Treinta.

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     Rapidez, urgencia, miedo y, tal vez, sorpresa

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     Rapidez, urgencia, miedo y, tal vez, sorpresa. Eso y más pasaba por la cabeza de Adrien cuando bajaba las escaleras de G&E para llegar lo más pronto posible a la primera planta. ¿Elevador? No tuvo cabeza para esperar a que subiera, creía que la opción de bajar por la escalera corriendo era mucho más rápida. 

     No podía hacerse una idea exacta de lo que quería hacer Tom en Dijon, la razón que lo había llevado a esto debía ser sumamente importante como para no hacer uso de otros medios para contactarlo, al contrario, había cruzado el océano para verlo.

     La visión que tenía de su alrededor estaba volviéndose lenta, miró sus manos y las notó borrosas, las líneas de las cosas empezaban a dispersarse, lo que sería normal si tuviera problemas de la vista.

     Cuando llegó al último escalón en la primera planta, divisó la figura desgastada de Tom, pero fue incapaz de ir hacia él, un dolor más grande, incluso más que el del accidente, atravesó su pecho. Abrió la boca en una perfecta O y casi como si su cuerpo tuviera vida propia, empezó a sollozar. ¡¿Pero qué demonios?!

     El dolor estaba apretando casi literalmente su corazón, la molestia traspasó su cuerpo y se aferró de su alma con uñas y dientes para torturarlo. Los empleados que pasaban cerca lo vieron tirado de rodillas en el suelo con las manos en su pecho del lado izquierdo, mientras esos sollozos dejaban de serlo y se transformaban en un llanto desesperado.

-¡Está sufriendo un infarto! -le gritó una recepcionista a otra, estaban buscando un teléfono para llamar de emergencia a una ambulancia.

     Pero no era un infarto. Quería decirles. No lo era. Ni siquiera sabía lo que tenía, pero no podía parar de llorar con pena, como si estuviera perdiendo algo en su vida. Estaba agachado, casi en posición fetal, hasta que una voz hizo callar a las demás.

-Déjenlo en paz, por favor déjenlo -sin esperar permiso de nadie, Tom lo ayudó a pararse sujetándolo de su costado-. Necesito una sala para hablar en privado con él, ahora.

-Pero tiene... -Agreste seguía llorando.

-¡No está sufriendo un infarto! -bramó entre dientes, la mujer dio un respingo a ese hombre con sus ojos húmedos, parecía muy peligroso.

     Minutos después, Adrien no supo en qué momento se vio envuelto en silencio, en qué momento ese episodio de angustia cesó y sus lágrimas se secaron. Alzó la cabeza y vio una taza de té humeante que sostenía Tom Dupain hacia él, no dudó en aceptarla y beberla para calmarse un poco.
     Estaba acostado sobre un sofá de cuero negro, tapado hasta la cadera con una manta de polar, no tenía vergüenza de parecer un niño desamparado al que alimentaban con leche caliente, la compañía le venía muy bien y no podía desperdiciarla.

     Pasó el dorso de su mano por el resto de lágrimas que creía tener, pero sus mejillas ya estaban secas, aunque el dolor en su pecho no había cesado, sólo disminuido.

Here || Adrinette AUDonde viven las historias. Descúbrelo ahora