CAPÍTULO 2

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Me despierto gracias al sonido de mi despertador el cual marca que son las siete de la mañana. Tengo una hora para prepararme. Lo curioso, es que casi siempre me suele sobrar tiempo, pero nunca me quedo duermo más de las siete, por si acaso. Soy de esas personas que necesitan su tiempo para hacer todas las cosas con calma, sin apresurarse demasiado.

Diez minutos después de haber estado revisando las redes sociales, me levanto de la cama y ando por mi habitación hasta llegar al baño. Cuando llego, me meto en la ducha, la cual no dura más de diez minutos, ya que tengo el pelo corto y me cuesta poco lavarlo.

Salgo de la ducha con una toalla envuelta en mi cuerpo. Ando descalza hasta la puerta del vestidor y, cuando entro, decido qué ponerme. Al final, unos pantalones largos holgados, de color blanco y una sudadera dos tallas más grandes, de mi color favorito —el rojo— son mi elección para el día de hoy. También me calzo unos zapatos blancos y salgo del vestidor.

Voy otra vez al baño para terminar de prepararme. Una vez más, salgo del baño y voy hacia mi espejo, situado al lado de mi estantería, en la cual tengo algunos libros y otras decoraciones. Veo mi pelo pelirrojo, ondulado, con el flequillo liso —siempre me lo pancho—. Mis ojos marrones hoy se ven más claros que de costumbre y mis pecas resaltan más en la zona de mi nariz y mis pómulos.

Me gusta como soy, me siento bastante a gusto conmigo misma. Hay días en los que ese sentimiento flaquea, pero, por lo general, es así. No es algo que me haya costado aceptar. Sé que para otras personas este tema es un poco más complicado, pero no es mi caso. Creo que se debe a que mi familia siempre ha intentado que me acepte tal y como soy, resaltando mis puntos fuertes y dejando a un lado los débiles. Aunque, sí que es verdad que hubo una temporada en la que me llegué a odiar a mí misma. Por suerte, supe salir de ahí y construí una nueva buena autoestima más fuerte y resistente.

Después de mi inspección diaria, cojo la mochila del instituto y salgo de mi habitación. Es bastante amplia y muy luminosa, todas las paredes son blancas y el suelo es gris. También hay amplios ventanales que dejan pasar mucha luz.

Cuando bajo las escaleras, entro en la cocina donde mis madres ya están arregladas, y terminando de desayunar para ir a trabajar.

Y... Sí, he dicho madres, tengo dos madres. No es lo más usual del mundo, y hay gente que se queda un poco confusa cuando se lo cuento, pero me da igual. Tampoco hay que ser muy listo para poder entenderlo.

Son Hannah Miller y Beatriz Lewis —aunque todo el mundo la llama Bea, ella dice que Beatriz la hace sentir mayor—.

Desde pequeña, siempre las he llamado de forma distinta para que no hubiese confusiones. A Hannah, la llamo mamá y, a Bea, mami.

—Hola, cariño.

—Hola, mamá —contesto, mientras ella besa mi mejilla a modo de saludo.

—Hola, cielo.

—Buenos días, mami —saludo a ella también, quien me revuelve el pelo con una mano.

—No hagas eso —me quejo, volviéndome a acomodar el pelo.

—No deberías ir con el pelo mojado, Margot —habla mamá—. Ya empieza a hacer frío.

—Está bien —le resto importancia mientras me preparo el café de todas las mañanas. Cuando lo tengo listo, me siento en uno de los taburetes y doy el primer sorbo.

—¿Vas a coger el coche para ir hoy al instituto? —me pregunta mamá.

—No, voy a coger el autobús, Keith y Emily vendrán conmigo.

—¿Emma no va con vosotros? —Cuestiona mami esta vez, aunque ya sabe la respuesta. Todo el mundo sabe la respuesta, en realidad.

—No, supongo que irá en coche o algún chófer la llevará. Vaya mierda de apariencias. No sé qué tiene de malo ir en autobús —contesto, con un poco de molestia.

Todo por un Sí - #1 [Editando]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora