Alucinaciones

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Izuku Midoriya estaba confundido. No recordaba exactamente qué hacía allí, pero estaba en el palacio real. Se abría paso entre la multitud con algo de prisa, pero era difícil con la ropa que sentía le quedaba cada vez más holgada. Buscaba a sus amigos, pero la ropa que le colgaba del cuerpo lo hacía sentir pequeño.

—Hijo, aquí estás.

Al darse la vuelta, miró un hombre con el cabello alborotado como el suyo que estaba elegantemente vestido. Y a su lado, una mujer algo regordeta con el cabello y los ojos verdes como los suyos. Al prestarle atención se dio cuenta de que su piel también estaba cubierta de pecas, justo como la suya. Algo que nunca había visto.

—Te estábamos buscando, cielo —la mujer se acercó y le acarició el cabello, no supo exactamente cómo describir el sentimiento que le provocaba el roce de la mujer—. Vamos, tenemos que escuchar el discurso del rey Shield.

—¿Te pusiste mi vieja chaqueta, acaso? —rio aquel hombre.

Aún confundido, conducido por esas dos personas que no tenía idea de quiénes eran, se acercó a donde podía verse un escenario con el rey Shield allí parado. Un vuelco le dio el corazón al ver cerca de allí a Melissa, estaba hermosa con su vestido de gala. Junto a ella; la princesa Momo, el príncipe Todoroki, el príncipe Neito y Tenya.

Estaba con los de su clase.

Trató de prestar atención a lo que el rey decía, pero le fue imposible concentrarse. Pudo vislumbrar entre la multitud a Katsuki y Ochaco. Ambos prestaban atención al discurso; también lucían ropas de gala y estaban junto a lo que parecían ser sus familias. Quiso hacerles señas, para preguntarles qué hacían todos allí y qué estaba pasando; pero fue en vano.

Ochaco hizo un gesto de confusión. Por otro lado, el rubio ceniza le hizo un gesto grosero tan característico de él, pero tampoco parecía que lo reconociera.

—... es un honor recibir a la familia Midoriya como un miembro más de la nobleza.

Inmediatamente los aplausos los envolvieron y su ansiedad se incrementó. Subieron al escenario, donde pudo ver cómo el maestro Toshinori se acercaba con un pergamino y una pluma con tinta. Aquellos adultos que lo acompañaban firmaron el documento, entonces todas las miradas estaban puestas sobre él. Tembloroso tomó la pluma, sin saber muy bien qué hacer; parecía que se le había olvidado escribir.

—Vamos, firma y ahora serás digno de ella —le susurró aquel hombre, señalando a cierta rubia.

Sintió como su mano se movió sola, firmando en el rasposo papel.

Todo pasó demasiado rápido; la música empezaba y todos bailaban de aquí a allá. La rubia lo jaló hacia ellos, aunque no parecía reconocerlo. Varios jóvenes de su edad que pertenecían a la nobleza lo invitaron a beber un poco de alcohol con ellos, el de ojos esmeralda se negó y aunque lo miraron decepcionados lo dejaron pasar.

—Melissa, ¿qué estamos haciendo aquí? —le susurró a la rubia.

Ella rio, no sonaba como la chica que conocía.

—Está bien que ahora seas un conde o algo así, pero eso no te da derecho de llamarme por mi nombre de pila, joven Midoriya.

Ni siquiera lo miró a los ojos.

Se alejó de allí, escuchó como murmuraban que era grosero pero no le interesó. Estaba asustado y desesperado por irse de allí.

—Kacchan —se acercó al rubio ceniza, éste lo miró con sus penetrantes ojos carmesí—. ¿Qué está pasando?

—¿Nos conocemos?

Sintió la boca seca, en lugar de responder se alejó de allí; saliendo a un balcón.

Hechízame, brujitaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora