Capítulo 32: Patines de hielo

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Es increíble lo mucho que ha mejorado mi humor

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Es increíble lo mucho que ha mejorado mi humor. Me siento con más energía, lo cual es irónico porque paso la mayor parte de mi tiempo descansando. Se trata de cambios constantes, hay días en los que todo es color de rosa y disfruto con Dean en el hospital. Otros, en donde mi energía se agota y la enfermera Nora me exige descansar. Es más estricta que Helen, pero todo es debido a su exuberante plan de cuidados. El cual parece estar dando resultados, pero aún no me han dicho si el trasplante eliminó por completo mi cáncer.

La doctora Carter está de viaje en Nueva York atendiendo un caso importante, por lo que la veré dentro de tres días cuando regrese a Ontario. Mientras, a diario me hacen exámenes médicos para chequear mis avances, todos rigurosos y al pie de la letra. Es exhaustivo, pero eficiente.

—Ya, dejen de discutir —interviene la rubia, harta de mi discusión con Dean por haber hecho trampa en el ajedrez.

Toma el tablero y lo guarda de nuevo en la caja. Yo miro a Dean molesta.

—Por tu culpa no podremos seguir jugando —lo acuso.

—Si no fueras tan testaruda, esto no estaría pasando —contraataca.

Abro la boca, indignada. A parte de ser un tramposo, me acusa de ser testaruda por no aceptar que él ganó a base de engaños.

—Infantil. —Me cruzo de brazos, molesta.

—Perdedora —refunfuña.

—Par de tontos —se queja la rubia.

Ambos volteamos a verla.

—Su drama innecesario ya me cansó. —Acomoda su abrigo—. Mejor me regreso a la escuela a ver el partido.

Los chicos jugarán su penúltimo partido, pero no podré ir a verlos. Me disculpé con ellos, pero estuvo de más porque saben a la perfección que mi condición médica me lo prohíbe. De verdad ansiaba ir.

—Anímalos por mí —le pido con una sonrisa.

—Lo puedes hacer tú —contesta—. Estarás en videollamada viendo como esos lindos gatitos cazan ratones.

Frunzo el ceño ante su broma.

—Jamás entenderé tu raro sentido del humor.

—Yo jamás lograré entenderte a ti. —Se encoge de hombros.

Le muestro una mirada amenazante que no está ni cerca de serlo, su comentario causa más risa que molestia en mí.

Se voltea hacia Dean, poniendo una mano sobre su hombro.

—Cuídala con tu vida —le ordena seria.

—Sum.

—Lo haré —asegura confiado—, no es como si pudiera ir a otra parte.

Conforme con su respuesta, se aparta de él para girarse hacia mí y depositar un beso en mi frente antes de salir de mi habitación e irse a la escuela.

Mi último deseo ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora