El capítulo de la playa

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Era un día muy hermoso, soleado con el cielo despejado. Hacía un poco de calor, el clima perfecto para estar dentro de la fresca marea del océano. Melissa se había ido a sentar debajo de una sombrilla mientras leía el libro de pociones, muy preocupada porque el niño que creía su amigo estaba molesto con ella.

Izuku estaba sentado en otra roca al otro extremo del lugar, también leía su libro de pociones y de vez en cuando le dedicaba miradas a la rubia. ¿Cómo podía ser tan hermosa y tan despreocupada a la vez? ¿En serio creía que invitándolos a la playa olvidarían todo y volverían a ser amigos? Quizá pueda funcionar en Ochaco pero en él no.

Sabía que tarde o temprano las tropas reales vendrían en su búsqueda y los quemarían a todos por tenerla "secuestrada". Quizás sonaba exagerado pero él estaba casi seguro de ello, aunque tampoco se atrevería a preguntarle.

 Quizás sonaba exagerado pero él estaba casi seguro de ello, aunque tampoco se atrevería a preguntarle

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—¿Me enseñarías a nadar?

Divertida, la de cabello chocolate le preguntó mientras observaba al rubio mostrarle "sus técnicas asombrosas", las cuales consistían en clavados muy ñoños.

—Claro, mira y aprende.

—Deberías cerrar la boca o te tragarás la mitad del océano —bromeó, mirando como por accidente al rubio le entraba agua a la boca.

—Por supuesto que lo sé, lo hice a propósito.

—¿Por qué no mueves las piernas cuando nadas?

—Deja de hacer preguntas estúpidas, no me concentro —le espetó, al girarse para continuar un enorme pez estaba frente a él—. ¡Auxilio! ¡Tiburón!

La castaña se carcajeó a más no poder.

—Pero, ¿qué dices...? —se agarró el estómago de la risa—. Si solo es un... solo es un... ¡pececito!

—¡Deja de reírte! —molesto, lanzó algo de fuego por su garganta—. ¡Deberías verlo con mi tamaño actual que te recuerdo es tu culpa!

—Sí, ajá, mi culpa —rodó los ojos divertida—. Nadaste bastante rápido para ser tan pequeño.

—Por supuesto, te dije que era un nadador experto —se calmó y se sentó en una roca que sobresalía en el mar, suspirando—. Oye, cara redonda —se ruborizó por lo que estaba a punto de decir—. Me alegra verte de mejor humor, creí que nunca más volverías a comportarte como... —vaciló, buscando la palabra correcta—. Como una tonta, así como tú.

—¿Gracias? —aquello sonó más como una pregunta que como un agradecimiento, luego decidió pensar mejor sus palabras—. Nunca pensé que me sucedería algo así, como nunca salí de mi casa... a pesar de que mis padres vivían recordándomelo... —miró hacia el frente pensando en cómo continuar su conversación—. Estar aquí afuera es nuevo para mí, hablar con personas de mi edad también, prácticamente todo lo que he vivido desde que llegué es nuevo —nuevamente le sonrió, esa sonrisa amable que solo ella tenía—. No hay forma de que dejé de tontear contigo, después de todo tú me salvaste.

Hechízame, brujitaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora