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Aylia

— Gracias por tráeme, Oliver —agradezco con una sonrisa al muchacho de camiseta blanca—. Seguro vendrá, Phil. No sé si quieren... verse.

Oliver tarda en contestar. Definitivamente sus problemas siguen presentes.

— Creo que otro día será —responde—. Te veo mañana con tu arpa.

Suelto una risa.

— Y tú con el piano —dije—. Cuídate. No te pierdas.

— Tranquila, no lo haré —replicó con una carcajada—. Hasta mañana.

Cerré la puerta y dejé mi mochila y chaqueta en el recibidor.

— ¿Hay alguien? —llamo al ver que no había nadie en la sala ni tampoco escuchar ninguna voz.

Un rostro sale por la barra que conecta con la cocina.

— Todos han salido —dijo Rosee—. Me quedé para preparar un pastel que vi en Instagram.

Abrí los ojos de par en par. ¿Alguien en esta casa cocina?

— ¿Y desde cuando cocinas? —pregunté llendo hacia la chica de coleta castaña.

Rosee se encogió de hombros.

— Desde nunca —replicó—. Pero no debe ser tan complicado.

No quiero que la casa se prenda fuego o que una de las dos terminemos quemando la preparación, cosa que ya sucedió, pero tengo hambre.

— Quiero vivir, Rosee —establezco con temor a lo que fuera a suceder. En mi familia no servimos para hacer comida—. ¿Qué quieres hacer?

Ella saca su celular del bolsillo y me muestra su celular.

— ¿Y cómo sabes que eso es seguro? —inquiero insegura.

— ¿Me ayudaras sí o no? —bufa.

Asiento con un ruedo de ojos y busco los ingredientes.

— ¿Por qué hay tantos tipos de harina? —señalo—. La receta dice:<<harina de todo uso>>¿Yo qué demonios sé cuál es?

— Según internet, es cuatro ceros.

Ahora todo tiene más sentido. Puse el cacao y harina sobre la mesa, seguido del azúcar y huevos.

— ¿Cómo...? —pregunta confundida Rosee—. ¿Cómo rompo el huevo?

La miré con extrañeza. Pensé que yo era estúpida, pero ella me gana.

— Déjamelo a mí —resoplo con poca paciencia. Rompo los huevos y le quité el batidor de la mano.

Seguí colocando los ingredientes tal y como dice la receta y no me pareció complicado. Pero hay un problema: el horno.

Las dos estamos frente al horno, o cómo yo lo veo: el artefacto del infierno.

Comenzamos a mirarnos la una a la otra y nos empezamos a desesperar.

— No puedo —dije con el molde de horno con la mezcla del pastel dentro—. Tengo miedo.

Rosse soltó un suspiro.

— Ahora entiendo por qué no cocino.

Tomo valor y abro la puerta del horno. Salió un calor abrumador, pero luego se apaciguo un poco.

Meto el molde dentro y lo cierro, después pongo la alarma para que dentro de treinta minutos marque que la preparación está hecha.

— Si esto sale bien creo que gritaré mi logro al pueblo —rio Rosse.

El reino olvidado ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora