Capítulo 26: El precio de la ambición

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La señora Villanueva se sitúo a mi lado y cualquier duda sobre la verdadera identidad de aquella mujer se esfumó momentáneamente. Conversamos un rato antes de su partida, sobre cuándo nos veríamos de nuevo y de posibles planes juntas.

Verla allí a mi lado, me era reconfortante. Su elocuente charla sobre la tortura a la que había sometido a la ayudante de la señora Belice y otros suculentos chismes sobre varios invitados, me habían distraído lo suficiente en la fiesta.

Luego de que todos los invitados se marcharon, entre ellos Hortensia y la misteriosa mujer que había hablabo con Ignacio a escondidas, decidí retirarme a descansar y prepararme para la noche de bodas. Debíamos compartir el lecho y sellar nuestro matrimonio. La sola idea de entregarme a mi marido, me aterraba de sobremanera. «¡Qué me viera desnuda y completamente expuesta aún más!»

Caminé hasta la habitación principal y cerré temblando la puerta a mis espaldas. Cada una de mis pertenencias habían sido trasladadas al cuarto de los Marqueses de Urria siguiendo la tradición familiar. Me senté en la inmensa cama conyugal y me quité los guantes blancos que adornaban mis manos.

Estaba nerviosa, más nerviosa de lo que había estado que nunca. Por primera vez, le pertenecería a un hombre. A un caballero gallardo y varonil, en sus mejores años mozos como Ignacio. Era mejor consumar nuestro matrimonio esa noche y luego decidir nuestros términos juntos. Si viviríamos separados o juntos, compartiendo las responsabilidades del Ingenio y de nuestra casa.

Lo esperé por más de tres horas y cuando ya me daba por vencida sentí el sonido de unos pesados pasos acercándose por el pasillo. Había buscado el amor con ansias toda mi vida y ese casamiento, era una posibilidad remota para construir mi propia hogar en aquella mancillada tierra.

A pesar de todo lo sucedido, Ignacio todavía era ante mis ojos un hombre ingenioso, educado y compasivo con los esclavos. Si los dos accedíamos, las cosas podían funcionar entre nosotros.

Llevar una vida de casados de forma independiente sobre la base del respeto, compartiendo el lecho las veces necesarias para concebir a un heredero. No era mucho, pero sí suficiente para mí.

La cerradura se mantuvo completamente inmóvil. Sus pisadas se detuvieron frente a la habitación. Apoyé mis manos en el contorno de la puerta y supliqué por una vida distinta. Por una nueva oportunidad para mí, cuando la suerte ya estaba echada.

Ignacio no fue capaz de atravesar la habitación y consumir aquella distancia entre marido y mujer. El sonido de sus pasos alejándose se extinguieron en la oscuridad de la noche.

Madre apareció en un rincón de la habitación y me miró con un brillo monstruoso en sus aterradores ojos. Sequé las traicioneras lágrimas que empapaban mis mejillas y caminé desesperada de un lado a otro por mi habitación.

«¡Quería entender! ¿Por qué yo no podía limitarme a soñar despierta confiando en que esos sueños se harían realidad? ¿Por qué el Señor nunca había sido misericordioso conmigo?»

Con la rabia todavía latente en mis venas abrí la puerta de nuestra nueva habitación de casados y fui a buscarlo. Cuando atravesé la sala principal, encontré a Ignacio bebiendo de manera preocupante. La corbata y la chaqueta de su traje estaban deshechas en el suelo. El asco emergió en su rostro al verme nuevamente.

—Siempre supe que eras capaz de cualquier cosa pero nunca de provocar la muerte de tu hermano y de violentar la cordura de una madre herida por la pérdida de su hijo, la cual te crío a pesar de que no fueras suya...—Sus palabras hicieron eco en el silencio de la habitación.

Victoria (I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora