Peleas

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—Pero debo confesar que me da celos —agregó Momo.

—A mí también —coincidió la rubia.

—¿De qué hablan? —preguntó Izuku.

—Nos embarcamos en esta aventura para buscar a mi amado príncipe pero extraño mucho mi casa —comenzó a explicar la pelinegra con aires de melancolía.

—La habitación en la torre está bien pero es aburrida —prosiguió la rubia acomodándose sus anteojos—. ¡Me encantan las rosas blancas! Pero no hay ninguna aquí...

—Ja, ja, se nota —rió un poco la castaña.

—Yo por eso decidí tráeme muchos recuerdos como este castillo —les explicó Momo—. Así puedo sentirme en casa.

—Y yo que te dije que solo llevaras los necesario... —murmuró Melissa, se sentía mal por no haberse traído nada que la relacionara con su hogar.

—¡Yo hice lo mismo! —Tenya habló, desenvainando su espada—. Nunca se sabe cuándo podrían atacarnos...

—Uoh, es bellísima —el pecoso se acercó para verla de cerca.

—Me la dieron como símbolo de ser un caballero real —explicó.

—¡Ay, no! —el diminuto dragón gritó.

—¿Qué pasó? —inquirió la bruja castaña, ignorando la conversación que tenían los demás sobre espadas.

—No puede ser... —parado frente a una de las ventanas de la habitación, el rubio tenía entre sus pequeñas manos un saco de dinero—. Mi dinero... —unas lágrimas muy diminutas salían de sus ojos—. Todo mi dinero... —tenía la mirada pérdida en un punto fijo—. Era rico, y ahora...

—¡Mira, esta es mi espada! ¡La forjó Mei, la hija del herrero del pueblo!

Pero Ochaco ya no escuchaba la conversación, estaba concentrada en saber qué rayos le ocurría al dragón.

—¡El dinero también se encogió! —al oír aquello bruja solo pudo pensar en lo idiota que era.

—Ey, tú, tontito —le llamó caminando hacia él.

—Mi dinero... —se lamentaba tirado en el suelo—. Iba a comprar una mansión con sirvientes... —estaba ardiendo de rabia—. Y una moto de lujo... —pataleaba el suelo con todas sus fuerzas—. Pero soy pobre de nuevo, cara redonda... y es tu culpa.

—¿Eso es lo que más te preocupa? ¿El dinero? ¿No te da vergüenza? —tenía los brazos en sus caderas y lo miraba con el ceño fruncido.

¿Cómo podía ser tan insensible? El dinero era lo de menos en este momento...

—Aunque te esté hablando, no quiere decir que ya no nos parezcas extraño, eh —por un costado, Tenya le decía al pecoso y le señalaba las orejas.

—Tenya, Momo, déjenlo en paz.

—¿Por qué debería preocuparme? —Katsuki se sentó en el suelo, tratando de calmarse.

—Por estar maldito, por ejemplo —Ochaco se sentó a su lado—. No tengo idea de cómo regresarte a tu tamaño normal —le dedicó una mirada fría—. Pero, para ser sincera, tampoco intentaré encontrar la solución —estaba muy molesta con él—. A menos que te disculpes con Deku.

Luego de un largo silencio en el que ninguno de los dos se volteó a ver, el rubio ceniza dijo:

—No quiero.

—Vamos, ¿por qué? —quería aplastarlo allí mismo—. ¿Por qué no te cae bien?

El chico no la miraba, mantenía el ceño más fruncido de lo normal y tampoco respondía, luego de un rato dijo:

Hechízame, brujitaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora