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El señor Morales al escuchar mi declaración me miró con los ojos como platos, así como el pobre muchacho que había logrado conseguir el puesto de Mayoral. Corrí de forma intrépida hasta el surco de caña, empezando a cortar tronco por tronco y haciéndolos pilas a mi lado. Mi esposo comenzó a cortar con insistencia mientras los esclavos nos miraban amontonados, cuchicheando sorprendidos entre ellos. Pues sí, dos amos blancos estaban cortando caña junto a los hermanos de piel negra para ayudar en el trabajo del Ingenio.
En cuanto terminamos con los primeros surcos, el montón de caña cortada en mi banda superaba con creces la suya. Reí divertida cuando mi marido se sentó cansado en el suelo, abanicándose con las manos. Tenía el brazo adormecido pero el esfuerzo había valido la pena.
Era un completo debilucho. «¡Una mujer le había ganado cuando lo que se necesitaba para cortar caña era fuerza física y un buen brazo!»
Ambos teníamos filosos machetes, pero mi técnica manejando aquel peligroso objeto de trabajo superaba exponencialmente la suya. Mi victotia era debido a los años de experiencia y las enseñanzas de mi padre. Desde pequeños nos había llevado a Francisco y a mí al Ingenio para instruirnos en el arte de los negocios y la producción de azúcar.
Esos eran los recuerdos de los que no podía escapar, del padre dedicado que había sido en el pasado. Mucho antes de la sublevación, estaba orgulloso de su pequeña hija. Sabía que iba a convertirme en una gran mujer y el hombre que estuviera a mi lado tendría la suerte de compartir su vida con una extraordinaria esposa. Culta y preparada, instruida para mantener una casa de pie y el próspero negocio familiar.
—¡Es un blandengue, Ignacio!—Me carcajeé divertida. El Mayoral que atendía el trabajo esclavo, nos alcanzó a ambos una honda cuchara de madera con agua. Había sido un trabajo sofocante. Era pasado el mediodía y los esclavos ya habían cortado suficiente caña—. Cumbé, que no trabajen más. ¡Por hoy a sido suficiente!
El capataz miró primeramente a Ignacio y éste asintió con la cabeza. Me irritaba la idea que contaran con el consentimiento de mi esposo primero que el mío, pero me ganaría su lealtad y compromiso lentamente. Me dispuse a ayudar al señor Morales a levantarse del suelo, dejando de lado aquellos molestos pensamientos y como una tonta le extendí mi mano.
Ignacio a modo de venganza por haber perdido la apuesta me lanzó contra su cuerpo, cayendo los dos acostados en la fina hierba. Comenzó a hacerme entonces cosquillas en los costados. Reí ahogada en frenéticas exlamaciones, golpeando su pecho para que parara. Francisco fue la última persona que me había doblegado, haciéndome cosquillas. Ahora, Ignacio había encontrado mi punto débil.
—¡Creo que hizo trampa!—Negué con la cabeza divertida y lo miré a los ojos cuando éste se detuvo. Reposaba firmemente en su pecho. Mis manos estaban extendidas en su abdomen y podía notar con certeza los duros músculos bajo la tela de su camisa—. Entonces... Tendré que bañarme desnudo en el río.
—Era una tonta broma... No tiene que hacerlo—Lo excusé, viendo la determinación detrás de sus decididas palabras.
Mis mejillas se tiñeron al instante de rojo cuando mi esposo me miró seductoramente. Mordió su labio inferior con malicia y me observó con una intensidad que me dejó sin aliento. Estaba probando mi entereza, socavando las últimas fuerzas con las que contaba para resistirme a sus encantos masculinos. Alberto no me iba a perdonar nunca semejante traición, pero ese matrimonio era lo que me tocaba vivir.
—Insisto... Soy un hombre de palabra y una apuesta es una apuesta—Sentenció decidido.
Con cuidado me levanté del suelo y él hizo lo mismo por sus propios medios. Nos trajeron los caballos y volvimos a subir en ellos. Los esclavos se preparaban para regresar a descansar antes de que el sol se ocultara en el horizonte. Retomamos el camino empedrado atravesando el surco de caña y seguimos la fila de esclavos que con sus herramientas volvían a las barracas.
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Victoria (I)
Исторические романыBreve Sinopsis: Luego del incendio ocurrido en el Álava, la señorita María Victoria Josefina de los Ángeles Pérez de Urria exiliada durante 8 largos años en un convento, regresa a su antiguo hogar para casarse a la fuerza con un desconocido hombre q...