Capítulo 17: El baile de mi prima Ramona

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Alberto y yo bailábamos junto a otras parejas en medio del salón. A pesar del mágico momento que estábamos compartiendo, solamente tenía ojos para Ignacio. Estaba absorta en los gestos que delataban sus incontrolables celos. En cómo tensaba su mandíbula celoso y apretaba los puños una y otra vez, intentando contenerse para no asesinar al Duque de Merionte en plena fiesta.

Alberto me contemplaba extasiado. Noté únicamente su fragancia de lavanda cuando él me obligó a prestarle atención. No temblaba ya en sus brazos y su sonrisa no provocaba que mis piernas flaquearan como en el pasado. Había estado enamorada de una ilusión. En la vida real, mis deseos estaban atados a los de otro caballero.

«¡Dolía saber cómo los sentimientos cambiaban! ¡Cómo jamás podría amar a un hombre nuevamente!» Nunca podría recuperar la vida que había perdido. Debía conformarme con llorar en silencio por el futuro perdido.

Tristemente, si en algún débil y senil momento, había creído posible un matrimonio feliz junto Ignacio, la amiga de mi petulante prima Ramona acababa de destruir cualquier estúpida esperanza. Ese matrimonio, sería otra prisión infernal de la que no podría escapar viva.

Ajeno a mis pensamientos, Alberto se acercó más de lo prudente a mi cuerpo. Susurrando en mi oído declaraciones de amor y promesas que nunca podría cumplir totalmente. A veces, los deseos más profundos del corazón escapaban de nuestras manos. La vida era en sí demasiado cruel y despiadada con los hombres y mujeres que se amaban realmente.

—Es bueno verte de nuevo. ¡Estás hermosísima!—Me halagó Alberto, dirigiendo mi cuerpo al ritmo de la música. El vals nos llevó hasta el centro de la pista de baile. El Duque de Merionte inició una vuelta y me atrajo nuevamente a sus brazos. Sonrió con tristeza cuando la melodía que inundaba el salón se tornó melancólica. Deduje que pensaba en los viejos tiempos, al igual que yo en ese momento—. ¿Sabes que ese hombre no te merece, verdad? ¿Lo sabes, Victoria?

—Ni usted tampoco, señor Duque—Repliqué molesta, recordándole cada una de sus faltas. No lo perdonaba por haberse conformado con el rompimiento de nuestro compromiso. Su cobardía me había roto aún más el corazón. Alberto rozó mi mejilla con sus suaves dedos y levantó mi mentón para que lo mirara directamente a los ojos—. Me dejaste. Ni siquiera hubo una carta de disculpa, ¡un simple adiós! Te marchaste a España, por órdenes de tu padre. ¿Su muerte cambió algo para ti? ¿Eres libre para elegir ahora a la mujer que amas?

—Yo te quería, Victoria. Te quiero. Aquellos fueron los mejores años de mi vida. Tú, Francisco, Catalina, Tomás y yo...—No dudó cuando mencionó el nombre de Tomás. «¡A ese negro vil y asqueroso!» Lo hizo a propósito, midiendo mi reacción—. Lo siento mucho. Sé que fui un cobarde... Pero, permíteme remediarlo—Sus dedos recorrieron el contorno de mi rostro, sosteniendo mis sonrojadas mejillas—. Deseo que reconstruyas tu vida. Deseo en verdad que seas feliz. Todavía no es muy tarde para nosotros. Podemos escapar juntos a España y casarnos en secreto.

—Yo también deseo ser feliz, Alberto... Pero, estoy atada de pies y manos a este compromiso. Mi padre no va a permitir que desista de él... Sabes, que puede enviarme nuevamente a ese maldito Convento—Murmuré temerosa, confiándole mi mayor miedo—. Ya intenté escapar, pero me he resignado. Ignacio me ofrece ciertas libertades en el Ingenio y una vida acomodada. Podría ser peor para mí.

—¿Y vivir sin amor toda una vida? ¿Realmente puedes conformarte con un matrimonio hueco?—Replicó molesto, completamente incrédulo con mi confesión—. ¿Dónde está la joven que soñaba con su propia familia? ¿Dónde está la joven que iba a casarse conmigo por amor?

—Esa niña murió, Alberto—Le confesé con tristeza—. No sabes todo lo que he hecho. No sabes lo consumida que estoy por el odio y el resentimiento. Quiero algo de paz. Quiero una vida tranquila.

Victoria (I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora