Nuevos Inquilinos

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—Momo, Tenya, ya no hace falta usar nombres diferentes, el maestro sabe quiénes somos —frustrada les anunció al salir del estudio—. Además, la bola de cristal podrá darnos más detalles del paradero de Shoto, así que tendremos que quedarnos aquí a esperar.

—¡¿De qué habla?! —Tenya es el que se mostraba más impresionado—. ¿Se da cuenta que las palabras de este hombre pueden ser solo palabrería? Ni siquiera conocemos a esta gente...

—Tú estás aquí para protegernos, ¿no? —contestó—. Además, no podemos volver al palacio simplemente así.

—Usted ya arriesga mucho teniendo en cuenta que no está comprometida, dejará a su reino sin un gobernante...

Rodó los ojos, molesta. Siempre sacaban el mismo tema.

—Yo soy la que decido en esta misión —repuso—, pueden volver y dejarme sola, incluso pueden traer a mi padre pero no me moveré de aquí.

Momo se veía asustada, sabía que ni ella ni Tenya se atreverían a dejarla allí sola. Los segundos pasaron y ninguno dijo nada, Melissa no se había dado cuenta pero los niños los miraban curiosos. Miró al pecoso, éste inmediatamente apartó su mirada.

—¿En serio crees que uno de estos mocosos nos hará daño? —les susurró para tranquilizarlos—. El único peligroso es el maestro y parece un anciano que apenas puede caminar.

—¿Mocosos? —preguntó el niño rubio.

Ella les sonreía con ternura, ser mayor por dos años le parecía divertido.

—¡Ah! ¡Regresa al sótano, Mighty!

Todos voltearon a ver al niño peliverde que gritaba, se abalanzó hacía algo en el suelo, entonces una gran bocanada de fuego salió hacía arriba. El maestro gritó algo disminuyendo la intensidad de las llamas, así evitando que se propagaran o que la casa se quemara.

—¿Qué tienes ahí, Izuku? —el hombre rubio preguntó.

—B-bueno... Ahm...

—¿Qué es esa cosa tan fea? —el niño con ojos rojos inquirió—. No sé si se parece más a Izuku o a la cara redonda.

—¡No me llames cara redonda! —la niña castaña le gritó, molesta.

—Izuku, contéstame.

—Le-leí s-sobre sapos q-que lanzan fue-fuego y pe-pensé que po-podría tener uno de ma-mascota.

Melissa arqueó una ceja curiosa, ese niño tartamudeaba demasiado aferrándose a ese animal, estaba sentado en el suelo con el rostro encendido. Le pareció muy tímido, nada parecido al otro niño rubio al que consideraba que le hacían falta modales.

—Pudiste preguntar primero —El hombre suspiró—. Pero bueno, tampoco podemos echar a ese animal como si nada a la calle.

—¡Es cómo un dragón! —la chica castaña corrió hacia el peliverde y se arrodilló para ver al animal más de cerca.

—¡¿Eh?! ¡Qué tontería más grande acabas de decir! —furioso el rubio empezaba a maldecirlos—. ¡Por supuesto que los dragones no somo- no son para nada así! ¡No saben nada ustedes dos!

—¡Cállate! —le respondió la niña—. ¡Solo tienes envidia de que Izuku tiene una mascota y tú no!

—¡¿Quién quisiera a un estúpido sapo de mascota?! ¡Es más! ¡En primer lugar, ¿quién le tendría envidia a un inútil como Deku?! ¡Los dos tienen la misma cara de idiotas! ¡Son tal para cual!

—¡Paren de discutir! —el pecoso se reincorporó—. ¡El maestro debe intentar concentrarse en su trabajo y de seguro no puede porque ustedes están gritando!

Hechízame, brujitaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora