Control de Rutina

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Todo parecía ir bien.

Melissa observaba en silencio el frasquito con el antídoto que había preparado. Giró su vista hacia su pecoso amigo, que estaba sentado en el suelo frente a ella. El peliverde miraba concentrado la ventana.

—Izuku.

El chico se sobresaltó, estaba tan perdido en sus pensamientos que se olvidó de donde se encontraba.

—Di-dime —rápidamente se acercó a gatas hacia la rubia.

—Ven aquí —hizo señas de que se acercara aún más—. Debo preguntarte algo.

—Ah, bueno, voy —titubeó, acercándose aún más hasta quedar a solo unos centímetros—. Dime, preguntame.

—Eh, es sobre la poción, la primera que hice —explicó, jugando con la botellita entre las manos—. Cuando pasó lo de Mirio, tú… me dijiste que no la use. Y desde entonces pienso que tal vez tú no quisiste lastimarme si me decías… que mi poción no servía.

—Claro que no —se apuró a explicar el brujo nervioso, ver a la rubia así de triste lo ponía mal—. Digo, Melissa, tu poción sin duda sirve; el color, el aroma… Todo es tal cual como debería ser —su tono de voz bajó a uno más melancólico—. Pero no había nada qué hacer por Mirio, ninguna poción puede devolver la vida —luego, trató de aligerar el ambiente—. Pero sí sirve, mira, yo siempre la llevo —debajo de la camiseta se sacó el colgante con el frasquito con una gran sonrisa—. Si alguna vez me resfrío o alguien me lanza un hechizo feo tendré tu poción para salvarme.

—Ah, es cierto, la llevas puesta —se alegró la ojiazul con una enorme sonrisa.

—Claro, siempre.

—Qué alivio, veremos cuándo podremos hacer más —sonrió.

La chica comenzó a volver a colgarse el frasquito al cuello, más aliviada. El pecoso la miró con el corazón latiendo a mil, le parecía muy linda. Notó que llevaba otro colgante atado al cuello, lo que le hizo cosquillas de curiosidad en el estómago; por lo que con algo de pena se animó a preguntar.

—Melissa, ¿y el otro collar que llevas puesto?

—¿Este? —se sacó el colgante, revelando un anillo sólido de oro atado a una fina cuerda de seda—. Era el anillo de compromiso de mi padre, cuando cumplí suficiente edad para contraer matrimonio me lo obsequió para que se lo diera a mi futuro prometido.

—Es una lástima que aún no te hayas comprometido con nadie —se burló el príncipe Neito, que estaba sentado en los asientos delanteros conduciendo.

—Eso no es de tu incumbencia —le respondió la de anteojos rodando los ojos molesta.

Un silencio incómodo se presentó entre los tres, luego el rubio habló.

—Tu reino necesita un rey ahora más que nunca, pero dejaste pasar mucho tiempo jugando a la heroína y por eso ningún noble ha querido desposarte. Mira, no te lo estoy diciendo con afán de molestarte, pero es imposible que tus súbditos te acepten como su gobernante; debes encontrar un noble de buena familia con quien casarte y dejar que él se encargue.

Melissa cerró los ojos, Izuku pudo leer sus pensamientos al ver ese semblante en ella. Decía, “Dios, ya lo sé”.

—Lo hecho, hecho está —susurró, más para sí misma, pero los demás la escucharon perfectamente.

Su padre siempre le había dicho que ella sola podría gobernar, que lo haría tan bien que todos la aceptarían sin juzgar que era mujer. A consecuencia de ello, no se había comprometido con ningún noble por tener el doble de trabajo que cualquier chica de su edad. Esto era así, la sociedad no aceptaba a una chica como gobernante ni mucho menos un hombre quisiera desposar a una chica que fuera “más” que él.

Hechízame, brujitaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora