La profecía

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—Juraría que escuché un arroyo por aquí —comentó la castaña, abriéndose paso entre la maleza del bosque—. ¿Dónde estará?

—Sabía que no tenía porqué confiar en ti, nos perdiste —se burló el dragón sentado en su hombro.

—Cállate, no ayudaste para nada —le recriminó la bruja, molesta—. Quizás deberíamos volver, de todas formas todavía tenemos algo de agua en las cantimploras.

—¡Tienes el mapa dado vuelta, tonto!

—¿Eso crees, querida? —se acercó a dónde venían aquellas voces—. Ah, mira, una niña, preguntémosle —en el lugar se encontraba un hombre vestido de negro con anteojos al lado de una mujer que parecía enojada—. Hola, pequeña, ¿de casualidad no sabes cómo llegar a la roca flotante? —el hombre levantó la mano para llamar su atención—. Mañana iremos al aquelarre.

—¿Qué? —a su lado el de ojos carmesí se extrañó por la pregunta.

—Ah, no —nerviosa porque Katsuki se enterara del plan principal trató de hacerse la tonta—, no sé, señor, disculpe.

—¿Aquelarre...? ¿Qué aquelarre, mejillas? —le preguntó el dragón en un susurro—. ¿De qué mierda habla esta gente?

—Eres una bruja, ¿verdad? Veo que tienes un duende de mascota, por eso la pregunta —el hombre se acercó y la brujita con algo de miedo retrocedió algunos pasos—. Qué despistado soy, si no lo fueras tendría que matarte.

—No soy un duende... —el rubio molesto refunfuñó.

—¡Sí, sí! —gritó por los nervios, el hombre se había inclinado y la miraba con una sonrisa apenada—. ¡Soy una bruja, señor! ¡Llevo niebla en las orejas!

—De hecho, tu rostro me resulta conocido, jovencita... —la mujer también se había acercado, igual vestía de negro y llevaba el cabello castaño corto por las orejas.

—¿Te parece, querida? —el hombre le preguntó, al parecer eran esposos—. Quizás es compañera de los niños.

—No lo sé.

—¿Hola? ¿Quién eres? —le preguntó a la voz que venía de la torre—

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—¿Hola? ¿Quién eres? —le preguntó a la voz que venía de la torre—. ¿Qué haces ahí arriba?

—Soy la princesa, ayúdame a salir de aquí, por favor.

—¿Princesa? ¿De qué reino? —preguntó más para sí misma que para la chica—. ¿Cómo te puedo ayudar? ¿Te encerró una bruja?

—¡Sube! —le pidió—. ¿Eres mi príncipe?

Se quedó helada con esa pregunta, los brujos se los habían llevado a todos...

—No, ya no hay más príncipes —le respondió con algo de pesar, tomó de los cabellos dorados como si de una soga se tratase y se mentalizó para escalar la torre—. Pero no hace falta un príncipe, yo puedo hacerlo.

Hechízame, brujitaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora