Miro por la ventanilla el hermoso paisaje mientras el avión aterriza, han pasado tres años desde que me fuí, tres años desde que le rogue a William que me dejara ir, que no aguantaba más, tres años desde que deje a mis hijos, tres años mirandolos crecer en videos de cortesía, tres años sin sentir su tacto, sin oler su piel, sin poder abrazarlos. En estos años he crecido como mujer, realicé una licenciatura en psicología y me he estado especializando en jóvenes que han pasado abusos, jóvenes que veo llegar rotas, sin ganas de vivir, sin ganas de luchar, sin ganas de siquiera darse la oportunidad de ser felices, jóvenes que le arrebataron su infancia, su familia y a quienes quiero darle un futuro.
Desembarco sintiendo mi corazón hecho trizas, no sé si me recordarán, si aún me amaran, están muy pequeños para entender que lo debía hacer, que si quería ser la madre que ellos necesitaba debía primero ser la mujer que yo necesitaba. Camino a paso lento, repasando en mi mente cada vídeo, cada cumpleaños, cada recuerdo que tengo de su cercanía, y le ruego a Dios que me permita estar cerca de ellos, de amarlos con todo, sin rencor, está vez sin dolor.
William cumplió su promesa, me permitió irme, pero, sin mis niños. Andrea me ayudó a establecerme en República Dominicana, y de ahí empezó mi travesía, pero, no hubo una noche que no los pensé, que no llore mirando sus videos, que no maldeci a William. No hubo un día en el que no lo ví reflejado en las miradas de esas jovencitas, no hubo un día en que no recordé cada uno de sus abusos, de sus maltratos, de sus humillaciones, al igual que no hubo un día en el cual no pensé en el calor que emanaba de su cuerpo cuando hacíamos el amor, un día en el cual no repase su mirada llena de dolor mientras toda mi vida la empacaba en una caja, mientras se hincaba y me pedía perdón por todo el daño, mientras me iba y lo dejaba ahí como tantas veces él me dejó a mí, tirada como algo inservible.
En un principio todo fue difícil, me costó ser libre, me costó no tener miedo de cada hombre, de cada mujer, de cada persona a mi alrededor, me costó darme cuenta que nadie podía ver mi dolor, ni mis penas a través de mis ojos, que yo no tenía a nadie que me ofreciera sus brazos y me dijera que todo saldría bien, pero, lo que más me costó fue perdonarme, y darme cuenta que yo no tuve nunca la culpa de nada, y lo que más me costó fue perdonar y darme cuenta que el rencor y el odio solo me harían igual a ellos, personas con el alma consumida en fuego, personas que se quemaban en su propio infierno, personas que nunca tenían paz, ni podían darse el lujo de conocer el verdadero amor.
Cuando llego al área común mis ojos se llenan de lágrimas, William sigue igual a la última vez que lo ví, y cuando nuestras miradas chocan veo que en sus ojos también ha empezado a llover, señala con su dedo índice a mi persona, y una hermosa niña castaña empieza a correr hacia mí, detrás le sigue un pequeño niño, mi pequeño Marko, las lágrimas nublan tanto mi vista que caigo de rodillas y me olvidó de todo, solo siento sus pequeños brazos alrededor de mi cuello, y se que todo ha valido la pena, que mi esfuerzo no ha sido en vano, sé que nunca dejaré que nadie los aleje de mi de nuevo.
William
Me levanto con el alba, no he podido dormir nada está noche, por fin la volveré a ver, por fin podré tenerla cerca después de tantos meses, de tantos días, de estos años, he tratado de reconstruir mi vida, pero, no he podido porque solo la quiero a ella, y no de forma egoísta, bueno, quizás si. Paso la mano por mi cabello y entro al baño, miro en el espejo a un hombre viejo, cansado de luchar contra si mismo, cansado de sus demonios, cansado de su infierno. Me visto con una camisa azul, la cual según Molly hace resaltar el color de mis ojos, un pantalón negro de tela y zapatos a juego, añado un reloj de plata a mi muñeca y me pongo unas gotas de perfume por si ella decide abrazarme.
Ha sido un tiempo difícil, en un principio la odie por dejarme tirado como un perro viejo aunque me humille a sus pies, aunque le pedí perdón, aunque le dije que la amaba, luego entre en trance y me aferre a mis hijos, con todo, hasta que me di cuenta que hacía tantos años que solo me aferraba a sentimientos como el odio, el remordimiento, el dolor y la ira, que me había olvidado de mí y de que yo también podía y merecía ser feliz, así que empecé a ir a terapia mientras veía sus fotos haciéndose una mujer, y decidí que me convertiría en el hombre que ella merecía, que mis hijos merecían, que yo merecía.
Voy a la habitación de Marly y antes de entrar la escucho chillar. — papá, ¿Cómo me queda este vestido rojo? Es igual al cabello de mamá ¿Sabías? — la veo corretear de aquí para allá por la habitación mientras habla más para si que para mí, en un momento se detiene y saca unos zapatitos blancos del armario, se queda un momento mirandolos con el ceño fruncido — ¿Papá crees debo llevar estos o unos color plata? — no puede evitar reír mientras veo su nerviosismo — Tú mamá te encontrará hermosa amor, no importa lo que lleves puesto.
Marko entra a la habitación con Hami y empieza a sacarnos a todos de la habitación. — se hará tardé, vamos. — obedezco a mi pequeño hijo y salimos todos de casa en busca de esa pelirroja que ha marcado nuestra vida.
Llegamos al aeropuerto y nos ponemos a esperar, no pasan 10 minutos cuando la veo a lo lejos y mis ojos se llenan de lágrimas, te amo tanto Madison y te juro que haré lo imposible para que tú también me ames.
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Te Pertenezco (Editando)
RomanceMadison Smells y Madelaine Gruh tienen en común dos maldita cosa, ambas son pelirrojas y ambas son el capricho de un hombre roto y perdido. ¿Qué final puede tener una niña que fue abandonada a sus 3 años en un orfanato, con tan solo un peluche de f...