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A Ignacio Morales le dio igual mi huelga de hambre. Al final del día, estaba caminando hacia la cocina en busca de algún alimento. Con las tripas sonando y un vacío profundo en mi estómago. ¡A hurtaditas como un ladrón en mi propia casa!
Ni siquiera podía exigirle a Padre sobre su deplorable conducta. No cuando ellos tenían entre manos planes que incluían un casamiento forzoso. Era la triste condena de una vida de servidumbre como dedicada madre y violentada esposa.
La presencia de mi padre en la Mansión no era recurrente. Nunca estaba y según rumores que corrían rn los pasillos entre los propios esclavos domésticos, solo venía a casa en las mañanas a pedirle dinero al señor Morales para continuar con sus andanzas en el pueblo.
Acostándose con prostitutas y esclavas libres a las que podía pagar. Con mulatas jóvenes, tal y como aquella que en el pasado había sido su amante por tanto tiempo. De piel clara y rizos prominentes. ¡Cómo realmente le gustaban!
En cuanto llegué al pasillo de la cocina, pude sentir la alegre melodía de la fiesta y el parloteo incesante de los invitados. Mordí mi labio inferior y pataleé como una pequeña berrenchuda en el suelo. «¡Ese maldito en verdad había hecho toda una función de circo para anunciar que se casaba con la hija del Marqués de Urria!»
La música del salón proyectó una sensación desconocida en mí en cuanto los músicos empezaron nuevamente a tocar. Me había prometido que no pondría un pie en aquella estancia. El corredor estaba en tinieblas y mi sencillo vestido negro ahuyentaba las facciones de belleza de mi cuerpo.
No tuve que haber bajado a la cocina. Hubiese preferido morir de hambre en mi habitación antes de soportar las ganas de abrir aquellas majestuosas puertas.
Esa no era posición para mí, rodeada de damas distinguidas y de poderosos caballeros que hablaban sobre la última novedad del año; el regreso de María Victoria Josefina Pérez de Urria, hija bastarda del Marqués de Urria y prometida del aristocrático abogado José Ignacio de la Concepción Morales del Castillo.
«¡Baratos cotilleos de gente vulgar y chismosa!» Tal vez, solo querían comprobar si la hija del Marqués estaba tan loca como comentaban las malas lenguas en la ciudad.
Los pueblerinos me llamaban la Dama de los Sabuesos por cazar a los esclavos que se sublevaron en el ingenio, dándole muerte a Francisco. Mi padre me había enviado al convento por el temor de la gente que vivía en los alrededores.
Por las noches, se sentían los gritos de los negros siendo castigados en las barracas. Todo gracias a mí, a la renacida hija del Diablo.
«¡Todo gracias al deseo de encontrar al maldito negro que había asesinado vilmente a mi hermano en la sublevación del Álava!» Y gracias a Dios, lo había matado. Yeya no lo sabía, pensaba que su hijo vivía en el monte con los suyos. En algún palenque de esclavos cimarrones.
Sin embargo, nada había cambiado. El vacío de una irreparable pérdida continuaba enraizado en mi pecho. Mariana intentó convencerme con la palabra de Dios, dándole nuevo rumbo a mi vida. No deseaba que fuera cruel, un ser despiadado y sediento de venganza.
La sangre de aquellos negros solo me había apresado con los demonios del infierno. De nada sirvió, los castigué por traicionarme y muy tarde, comprendí por qué la libertad lo era todo para ellos. Yo era hija de una descendiente de esclavos. A los ojos de Cristo, su hermana de sangre.
Me di la vuelta arrepentida de haber bajado en busca de comida. Mi ayuno podía proseguir. Estaba adaptada al hambre en el convento. De seguro que Ignacio pretendía humillarme delante de toda aquella gente fina. Golpearlo, había sido el mayor de mis errores.
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Victoria (I)
Ficción históricaBreve Sinopsis: Luego del incendio ocurrido en el Álava, la señorita María Victoria Josefina de los Ángeles Pérez de Urria exiliada durante 8 largos años en un convento, regresa a su antiguo hogar para casarse a la fuerza con un desconocido hombre q...