamiento con el señor Morales. Me sentiría afortunada, contando con la presencia de una amiga en un significativo día como ese, dada la ausencia de Mariana. Ninguna de las cartas que le había enviado, había recibido respuesta. Deseaba entonces poder entregarle personalmente su invitación a Hortensia, evitando cualquier mal entendido.

Victoria (I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora