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Cuando desperté de nuevo estaba sola en mi habitación. Aparté las sábanas que cubrían mi cuerpo y froté cansada mis ojos, sintiendo las sienes palpitar con un punzante dolor. Me había golpeado con fuerza la cabeza, pero al parecer no tenía ninguna otra lesión de la que tuviera que preocuparme. La fiebre había bajado completamente en la noche y me sentía mucho mejor.
Era pasado el mediodía por cómo el sol se mostraba en el horizonte desde el balcón de mi habitación. Bostecé adormilada e hice llamar a Yeya para que me preparara un baño. Deseaba limpiar mi cuerpo y borrar toda la suciedad que estaba impregnada en mi piel.
«Las había visto, todas mis grotescas cicatrices» Ignacio había visto la monstruosidad de mi ser, tanto por dentro como por fuera. Debía estar aterrado, avergonzado por haberse casado con una mujer como yo. Mi conciencia estaba tranquila, de sobra había intentado advertirle.
Amelia trajo una bandeja con el desayuno y me dejaron que me arreglara sola a pesar de sus evidentes protestas. Mi huida, había revolucionado toda la Mansión. Cuando Ignacio me trajo inconsciente en brazos, ardiendo en fiebre todos temieron lo peor. Pero ahí estaba, más viva que nunca. Completamente recuperada.
Abrí las puertas de mi armario y contemplé mi única indumentaria. Cinco vestidos, en su mayoría grises y negros. Desvié mi atención a los otros dos que colgaban en una sección diferente. El vestido rojo que Ignacio me había regalo para asistir al cumpleaños de mi prima Ramona y mi vestido de novia. Éste último, se encontraba limpio, pero parcialmente rasgado.
Antes de quitarme mi blusón de mangas tocaron insistentemente a la puerta. Con autoridad, le indiqué a los fastidiosos invitados que entraran a la habitación. Culebra y otros dos jóvenes esclavos domésticos traían consigo varios baúles pesados. Alcé una ceja sorprendida y Amelia apareció detrás de los hombres dando unos saltitos nerviosa.
El cochero hizo una respetuosa reverencia y me sonrió radiante. Lo miré dubitativa y abrí el cerrojo del primer baúl. La tapa cayó con estrépito al suelo y dentro de él, habían decenas de vestidos. Amelia aplaudió visiblemente emocionada y comenzó a sacar los hermosos vestidos uno por uno. Tenían distintos diseños, tanto de colores enteros como floreados.
Me quedé sin habla. ¡Estaba estupefacta! Completamente anonadada por aquella inesperada sorpresa.
—É un regaló, señorá...—
Murmuró Culebra, dejando su cometido en mi habitación y marchándose a continuar con sus tareas junto a los dos jóvenes de piel negra.
Llevé una mano a mi pecho para luego cubrir mis labios escondiendo una sonrisa. «¡Ignacio me había sorprendido! ¡No me lo esperaba!» Amelia inspeccionó cada uno de los vestidos y luego me miró atónita. Estaba hechizada, tanto como yo. «¡Nunca antes había sido testigo de un guardarropa tan elegante y sofisticado! ¡Ni siquiera en mis mejores tiempos!»
—Escoge algunos vestidos para tí y ayúdame a decidir cuál uso hoy, Amelia...—Le pedí amablemente.
Mi cuñada se lanzó a abrir los baúles restantes mientras yo reía al verla tan emocionada. Ignacio me había sorprendido con aquel romántico gesto. No había pensado que iba a aceptar seriamente comprar todos los vestidos de la tienda de la señora Belice.
Yeya entró a la habitación y tuvo la misma expresión atónita que yo momentos antes. La abracé radiante, completamente rebosante de alegría y le pedí que me ayudara.
Ambas mujeres seleccionaron para mí esa tarde un hermoso vestido amarillo, sencillo y con mangas, con varios bordados en el talle y algunos encantadores lazos. Estaba más animada aquella mañana a pesar de mi precipitado matrimonio. Aquella había sido la mejor de mis mañanas desde que había puesto un pie en mi antiguo hogar.
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Victoria (I)
Ficción históricaBreve Sinopsis: Luego del incendio ocurrido en el Álava, la señorita María Victoria Josefina de los Ángeles Pérez de Urria exiliada durante 8 largos años en un convento, regresa a su antiguo hogar para casarse a la fuerza con un desconocido hombre q...