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Aylia

Hoy es viernes y he decidido no ir a la escuela. Cada día que pasa siento algo me come partes de mis fuerzas, dejándome sin ánimos y esperanzas.

En dos días se hará realidad mi gran tormento y eso me hace sentir como si pegaran patadas en el estómago, una seguida de la otra, y pensando por qué debo cargar con éste don.

No he probado bocado a mi desayuno, solo bebí sangre, algo que mi cuerpo agradeció.

Estoy en mi habitación, y me la pasé todo el día con mi computadora viendo videos de defensa personal. La práctica sigue, pero yo estoy tan mal que me he ausentado ayer por náuseas. La idea de la batalla me hace querer gritar y correr.

— Hija. —Entra mi madre a mi habitación—. ¿Cómo estás?

Ella se sienta en el borde de la cama. Yo no respondo.

— Veo que sigues igual —añade. Luego me toma la mano—. Es muy difícil lo que estás pensando.

La miro a los ojos y me percato que ella tiene la mirada entristecida.

— Pero verás como saldremos adelante. —Me dedica una sonrisa—. Como siempre lo hemos hecho. Y recuerda que tu padre nos acompaña desde el cielo.

Mi padre. El hombre que cuidó de mí hasta el fin de sus días.

Su muerte para mi fue como si me hubieran metido una mano en mi pecho y arracaran mi corazón sin piedad.

Su muerte ante el reino fue una supuesta enfermedad, pero en realidad no fue así. Los Gallach lo asesinaron sin pensarlo un segundo.

Sin mi padre yo quedé como la siguiente al trono, se suponía que Dean lo sería, pero él en ese momento estaba en Francia, de viaje exhaustivo para encontrar pistas que explicaran más a detalle la cruz que llevo llamado "don", a lo que yo llamo calvario.

Cambiar de cuerpo me es fascinante. El poder entrar en la mente de la otra persona y verse como ella me parece espectacular, pero también tiene intereses: el que me quite la vida, obtendrá mi poder.

Aún me acuerdo cómo fue el tener a mi padre en su habitación, acostado en la cama que compartía con mi madre, con su corazón estaba atravesado por una estaca por completo.

Recuerdo como fue encontrarlo así:

— Madre —le llamo a la mujer de corona dorada—. ¿Ha oído ese grito?

Ella se adelanta a mi y camina por los pasillos del castillo buscando dónde se podía haber producido ese grito. Yo no espero que me conteste; busco con ella.

Ambas nos separamos y caminamos por lugares diferentes.

Busco a paso rápido por cada puerta del castillo. Toco cada aposento que se presenta, pero nada responde mi pregunta.

Se aparece ante mí una última opción: la habitación de mis padres. Extrañamente, la puerta está abierta, cosa que es extraño, siempre está cerrada.

Voy hacia ella y entro.

Lo que veo hace que un grito desgarrador salga de mi garganta.

Mi padre se encuentra acostado en la cama, pero con una estaca de más de un metro atravesada por su pecho de principio a fin.

— ¡PADRE! —grito, yendo a él y tirándome encima para quitarle la estaca, pero ésta me quema como el infierno.

Quito la mano por instinto y grito por ayuda.

— ¡A-AYUDA! ¡ALLGU-IEN! ¡POR FAVOR! —No puedo evitar soltar un mar de lagrimas entre gritos y aullidos—. ¡ALGUIEN POR FAVOR!

El reino olvidado ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora