Una Pesadilla

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El sol brillaba en su máximo esplendor. Era el medio día, la hora de la merienda y Ochaco no podía estar más que apurada por encontrar a cierta personita para pedirle ayuda. Llegó al café de Sato sudada y con el corazón casi saliéndose de su garganta por el maratón que acababa de correr.

—¡Sato! —se abrió paso entre la multitud de mesas rumbo al joven que atendía alegre a un grupo de personas—. ¡Lamento molestarte!

—Ah, hola, Ochaco —el moreno se giró para saludarla mientras dejaba un panecillo junto a unas tazas en la mesa de ese grupo que hablaba alegre.

—Lamento molestarte —se disculpó acomodándose el bolso repleto de libros, cuadernos, plumas y tinta—. ¿Viste a Deku?

—No, hoy era su día libre... —respondió, terminando de servir todo lo que llevaba para esa misma mesa—. ¿Qué ocurre? Luces nerviosa...

—Debo encontrarlo, necesito ayuda con una tarea que me dio el profesor Toshinori.

—Ah, sí, mira —se giró de inmediato al escuchar como cierto rubio le señalaba al lado contrario de la habitación en la que encontraban—. Izuku está ahí.

—¿Eh? ¡Dek-! —al darse la vuelta, perdió de vista a Denki y no logró detener el rápido movimiento que ese brujo intentó con ella—. ¡Uooo! ¡¿Qué demonios haces, Denki?!

—Perdón, te mentí —se burló de ella al verla tota colorada por la vergüenza de ser besada en la mejilla—. ¿Cómo estás, Ochaco? A propósito, hace días que no vienes a saludarme. Te extrañé mucho...

—¡Quítale tus sucias manos de encima, cerdo!

—Ey, hola, Katsuki —al notar su presencia, ella rápidamente corrió a abrazarlo y besarlo, cosa que el de cabello puntiagudo no puso resistencia ni un poco. Denki miró al de ojos rojos con un poco de celos, pero ellos lo ignoraron—. ¿Viste a Deku de casualidad?

—Bueno... no, no tengo idea de dónde está el nerd —se rascó la cabeza pensativo—. ¿Lo buscaste en la biblioteca del pueblo? ¿Y en la del maestro?

—Claro que lo busqué ahí —respondió—. Aargh, ¿dónde estás Deku? —preguntó al aire mismo—. Si repruebo la clase mis padres van a estar muy decepcionados.

—Vamos, Ochaco, no te estreses... —Denki se acercó, juguetón como siempre—. Katsuki y yo te ayudaremos con la tarea...

—Bueno, yo debo ir con los demás dragones a impartirles clases... —señaló los pesados y gruesos libros sobre su raza que cargaba en un gran saco a sus espaldas—. Pero sabes que, a diferencia de este imbécil, yo soy mucho mejor con la magia.

—Ey, yo soy el brujo aquí —se defendió, burlón—. ¿Desde cuándo eres bueno con la magia?

—¡Hola a todos! ¿Qué pasa? —una voz familiar los hizo girarse—. ¿Hacen una fiesta sin mí?

—¡Ah! —la de cara redonda sonrió de oreja a oreja al ver de quién se trataba.

—¡Ey! —sorprendentemente, el ceniza también pareció alegrarse al verla.

—¡Melissa! —la de cabello castaño corrió para abrazarla—. ¿Cómo va la vida de casada en el palacio?

—Hola —con una pequeña reverencia, su esposo los saludó a todos de manera cortés.

Era un hombre alto y delgado, de piel pálida y cabello blanquecino, con unos ojos azules y fríos como el más puro hielo. Mantenía un porte de caballero, con las pulcras ropas lujosas sobre sí.

—Muy bien, es muy tranquila —Melissa lucía feliz al lado de este hombre, se sostenían las manos con profunda confianza—. Momo y Shoto les mandan saludos, por cierto.

Hechízame, brujitaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora