EPÍLOGO

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Aylia

7 años después:

— ¡Tía Ilia! —Corre la niña de cabello afro ni bien paso por la puerta de la sala.

— ¡Dru! —Subo en brazos a mi sobrina ni bien dejo mi bolso sobre la mesa de vidrio. Le doy un fuerte abrazo—. Adivina qué te traje.

Dru se emociona ante mis palabras y esboza una sonrisa super grande.

Aún con ella en brazos, tomo mi cartera y saco la sorpresa.

— Te doy una pista —digo—, es rojo y de plástico.

— ¿Un auto nuevo? —Le brillan los ojos negros, y al yo asentir, ella chilla de felicidad.

Le doy la bolsa de tamaño considerable y ella la abre con afán.

— Ayer salí del consultorio y pase por la vitrina de una jugueteria, no pude evitar pensar en que te gustaría.

— Creo que a todos sabemos que a Dru le encantan los juguetes con ruedas. —Sale su madre con una pila de ropa para doblar—. Y si a ella le gusta, a mí también.

— Angie, sé que es tu sueño frustrado es que no tuviste autos de juguete de niña.

La rubia niega con la cabeza.

— Apenas tenía muñecas, y siempre me parecieron insulsas. Recuerdo que les rompía las cabezas...

— Sigo enfadada contigo por Clotilda —repongo.

Mi mejor amiga coloca la ropa en la mesa y empieza a doblarla cuidadosamente.

— Era horrenda, superalo.

Ahogo un grito de dolencia.

— Era un poco rara...  lo sé, pero era mi muñeca favorita.

La rubia de rodete alto me mira con seriedad.

— Aylia. Esa muñeca daba miedo. Le faltaba un brazo y la mirada decía: "mírame y te maldecire".

Suelto un resoplido, pero antes que pudiera objetar, entra mi esposo:

— ¿Ahora por qué discuten? ¿Siguen peleando por quién quemó las patatas? Porque yo debería estarlo, ¡me dejaron con las ganas!

— Phil. Fue tu culpa —replico—. Te dije "faltan cinco minutos, porque ya están casi listas" y tú te fuiste a jugar con Oliver al basketball.

El rubio suelta una carcajada irónica.

— Tú dejaste la comida por irte a hacer la manicura. Yo por lo menos hacía algo más importante, me entreno y cuido mi figura.

Ahora Angie me defiende:

— Al menos tres veces en la semana, almuerzas y cenas hamburguesas con papas fritas. No vengas a hablar de cuidar la figura.

Él opta por no responder el comentario y toma a Drusilla en brazos para irse a jugar con el auto nuevo.

— Así que, ya te dije, esa muñeca era horrible —termina por decir Angie y se va, dejándome sola con el gato.

Me agacho y le rasco la cabeza.

— Al menos tu no me dejas, Mikelson, ¿verdad?

Y como si el universo estuviera en mi contra, el gato también se va.

Con un suspiro, voy a la cocina y tomo una botella de sangre, porque el tener sangre fresca en la casa no ayuda en mis momentos de sed.

El reino olvidado ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora