Lovino con cara larga mira a su hermano, que había estado expectante a que saliera del baño, sin decir nada. El omega mayor mira hacia otro lado avergonzado antes de hablar.
—Es positivo.— cierra los ojos a la vez que muestra los tres test de embarazo que se había hecho. Feliciano lo mira con la boca abierta.
—¿Eso es bueno para ti?— lo mira preocupado y Lovino piensa un momento.
—No lo sé...— se lleva una mano a la cabeza, que le estaba comenzando a doler.
—¿Es de Antonio?— el otro siente un pequeño salto en su pecho al escuchar la pregunta.
El celo lo pasó con Antonio y Gilbert por igual... ¡con ambos se había protegido! no entendía qué había pasado, no tenía idea de qué pudo haber ocurrido y podría ser de cualquiera. Pensó unos instantes, enojado consigo mismo, entonces mira a su hermano menor.
—Sí, es de él.— decidió que no le diría nada, no por el momento y si podía, no le diría jamás. Feliciano entonces sonríe y se le acerca.
—¡Si decides que quieres tenerlo te ayudaré en todo lo que pueda!— dice feliz, lo cual extraña al otro.
—Supongo que gracias.— estaba preocupado por todo, y muy confundido. No estaba seguro de lo que haría a continuación. Cierra los ojos y suspira.
—¿Estás bien?— pregunta el menor borrando su sonrisa, y acercándose más. Lovino odiaba que su hermano lo viera en ese estado, pero en esos momentos ni siquiera quería esforzarse en fingir.
—Es sólo que...— se calla al sentir un nudo en la garganta.
—... lo extrañas.— termina el otro. Lovino asiente con la cabeza a la vez que termina de romperse, entonces Feliciano se aproxima rápidamente y lo abraza, mientras escuchaba los sollozos de su hermano.
Al otro lado del mar, una mañana de primavera, Antonio se encontraba en silencio boca arriba en su cama, sintiéndose vacío y triste una vez más. Esa escena fue interrumpida por algo que no había normal, entonces se levanta y rápidamente va a la cocina, donde vio a su hijo y a su esposa, mirándolos sorprendidos. Se acerca a su hijo y lo toma del brazo acercándolo a él, más brusco de lo que hubiera querido.
—Omega...— lo mira a la cara para luego darse vuelta e irse, llevándose una mano a la cabeza. —¿por qué debía ser omega?— no pudo evitar recordar a Lovino. De alguna forma se lo esperaba, pero verlo concretado... estaba preocupado.
Los omegas eran débiles. Dependían de un alfa para vivir y había que protegerlos a toda costa. Un omega tendría que pasar atado alguien para no sufrir... eso pensaba de manera equivocada, pero de todos modos no quería eso para su hijo. De haber sido alfa las cosas serían más fáciles.
Además de todo eso, mientras pasaba el tiempo, sus sentimientos lo iban consumiendo más y más, a la vez que sentía que caía por un hoyo mientras que habían veces en que no podía pensar racionalmente. No sabía qué pasaba... no sabía qué ocurrió la primera vez que vio a Lovino, pero definitivamente eso estaba ocurriendo desde aquella vez. Él mismo se dio cuenta de que había cambiado y cada vez lo iba arruinando más. Era agresivo con su familia e impulsivos... y la confusión y la cobardía le impedían mostrar su verdadero arrepentimiento, pues simplemente huía de la mirada de sus hijos y su esposa, y en esos momentos se refugiaba pensando en Lovino, la persona que amaba.
A pesar de cada vez se sentía más distante de su familia no podía separarse totalmente de ellos. No podía dejarlos, y además de eso él era quien los sostenía. No podía separarse de Rayen, a esa altura una omega mayor y con hijos no podría conseguir a nadie que la cuidara, y además estaban enlazados. Además tampoco quería alejarse de sus hijos, aunque sabía que ellos lo comenzaban a alejar a él. Estaba en un callejón sin salida, y por lo único que fue capaz de optar es llevar aquel estilo de vida que lo herían a él y a los que lo rodeaban: cada cuánto viajaba por su trabajo, y ahí podría ver a Lovino, y cuando volviera seguiría siendo el padre de Manuel y Tiare y esposo de Rayen.
Pasa el tiempo, y Lovino ya había comenzado con malestares. Durante el trabajo salía varias veces al baño por las náuseas, lo que no pasó desapercibido por Gilbert, quien un día decide averiguar lo que ocurría directamente.
—¿Qué es lo que te ocurre?— pregunta entrando a la oficina del omega después de que éste hubiera vuelto por cuarta vez del baño.
—Qué dices, imbécil.— responde enojado, sin mirarlo.
—¿Estás enfermo?
—Estoy enfermo de ti y tus estúpidas preguntas que...— no supo en qué instante el alfa se puso detrás de él, mirándolo fijamente. Entonces se acerca a Lovino e inhala profundamente cerca de su cuello, y al segundo siguiente recibe una cachetada del menor y se aparta refregándose la zona de la cara en la que había sido golpeado. —¡No te acerques!
—Lo sabía...— dice el otro, sin tomarlo en cuenta. —Qué tenemos aquí, Lovino...
—¿Y a ti que te importa?— se da vuelta y se dirige a la salida.
—Esos días pasamos juntos estabas en celo.— dice apresurándose para alcanzarlo.
—Ni lo creas, es de Antonio.— no se da cuenta de que Gilbert se adelanta y cierra la puerta, obstruyéndole el paso. El otro retrocede.
—Eso no lo sabes.— sonríe.
—Tú mismo te pusiste condón, no es tuyo.
—Y ahí es donde arruinaste tu mentira.— Lovino lo mira confundido.
—¿Qué dices?
—Si dices estar seguro de que es de Antonio es porque tienes una buena razón para creerlo, y si realmente fuera así la primera noche no hubieras tomado ese vino, pues podrías considerar la posibilidad de un embarazo, que tampoco puedes decir que no te importaba porque no lo has abortado aún. Además eres inteligente, Lovino, porque además de tener esa razón para creerlo me hubieras puesto la excusa para no acostarte conmigo. Todo eso lo reafirmo por lo que dijiste: "tú mismo te pusiste condón", dijiste eso como excusa para asegurarme que no era mío, lo cual si lo que dices fuera cierto significaría que con Antonio no usaste, además de que estabas en tus días de celo, por lo que hubieras doblado tu apuesta de un embarazo. En resumen, te acostaste con ambos protegiéndote, pero alguno de los preservativos falló y ahora esperas un bebé, del cual no tienes puta idea de quién es el padre.— perro astuto, ¡ni siquiera él hubiera pensado en tal argumento elaborado en una mínima cantidad de segundos! Lovino lo mira a los ojos, a la vez que se le comienza a acelerar la respiración. —¡¡Bingo!! soy asombroso.
—No le digas a nadie.— baja la cabeza, aceptando que tenía razón. —Por favor.— cierra los ojos y los aprieta.
—No pensaba hacerlo.— los abre otra vez.
—¿Eh?— lo mira a los ojos.
—Sí puede que sea un imbécil, pero tengo mis límites. Además...— se acerca a él. —Si es que hay una mínima posibilidad de que vas a engendrar una criatura mía...— sonríe, y Lovino ve un brillo extrañísimo en sus ojos.
—No es tuyo...— dice retrocediendo, con algo de temor, pero el de pelo blanco lo ignora.
—Lo he decidido, te ayudaré.
—¡¿Q-Qué?!
—Ya te dije que tengo mis límites para ser imbécil y que creo en la posibilidad de que yo te haya hecho eso.— dice apuntando su vientre con un dedo. —Por lo tanto te ayudaré con lo que necesites hasta que lo tengas.— ve que el omega estaba a punto de reclamar. —Lo haré hasta que nazca y puedas hacer una prueba de paternidad. Si es de Antonio y si así lo prefieres, ya no interferiré en nada más y te dejaré tranquilo y no me acercaré nunca más, pero si resulta que es mío, no podrás evitar que lo reconozca.— Gilbert hablaba en serio, podía verlo en su rostro.
Por un lado, odiaba la idea. No quería tenerlo cerca ni un segundo más ni quería tener nada que ver con él, y menos aún que tenga la posibilidad de reconocer al bebé como su padre legítimo. Si realmente era de Gilbert, no podría hacer nada para evitarlo. Por otro lado, si bien no le bajaron el sueldo, aún así el dinero no le sobraba, y necesitaría más si iba a tener a ese bebé. Le convenía que Gilbert lo ayudara.
—¿En serio me ayudarías?
—Claro, todo lo que dije es verdad.— el omega se muerde el labio y mira hacia abajo, y piensa durante unos instantes.
—Está bien, lo acepto.— suspira y el otro sonríe.
—¡Bien! entonces está hecho.— se da una vuelta y sale de la oficina. Lovino se golpea la frente con la palma de su mano.
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Wolf Legends - Leyendas de lobo ~ Omegaverse
FanfictionSu madre siempre le había dicho que los omegas existían con el único propósito de servir a sus alfas y cuidar a sus crías, pues ellos eran el sostén de la familia y quienes se aseguraban de que tuvieran comida y techo. Manuel temía que eso fuera ver...