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Las cosas no mejoraron luego de esa fatídica noche. Cada vez, veía menos a Ignacio. Siempre que nos encontrábamos por casualidad en los pasillos de la Mansión, iniciaba una guerra constante de insultos y provocaciones. Ni siquiera las visitas de Hortensia lograban contentarme. Lo único que me animaba era pasar tiempo en las barracas.
Todos los días cuando terminaba las clases en la pequeña capilla del Ingenio, íbamos al río con mis pequeños pupilos y nos mojábamos los pies en el agua mientras las esclavas lavaban la ropa. Mi cuñada Amelia me seguía en todas aquellas disparatadas locuras. La única condición entre nosotras era siempre mantenernos lejos de la presencia del maldito de Ignacio.
Pensar en él, en la desfachatez de sus actos me provocaba arcadas. «¡Y sólo Dios sabía cuánto quería no alimentar ese desmediso odio!»
Jugaba con Francisco y otros niños en la pradera cercana al río cuando a los lejos, Alberto apareció a caballo en una nube de polvo. Amelia y Lalissa se quedaron a cargo de los infantes mientras yo me aproximaba al inesperado visitante.
Bajó del ejemplar con elegancia y me sostuvo en brazos. Me estrechó con calidez en su pecho mientras me hacía gritar en el aire como una inocente jovencita una y otra vez.
Después de convencer al señor Pascualino de que estuviera de nuestra parte, nos comunicábamos por medio de pequeñas misivas. Todas las tardes, nos reuníamos cerca del río para vernos a escondidas.
-¡Para! ¡Para, Alberto!-Él así lo hizo para dejarme con cuidado en el suelo. Alisé con ciudado mis faldas y peiné mi alborotado cabello. Luego, con una expresión cómplice le hice una seña a Amelia quien me miró algo inquieta-. Por favor, Amelia... Lleva con Lalissa a los niños de vuelta a la barraca. Lleva también a Francisco con su madre. Nos vemos en la Mansión dentro de un rato-Le pedí amablemente.
El pequeño Francisco me miró con una expresión triste y siguió al resto de los pequeños no sin antes correr a mis brazos y darme un tierno beso en la mejilla. Lo abracé de forma maternal, mientras Lalissa tomaba su diminuta mano. Los demás infantes me lanzaron besos al aire, todos batiendo sus brazos a modo de despedida. Lamenté no haber podido disfrutar más mi tiempo libre con ellos.
Las responsabilidades en el Ingenio aumentaban con la simple ausencia de Ignacio. Éste, había preferido mantener su tiempo ocupado en eventos más importantes. Asistiendo a fiestas, dónde era visto con su anciana amante. Ya no me importaba, o eso quería convencerme. Lo importante eran los negocios y mi independencia financiera. Debía sacarle ventaja a aquella situación y afianzar mi posición por si las cosas empeoraban.
-Te quieren... Aunque es imposible no hacerlo. ¡Serás una muy buena madre!-Murmuró dulcemente Alberto.
Mi antiguo prometido me extendió su mano y me animó a tomarla con determinación. Ambos, caminamos por la pradera en dirección a los límites de la propiedad siguiendo el pequeño sendero que llevaba a casa. Llevábamos, casi tres semanas encontrándonos a escondidas. Su presencia, me hacía sentir protegida. Estaba demasiado confundida con mis sentimientos.
Sabía que ilusionar a Alberto, con un romance fortuito sin destino podía lastimarnos en el proceso. Yo estaba casada legalmente y aquello era adulterio. Para las mujeres, el divorcio no estaba permitido. No en Cuba, jamás en aquellas antiquísimas tierras.
-¿Qué haces aquí? Pensé que ibas a viajar con tu madre como me dijiste...-Él negó con la cabeza y me miró con intensidad. Mi corazón comenzó a palpitar acelerado. Nervioso, por lo que sabía que iba a confesar.
-Sabes que antes éramos muy jóvenes pero ahora... Somos adultos que sabemos lo que queremos. ¡Y yo te quiero a ti, Victoria!-Sus ojos brillaron. Era imposible que Alberto me mirara con otros ojos. Éramos amigos de la infancia. Casi como hermanos sujetos a un absurdo compromiso-. No paro de pensar en la forma de librarte de este matrimonio. ¡Podemos huir si quieres! No tienes por qué soportar todo esto sola. Me tienes a mí, confía.
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Victoria (I)
Historical FictionBreve Sinopsis: Luego del incendio ocurrido en el Álava, la señorita María Victoria Josefina de los Ángeles Pérez de Urria exiliada durante 8 largos años en un convento, regresa a su antiguo hogar para casarse a la fuerza con un desconocido hombre q...