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Desperté con un ardor en mis nalgas, e instintivamente lleve mi mano hacia ellas para acariciarlas.

— Despierta guapa — Su voz gruesa termina de espantar el poco sueño que aún me quedaba, logrando que me reincorpore de inmediato.

— Date una ducha, y vístete con la ropa que está en esa caja roja — Miro el borde de la cama donde reposaba una caja roja, no muy grande. — Aquí te espero.

Me paro de la cama desnuda, y notó la mirada deseosa de William. Así que acelero mis paso mientras mis mejillas se encienden.

Me duche con agua tibia para relajarme, lave mi cabello y aplique una mascarilla de 15 minutos, termine de ducharme y me cepille los dientes, y luego procedí a envolver mi cabello en una toalla y mi cuerpo en otra.

Seque mi cabello y mi cuerpo, luego me coloque crema humectante, y un perfume de cereza. Mientras pensaba en las últimas palabras de William anoche, me resultaba interesante a la vez que me daba miedo saber de qué hablaba.

Salí del baño y me dirigí a la caja roja, donde estaba la ropa que me debía poner. La abrí encontrándome con un conjunto de ropa interior roja, bastante sexi, un labial rojo y un suéter de terciopelo del mismo color que debía llegarme hasta las rodillas. Me quite la toalla y empecé a cambiarme un poco sonrojada. ¡Este hombre me iba a volver loca!

Pensé en cómo se sentía el tacto de su lengua en mis pezones, lo que provocó que apuntaran al techo, me olvide un rato de lo que estaba haciendo y lleve mi mano a mis senos para mimarlos, me perdí entre esas sensaciones gustosas y empecé a gemir levemente, no supe en que momento William entro a la habitación hasta que sentí su voz ronca en mis oídos.

— Me encanta que estés así de caliente — agarra uno de mis senos con fuerza, provocando que gimiera más alto — eres mi putita. Solo mía.

No logre articular ninguna palabra, pues desde que deje de sentir su calor, un puchero de niña mimada se formó en mi cara. Me vestí lo más rápido que pude, necesitaba sentirlo muy dentro de mí.

El viaje hacia la cabaña había durado dos horas, cuando llegamos mis piernas y mi trasero siquiera los sentía.
Caminamos sin prisa, pues teníamos todo el día para disfrutarnos, Lamernos, olernos y conocer cada lugar recóndito de nuestro cuerpo. Mi vagina palpitaba cada vez más fuerte, mis senos estaban como balas y no era precisamente a causa del clima, en ese momento me di cuenta, era suya, era su mascota y el mi dueño, porque yo le pertenencia, desde aquel maldito día en que me hizo suya, desde aquel maldito día que entre en su casa, en su cama y en su vida.

Te Pertenezco (Editando)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora