No se sabe cuándo comenzó esta guerra, nacieron cuando esta ya tenía miles de años empezada.
Ochaco emprende un viaje a una pequeña aldea para conseguir un mentor que le ayude a controlar sus poderes. Así, llega a casa del maestro Toshinori. Un anci...
—¡Ochaco, cuidado! —el peliverde la empujó por un lado cuando un destello dorado estuvo a punto de tocarla, apenas rozándole el brazo.
—¡Deku! —exclamó al ver al cansado de su amigo tirada en el suelo—. ¡Deku! —corrió hacia él, pero unos brazos la envolvieron inmovilizándola—. ¡Deku! ¡¿Estás bien?!
—¿Qué hace un brujo defendiéndose con una espada? ¿Acaso eres una de esas fallas sin poderes? —el hombre le preguntó, divertido—. Pobrecillo, pero lamento decirte que no eres muy diferente a los no mágicos —levantó el báculo, a punto de dar el golpe final—. En nuestra organización no hay lugar para ti, así que mejor despídete de tu novia.
—¡Deku! —sollozó la de cabello castaño, forcejeando con los brujos que la alejaban cada vez más de la escena.
Entonces, unas enormes y calientes llamas envolvieron el lugar.
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Y cuando creyó que no podía sentirse más asustado y cansado, llegó esto. Las llamas lo envolvieron sin tocarlo, sentía el ambiente caliente pero sin quemarlo. Volteó hacia atrás de sí, donde más sentía el calor.
Un dragón completamente rosado con los ojos oscuros estaba detrás de él, tragó en seco.
—Hola... —sin saber muy bien qué hacer decidió improvisar—. Tengo un amigo dragón, se llama Katsuki y tiene mal carácter, aunque tú te ves más simpático.
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Había perdido de vista a Shoto y ahora mismo trataba de salir viva de la muchedumbre que se atacaba ferozmente entre sí. Pero al paso que llevaba, estaba convencida de que no lo encontraría y defraudaría más a su amiga de lo que ya lo había hecho, si es que era posible.
—¡Ten cuidado! —gritó alguien e inmediatamente después fue empujada con fuerza entre la multitud.
—Permiso... —intentó atravesar a la multitud, pero la gente estaba demasiado ocupada peleando como para prestarle atención a una mocosa insignificante—. Déjenme pasar, por favor... —insistía, en vano—. ¡Estoy apurada!
Fue empujada y se cayó de cara al suelo, rompiendo una de las patas de sus anteojos.
