Treinta y siete.

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Al otro día

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Al otro día.

     El vapor inundaba el cuarto de baño del hotel donde se hospedaba, creando un ambiente tan húmedo que aún después de haber secado su cuerpo estaba mojado. No sabía si se estaba duchando para quedar limpio o si lo hacía para calmar su corazón que latía como loco desde que había despertado.

     Apenas pudo conciliar el sueño en la noche, porque hoy era un día bastante especial, por no decir doloroso. Hoy se cumplían exactamente diez años desde aquella noche en la que Luka jugó con las evidencias y lo culparon frente a todo el instituto por un robo que no cometió, esa noche en que Marinette lo miró con rabia y dolor al igual que Sabine y Tom.
     Diez años después estaba en una situación tan diferente, que si le hubieran contado qué pasaría, jamás lo hubiera creído.

     ¿Pero por qué quedarse estancado pensando en el pasado? Porque se distraía, y eso no estaba bien, tenía que cumplir con un horario si no deseaba molestar a una persona muy importante en su vida. Fue así como terminó ajustándose el saco con una mano y con la otra revolvía su cabello en el intento de ahorrar tiempo, minutos después estaba listo y los resultados lo dejaron conforme.
     Una camisa blanca que ceñía su torso, un saco negro arriba, pantalones del mismo color y unos zapatos negros eran su vestimenta para esta noche. ¿Necesitaba algo más?

     Bajó a la avenida que estaba frente al hotel donde se hospedaba y tomó un taxi rumbo a la propiedad de los Dupain-Cheng, una propiedad que obviamente no era más grande que la mansión que tenían en Los Ángeles, pero sí lo suficientemente ostentosa para generar suspiros ajenos.
     Los Dupain-Cheng vivían en un pent-house frente al Central Park, estaba custodiado por dos guardias de seguridad que se turnaban en el día y en la noche para cuidarlos. ¿Era sólo exageración? No, después de lo del atentado querían resguardar la seguridad de su familia, sobretodo porque estuvieron a punto de perder a un miembro de ella. Además, eran una de las familias más ricas del país y estaban en la mira de muchos, siempre.

     El viaje se hizo relativamente corto, estuvo allí en menos de diez minutos y dada la emoción que tenía en su pecho, le pagó el doble al taxista. Bastó decir su nombre en una de las recepciones del edifico para subir en el ascensor y digitar el código que lo llevaría al último piso donde se encontraba el hogar Dupain-Cheng.

     Le hubiera gustado llevar a Marinette al restaurante más bello y caro de Nueva York, o a pasear en un yate por la bahía, pero era imposible, la azabache tenía orden de descansar lo máximo posible en cama y no quería arriesgar su salud. Cuando el ascensor llegó al piso 44, las puertas se abrieron para luego encontrarse de inmediato con dos hombres vestido de negro que lo miraron sin expresiones faciales.

-Su nombre y registro de conducir -Adrien, que ya estaba preparado para esto, sacó su identificación.

-Adrien Agreste, soy amigo de la familia.

-Permiso señor Agreste, esto es de rutina y seguridad -con un sensor de metales lo revisaron de pies a cabeza, antes hubiese sentido ganas de reír, pero el miedo que se vivía en el país y lo que habían pasado los Dupain-Cheng merecía esto y mucho más-. Puede pasar.

Here || Adrinette AUDonde viven las historias. Descúbrelo ahora