De Regreso A Casa

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—¡Katsuki! —al mismo tiempo exclamaron sorprendidos el peliverde y la rubia.

—¿Quiénes son estas personas que están contigo? —el pecoso desconfiado apuntó la varita, frunciendo ligeramente el ceño.

—No te preocupes, son confiables —sonrió Melissa, tranquilizandolo.

El peliverde se puso como un tomate, pero nadie se percató porque no había tiempo para ello. Pues Katsuki se percató de la castaña desmayada en brazos de la rubia y corrió hacia ellos gritando:

—¡Pero- ¿qué?! —balbuceó casi atragantándose—. ¡Ochaco! ¡¿Qué le sucedió?!

—Se golpeó la cabeza —explicó la de anteojos rotos, afirmando el agarre de su amiga.

—Súbanla a la carroza, la curaremos —Mirio les dijo, para luego subir.

—Dámela, yo la llevo —el de ojos carmesí intentó sostenerla pero la ojiazul le arrebató el agarre, como si de una muñeca se tratara.

—¿Por qué? —inquirió, un poco preocupada—. Yo puedo hacerlo sola.

¿Estaba bien que un hombre la ayudara? No solo la ayudaba a ella, también a Ochaco. ¿A su amiga castaña le avergonzaría que la cargara Katsuki? De seguro ella preferiría que lo hiciera Izuku, pero bueno, ¿quién no? Es decir, el pecoso se ve débil, seguramente no podría hacer algo como ello.

—Dije que yo lo haré.

Y con una gran facilidad tomó a la bruja desmayada cargándola como si de una muñeca se tratase, lo suficientemente rápido como para que Melissa no pudiera interponerse pero lo suficientemente delicado para no hacerle daño a la bruja.

—Bien, tú la cargas —molesta lo miró de brazos cruzados llevar a su amiga hasta la carroza, luego miró a su lado. Izuku cojeaba y trataba de llegar a la carroza sólo, entonces tuvo una idea—: Oye, Izuku, déjame ayudarte. ¿Qué tal si te cargo?

—¿Qué? —el pecoso nuevamente se puso como un tomate—. Ni loco.

—Pero tu pierna es un desastre —explicó la chica—. Vamos súbete a mi espalda, tomé lecciones de esgrima en el palacio, creo que puedo cargar a un niño cómo tú.

Un niño como tú. Por alguna razón esa frase le hizo sentir una punzada en el pecho al pecoso.

—Estoy bien, mira —el peliverde empezó a correr detrás del rubio ceniza.

—No, Izuku, te vas a-

La chica rubia no pudo terminar su frase pues antes de ello el niño peliverde se cayó de cara al suelo.

—Argh —se quejó el chico en el suelo sin fuerzas para levantarse.

—Te lo dije —suspiró Melissa, yendo hacia él para ayudar a levantarlo.

—Perdedor —se carcajeó el rubio.

—Katsuki... —el rubio escuchó como la castaña susurraba en su oído—. Qué bueno... que hoy seas grande otra vez... 

—¿Y quién tiene la culpa de que sea chiquito? —molesto refunfuñó.

—Vamos, lagartija, apúrate —los apuró el rubio desde la carroza—. Los secuaces aún nos persiguen.

—No soy una lagartija.

Subieron y dejaron a la de cabello chocolate en el centro de la carroza, encima de una cálida manta en el suelo de madera.

—Tú eres el que cura mejor así que yo conduciré —le dijo Mirio a Amajiki, que conducía a los caballos.

—De acuerdo, ¿qué le sucedió?

Hechízame, brujitaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora