Capítulo 39: La fiesta de Año Nuevo

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Salí de mi habitación después de contemplarme por algunos minutos en el espejo. El collar era un detalle perfecto, combinaba con los encajes de las mangas y el busto de mi vestido. «¡Lástima que no podía apreciarlo del todo! ¡No podía sentirme bella y afortunada como una mujer felizmente casada!»

Cuando llegué a la sala principal había ya varios invitados disfrutando de la bebida. Ignacio los atendía mientras su padre y mi amiga Hortensia seguían su entusiasmada conversación, ignorando a todos los allí presentes. Cortésmente, saludé a algunas parejas y conocidos de la familia.

Reía ante los halagos de uno de los encantadores socios de Ignacio cuando mi tía Dolores y mi prima Ramona aparecieron por la entrada principal. Ambas, me dedicaron una sonrisa venenosa y apartaron a Lalissa con violencia de su camino mientras ella servía las bebidas con otras de las esclavas domésticas.

Mordí mi labio inferior con fuerza y miré en dirección a Ignacio. Éste se encogió de hombros y miró en mi dirección, cuando las dos víboras lo saludaron maliciosamente. ¡Me la había jugado el muy cabrón! ¡Yo que había desistido de invitar a Alberto con tal de no buscar problemas!

Tomé una de las copas que ofertaban las esclavas domésticas y la bebí de un tirón enfadada. Acaricié el collar de perlas deseosa de romperlo de un fuerte tirón cuando Ignacio se disculpó con dos caballeros para reunirse conmigo en un rincón de la estancia. ¡Si esas arpías se iban de lengua con el señor Fernando estaría condenada de por vida!

—¡Ten cuidado con lo que hace, Victoria! ¡Sé lo que tiene en mente! Ese collar era una reliquia de mi fallecida madre—Murmuró tenso. Iba a desprender cada una de las piedras con mi agarre. Me había utilizado a su favor nuevamente—. Yo no las invité. ¡Tiene que creerme! ¡Por favor! Seguro que fue cosa de mi padre. ¡Yo no tuve nada que ver!

El señor Morales hizo una pausa y miró en mi dirección. Mi tía Dolores inspeccionó la estancia y cuchicheó algún comentario venenoso en el oído de mi prima. Debía mantenerlas alejadas de mi suegro o estaría atada de por vida al maldito de mi marido. Don Fernando, no permitiría que nuestro matrimonio fuera disuelto para que Ignacio pudiera ser feliz junto a su anciana amante.

—¿Piensas que voy a creer sus mentiras? ¡Así cómo cuando decía que me eras fiel! ¡Qué no había ninguna otra mujer! ¡Qué Margarita era tu amiga de la infancia!—Mi esposo abrió los ojos espantado de que alguien pudiera escucharnos y me sostuvo por el antebrazo con fuerza.

—¡Habla bajo, Victoria!—Murmuró con rabia.

—No seas tan cínico. Las invitastes cuando sabe que ambas mujeres me quieren muerta. Si le dicen algo a su padre, estaré encadenada a usted de por vida. ¡Su padre nunca permitiría la anulación! ¿Pensó que un collar iba a engatusarme? ¡No me conoce...!—Le dije por lo bajo.

Les sonreí a quienes nos miraban curiosos notando el ambiente tenso que se había instalado entre nosotros. ¡Éramos sin dudas la comidilla del pueblo! Nuevamente.

—Intento hacer las cosas bien, Victoria. ¡Sé que me he equivocado!—Confesó avergonzado. Ni siquiera ahora podía creerle. ¡Era un cínico y un manipulador!

—No es suficiente—Lo contraataqué violentamente.

Sus mejillas se sonrojaron y bajó la mirada al suelo humillado. Me aparté lentamente de él mientras iba en dirección a mi suegro, quien se excusaba en ese momento con la señora Villanueva para saludar a unos conocidos. No podía dejar que aquellas arpías se acercaran a él, expulsando su veneno.

El anunciado baile estaba por empezar. Había llegado la hora de conducir a todos al salón para iniciar las festividades. Mi suegro notó la mirada asesina que mi tía Dolores me lanzaba desde el otro lado del salón cuando llegué a su lado para saludarlo.

Victoria (I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora