[Secuela de Stay]
Si en la mejor noche de tu vida te hubieran humillado, engañado y acusado de algo que no hiciste, ¿qué harías? Adrien Agreste es un buen ejemplo de que no puedes huir para siempre.
Dicen que si algo está destinado a ser, será...
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Dejó el whisky unos segundos en su boca para saborearlo con gusto, a medida que el líquido fue bajando le quemaba, pero esa sensación era grata y comenzó a relajarse. Ninguno de los dos hablaba porque era evidente la incomodidad que había, él sólo observaba a Marinette acomodando cosas en la barra de mármol negro apostada en medio de la cocina.
No podía entender al mundo, no quería reunirse con los Dupain-Cheng y la vida lo hacía tropezarse no una, sino tres veces con ellos en un día. ¡Genial!
Con una mirada tímida, la azabache le acercó el plato donde un gran trozo de lasagna caliente esperaba ser devorado. Adrien se mordió el labio inferior, el olor era tan tentador que apenas pudo contenerse para que Marinette se sentara al otro lado de la barra con su plato. No sabía qué decir, acercó el tenedor a su boca y degustó lentamente el platillo, hasta tuvo que reprimir el gemido de satisfacción porque estaba exquisito.
-¿Quién la hizo? ¿Tienes un chef a cargo de esto? -preguntó luego de tragar.
-Te sorprenda o no, soy la única que maneja este pent-house, quien lo limpia y cocina en él soy yo durante mis ratos libres -dijo con el ceño fruncido. Adrien miró extrañado a su alrededor, ¿realmente tenía una agenda ocupada? Todo lo que sus ojos podían albergar estaba en perfecto estado y a juzgar por cómo vivió mucho tiempo, no creía que Marinette se encargara del cuidado de su casa-. Es en serio Adrien.
-No he dicho nada -siguió comiendo tratando de ocultar una sonrisa, hacía años que no comía una lasagna tan buena, pero no se lo diría, ya había perdido bastante el orgullo el día de hoy.
-¿Cómo te sientes ahora? -murmuró con temor, que estuviese aquí no significaba el perdón ni nada parecido. Adrien levantó la vista hacia ella parpadeando unas cuantas veces.
-Simplemente me siento extraño -apenas llegara a Francia buscaría a un especialista, pasar por un episodio así en medio de la calle podía costarle la vida. Volvió a observar a la dueña de este sitio, ella comía tímidamente en silencio. ¿A dónde se fue la personalidad fuerte con la que lo enfrentó en la conferencia? Sus mejillas estaban sonrojadas, para ella también era difícil estar en esta situación-. Oye, gra -tosió inquieto-. Gracias por ayudarme con lo que pasó allá afuera y por esta comida, aunque eso no... -la azabache rodó los ojos llena de ira.
-¡Adrien! ¡¿En serio seguirás con lo mismo?! Creo ser lo suficientemente inteligente para darme cuenta de las cosas, ya sabes mi posición y yo conozco la tuya -fue brusca a la hora de quitar el plato que le pertenecía-. No hablaré más del asunto a menos que seas tú quien lo desea, no me trates como a una niña que ruega perdón, lo último que hice por eso fue en el restaurante, ya no lo haré más y si te salvé de esa situación en la calle fue porque a pesar de todo el conflicto que nos envuelve no creo que sea correcto dejar que algo te pase.
Le arrebató también el plato vacío y los utensilios para ir a lavarlos al fregadero. Pecar de orgulloso y soberbio, bravo Adrien Agreste, lo estaba logrando. Incómodo se removió en su asiento para ver cómo esa mujer sumergía sus manos en la espuma del lavaplatos y la esponja, todas las personas cambiaban y Marinette era una de ellas. Había tenido muchas mujeres en su vida y bastantes se lanzaban a él por un poco de sexo, y estaba seguro de que ninguna de ellas conocía la función de un detergente.