SIN PESO

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A veces, cuando está muy nerviosa, siente que puede flotar. Después de todo, el profesor Toshinori dijo que volar en escoba le salía natural, casi como si flotara. Recordó la primera vez que hizo magia, como si fuera un recuerdo retenido por su memoria. Su madre había gritado asustada al bajar al sótano y encontrarse con la muñeca de trapo, su único juguete, flotando en el aire como si no pesara nada. Al ver a su madre, había bajado rápidamente la muñeca. Pero no lo había hecho a propósito, era una niña que no sabía usar sus poderes. Nunca más logró volver a hacer algo como eso hasta que empezó a practicar con el profesor Toshinori, posiblemente por miedo.

Sí, creía que ahora podía hacerlo.

Lentamente bajó flotando al suelo.

—¡Ochaco! —se sorprendió el de ojos filosos que trataba de repeler a las bestias él solo—. ¡P-pero ¿cómo?! ¡No estás usando una varita ni una escoba!

Y aunque usara una varita sería muy difícil hacerla flotar, eso lo sabían.

—Creo que inventé un nuevo hechizo —le sonrió.

Una sonrisa de medio lado lo atacó, su brujita cada día lo maravillaba más.

—Bien, entonces salgamos de aquí.

Con varita en mano Ochaco les hizo frente, mientras Katsuki había sacado sus garras de dragón así como los colmillos y les escupía fuego. Por supuesto, no iban a perder el tiempo eliminando a las bestias; ellos habían ido a ayudar a sus amigos. Así que, solo se abrieron camino hasta que entraron a una cueva.

—¡Rápido! ¡Huele a sangre de dragón así que debe estar por aquí! —jaló a su novia hacia dentro, ésta rápidamente tapó la entrada para que las bestias no los pudieran seguir pero dejándolos a oscuras en el acto.

Encendió su varita para iluminar el lugar, Katsuki tenía visión nocturna al ser un dragón por lo que no tenía necesidad de nada pero aún así tomó un palo y con su aliento de fuego lo encendió.

—Gracias, Katsuki —le agradeció, apagando su varita; era mejor tenerla lista para cualquier ataque enemigo.

Se dio la vuelta, dispuesta a caminar hacia lo más profundo tratando de encontrar a sus amigos.

—Maldita sea, mejillas, estás sangrando.

—¿Ah? —se tocó la espalda, donde había sentido durante la pelea un ardor pero que no le había prestado importancia porque estaba ocupada—. N-no me duele...

Al tocarse, su mano había quedado manchada de la espesa y sucia sangre. Además, la parte trasera de su camiseta ahora estaba desgarrada. Se acercó a ella rápidamente y comenzó a lamerle la herida para que cicatrizara más rápido, la chica comenzó a reírse por las cosquillas que la rasposa lengua hacía en su espalda.

—Cállate y deja de moverte, tonta —se quejó, dándose cuenta que estaban parados muy a la orilla de un arroyo o algo así, posiblemente estaban cerca del mar—. Bueno, eso es todo lo que puedo hacer por ti. Ahora vámonos, huelo sangre fresca de dragón hacia el oeste.

La tomó de la mano fuertemente y emprendieron camino, siendo iluminados por la antorcha que sostenía la castaña. Fueron varios minutos de camino, hasta que se toparon con que ya no había más piedras; el resto era agua.

—Uy, qué mal —se lamentó la de cara redonda—. Odias el agua fría, ¿verdad?

—No importa —suspiró, para los dragones las temperaturas frías no son lo ideal—. De todas formas sé nadar, así que no pasa nada.

Con todo y ropa entraron, la castaña se subió a su espalda porque no sabía nadar y se abrieron paso hacia el camino seco que se veía a lo lejos. Una suave risilla le dio escalofríos a la bruja, que rápidamente se giró preparada para defenderse. Pero no contaba con lo que venía a continuación.

Hechízame, brujitaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora