Dieciséis.

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Domingo 9 de septiembre, 2029

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Domingo 9 de septiembre, 2029.

     Dicen que la culpa es el peor castigo de todos, que se aferra a ti como un gancho y no se desprende, los Dupain-Cheng eran testigos de aquello y podían confirmarlo.
     El día estaba soleado, ideal para hacer un picnic al aire libre, pero ellos no estaban en Los Ángeles para disfrutar de esa alegre cotidianeidad, de hecho, el motivo que los traía aquí era todo lo contrario.

     Como tenían ciertas influencias, le pidieron al encargado del parque que les diera el lugar exacto donde se encontraba enterrada ella, Emilie Agreste.

     Caminaban los tres tomados de la mano, Tom al costado derecho sosteniendo la mano de su hija, Marinette al medio y a su otro lado Sabine que también se aferraba de ella. Sus rostros delataban los sentimientos que los invadían y ninguno calzaba con ir de picnic.
     La noche que se enteraron de que Emilie estaba muerta fue un pequeño infierno, Sabine lo negaba una y otra vez, mientas Tom miraba sus manos con lágrimas en los ojos. ¿Cómo? ¿Por qué? ¿De qué? ¿Cuándo?

     Emilie había sido mucho más que sólo una empleada, le habían tomado tanto cariño a ella y a su familia que la ayudaron de todas las formas que pudieron. Esta vez no usarían sus contactos para recabar antecedentes porque el motivo era delicado, doloroso y personal, sólo esperarían encontrar el momento preciso para hablarlo con Adrien Agreste, sólo él tenía la palabra.

-Creo que es por acá -susurró Sabine indicando una preciosa lápida al lado de otra con el mismo diseño. Los tres se acercaron más y leyeron lo que estaba escrito, efectivamente era Emilie y a su lado su esposo Gabriel Agreste-. Dios mío -gimió.

-Hace... hace nueve años -murmuró Tom con su voz quebrada, mientras se agachaba frente a la lápida, el nudo en su garganta se fue deshaciendo en forma de lágrimas en sus ojos. Esa esforzada mujer que era el ejemplo para tantas personas, había fallecido poco después de que se fueran a Francia. Pensar en las consecuencias y sentimientos que tuvieron que pasar sus hijos lo estaba volviendo loco. Acercó una mano a la lápida y susurró mientras sollozaba-. Emilie, por favor, por favor perdóname.

     Marinette observaba la escena desde unos pasos atrás, quería que sus padres tuvieran la instancia para comunicarse con ella. Era tanto el desgaste emocional que ni siquiera se arregló y maquilló como usualmente haría la gran periodista Marinette Dupain-Cheng. Era fuerte escuchar a su padre llorar en los brazos de su madre, quejándose por haber sido un bastardo con Adrien y no haberle prestado la ayuda que necesitaba. Sus propios ojos se llenaron de lágrimas, pero apartó la mirada, encontrando una banca donde podía acomodarse y reflexionar sola.

     Levantó los ojos al cielo y suspiró, quería dejar de sentirse como la mierda y sabía que esto era poco comparado con todo lo que tuvo que pasar Adrien, mas también consideraba lo suyo importante y sobretodo el cómo se sentía su familia.

-Emilie -susurró al aire, al sol, a todo lo que la rodeaba, gotitas saladas caían en su barbilla-, no sé exactamente qué hacer para que todos nos sintamos mejor, incluyendo tus hijos. Mira a mis padres, sé que lo sienten en el alma. ¿Los escuchas llorar? Yo también -suspiró-. Traté de acercarme a Adrien, pero no puedo hacer más, no quiero herirlo más -sonrió débil secándose las lágrimas-. Es un gran diseñador, estoy segura de que pronto llegará más allá de la cima, felicidades a ti y Gabriel por lo que hicieron. Sólo te pido una cosa, una sola cosa... -volvió a mirar el cielo despejado, su semblante adoptó de nuevo una expresión de angustia-. Ayuda a tu hijo a encontrar la tranquilidad, si él está bien estoy segura de que todos nosotros también.

Here || Adrinette AUDonde viven las historias. Descúbrelo ahora