Capítulo 34: La amante de mi marido

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A la mañana siguiente, Lalissa insistió tanto en acompañarme junto a Celé al pueblo que dejé a otra de las muchachas del servicio a cargo de la cocina. La matrona del Ingenio, una lejana sobrina de Yeya con su mismo arte curandero, decía que Celé daría a luz dentro de dos meses excatamente.

Era por ello, que quería que un médico la examinara en el pueblo. Su embarazo, era de riesgo. El parto era el campo de lucha de las mujeres en la vida, trayendo al mundo a sus hijos con el dolor y la alegría de ver nacer a la descendencia.

Cuando llegamos a la ciudad, Culebra nos ayudó a bajar del coche y se estacionó frente al consultorio del médico de la ciudad. Con un porte aristocrático acompañada por las dos mujeres de piel negra, entré a la consulta del señor Hernán. Se trataba de un distinguido y respetado doctor en la ciudad, que gozaba de cierto prestigio social y al que mi padre había recurrido desesperado en varias ocasiones.

Ayudé a Celé a recostarse en uno de los cómodos y aterciopelados asientos, mientras Lalissa inspeccionaba la habitación. Rodeé mis ojos al ver a la hija de Culebra haciendo de las suyas y concentré mi atención en la mujer que de espaldas a mí, administraba una abarrotada despensa de frascos y medicamentos.

Carraspé y la señora dejó de acomodar los frascos con medicinas en la estantería, volteándose de inmediato. Algo extrañada, me miró detallándome por completo. Sus ojos se detuvieron en los volantes de mi vestido y las prendas de oro que llevaba, así como en las dos mujeres esclavas que me acompañaban.

Al parecer, la petulante asistente del doctor Hernán no tenía el gusto de conocerme personalmente. «¡Lástima que hoy me encontrara de muy buen humor como para evitarle un mal rato!»

-Le agradecería si no me hiciera perder el tiempo. Llame al doctor Hernán...-Mi abrupta demanda la dejó boquiabierta. Se recompuso, segundos después algo ofendida y fue en busca del dichoso médico sin rechistar.

La joven Lalissa soltó un divertido bufido y cubrió con sus manos la boca. Celé la reprendió severa con la mirada. En cuanto la mujer regresó, nos condujo a la consulta del doctor Hernán. Éste, nos recibió sorprendido. Se trataba de un hombre mayor y corpulento que rondaba los cincuenta, contemporáneo con mi padre.

Nos habíamos visto en algunas ocasiones en el pasado. Las veces necesarias para un diagnóstico certero. Uno, que precisaba mi padre para darme por loca y tener la potestad para internarme en el Convento. El médico del pueblo, era siempre solicitado por los Marqueses de Urria en sus prósperas tierras.

Mi hermano Francisco se refriaba con frecuencia y nuestra madre temía que debido a una neumonía no tratada falleciera el único heredero varón de mi padre. Al final, un miserable negro lo había asesinado en la mejor etapa de su vida. En plena flor de la juventud.

-Marquesa...-Murmuró, ahogándose casi con sus propias palabras al reconocerme. Yo estiré mi brazos para que sus labios tocaron mi enguantada mano. Gustoso, me invitó a sentarme en un cómodo asiento. Tomé lugar en el amplio sofá frente a su escritorio. Celé se posicionó a mi lado y Lalissa se quedó de pie-. No tuve el honor de asistir a su boda. ¿En qué le puedo servir a una señorita como usted?

-He venido por una cuestión importante, que requiere de toda su disposición, señor Hernán...-Le hice saber con autoridad. Su rostro a pesar del evidente nerviosismo intentó mantenerse inmutable. Habían pasado varios años desde la última vez que había tratado alguna dolencia en la Mansión-. Deseo que revise a mi esclava y me diga como se encuentra su bebé... Su embarazo está muy avanzado y quiero que cerciorarme de goza de buena salud.

El señor Hernán me miró completamente trastornado. Se puso de pie arreglando su corbata y rojo de la vergüenza tuvo la osadía de enfrentarme. Había perdido la cabeza, al oponerse a una demandante orden mía sin pensar siquiera en las nefastas consecuencias. Yo, que no dudaba en hacer cumplir mi voluntad a cualquier precio.

Victoria (I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora