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Oliver

Estamos los ocho en una ronda alrededor de Aylia con la bruja Guinea exclamando su hechizo, y las llamas se alzan furiosas, pero éste de un momento a otro se apaga cuando Josephina deja de recitar el conjuro.

Escucho una tos débil y no me puedo creer lo que veo.

Todos corremos hacia Aylia con alegría refurgente y júbilo, pero algo me frena... Phil está con Aylia y veo cómo lo ve, y me quedo estático en el lugar cuando miro que... lo beso.

Siento varias miradas posarse en mi  y yo en este momento sólo quiero morir.

No puedo seguir viéndolos y volteo a Angie quien parece también pasmada.

Noto como Phil se separa y se gira hacia mí, yo solo lo miro con rabia.

Aylia me mira y su mirada se ilumina al verme, pero cambia al instante al ver mi postura.

— ¡Aylia! —exclama su madre, y Rosse la sigue—. ¡Qué susto nos diste, maldición!

Yo no dejo de verla, y observo que Phil se acerca a mi con lentitud. Estoy ardiendo en furia y noto arder mis ojos.

— No ha sido mi culpa —empieza a decir, pero yo le echo una mirada asesina.

— Tú y yo debemos hablar. —Mi voz sale más fría y dura de la que hubiera querido usar y, de hecho, que nunca use hace décadas.

No soy un chico de enfadarse, pero cuando lo hago, el mundo arde.

—Pero...

— Ahora —espeto.

Ambos nos alejamos y miro con rabia a Phil, quien beso al amor de mi vida.

— No fue mi culpa... —Empieza a defenderse.

— Pero lo hiciste —lo paro con desprecio, cosa que no pude moderar—. Y sabes, tú bien sabes lo que siento por ella.

Phil comienza a tensarse.

— Te vuelvo a decir. —Su voz comienza a alzarse—, no ha sido mi culpa.

Mis manos están cerradas en puños, tan apretadas que mis uñas se clavan sobre mis palmas.

Mierda, estas discusiones que siempre teníamos en el pasado.

— ¡Demonios, Phil! —exclamo—. ¡Sabes que no puedo controlar mis sentimientos estando cerca de ella!

Él suelta una risa sarcástica y alza una ceja arrogante.

— ¿Tú le harías feliz? —inquiere de brazos cruzados de repente.

¿Qué? ¿Qué me acaba de preguntar? Esa maldita pregunta que terminó de cabrearme hacerme querer gritar.

— ¿Qué es lo que tú puedes darle? —añade con sus ojos entrecerrados y llenos de cólera.

— Amor —murmuro con simpleza y sin rodeos—, algo que tú no tienes en tu corazón de piedra.

Phil se me acerca con ojos asesinos y me toma de la chaqueta.

— ¡Paren! —grita una voz tan melodiosa y fugaz que me hace estremecer—. ¡Ahora!

Phil se voltea y la mira con una ceja alzada.

— No se peleen por favor —sigue.

Yo no puedo siquiera mirarla, pero siento sus ojos sobre mí.

— Lo siento, pero no puedo seguir con esto —digo al fin de tanto silencio, girando mi cabeza para encontrarme con mi ángel protector—. Esto es demasiado para mí.

El reino olvidado ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora