CAPÍTULO 22

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Mi mano se desliza suavemente por la espalda de Emma, intentando tranquilizarla, mientras que la otra, sujeta sus mechones rubios para que no interfieran.

Se ha levantado hace poco, sobresaltada, despertándome a mí a la vez. Había corrido al baño y había empezado a vomitar. La había perseguido y, en cuanto he visto como estaba, he intentando ayudarla.

Aunque, no sabía muy bien qué hacer, más que esto.

Después de unos cuantos minutos, se calma y apoya en la pared, aún sentada en el suelo. Me coloco de cuclillas, frente a ella y agarro sus mejillas.

Tiene los ojos entrecerrados cuando hablo.

—Emma, ¿cómo estás?

—Genial —habla sin fuerzas, sarcástica—. ¿No me ves?

—Me refiero a qué si tienes fiebre o algo así.

—No, solo tengo ganas de vomitar.

La ayudo a incorporarse y nos situamos frente al lavabo. Pongo agua fría por su rostro y nuca. Los vellos de su piel se erizan por el cambio de temperatura de su cuerpo y el agua.

—Esto es lo que pasa si te bebes cuatro vasos llenos de alcohol sin haberlo probado nunca.

—Margot, no estoy para sermones.

Suspiro.

—Vale. Venga, vamos.

—Espera —agarra mi brazo, impidiendo que me mueva—. ¿Tienes algún cepillo de dientes que pueda usar?

—Sí.

Abro el segundo cajón del mueble del lavabo y saco uno. Se lo extiendo y ella empieza a lavárselos.

Cuando termina, salimos del baño y se acuesta otra vez en la cama. Arropó su cuerpo con las sábanas e impido que se las quite cuando hace el amago.

—Tengo mucho calor.

—Es tu cuerpo, Emma, no hace calor. No te las quites porque, si coges frío, vas a ponerte peor —resopla, pero me hace caso—. Ahora vuelvo.

Bajo a la cocina y cojo una pastilla. Es la que siempre me tomo cuando tengo resaca. Agarro un vaso de agua y vuelvo a subir a la habitación.

—Tómate esto —le extiendo la pastilla y el vaso.

Se incorpora y se la toma. Deja el vaso en la mesita de noche y vuelve a acostarse.

Me acuesto a su lado, ya que sigue siendo temprano, anoche volvimos tarde y sigo teniendo sueño.

Emma se abraza a mí y aprovecho para posar mi mano en su frente, comprobando su temperatura. Ya no está tan caliente. Al menos, era solo calor de la resaca y no de fiebre.

—Siento lo de antes, ha sido asqueroso.

—Un poco.

—Y siento que hayas tenido que estar de niñera.

—No te disculpes por eso, Emma.

—Háblame de algo.

—¿Algo cómo...?

—No lo sé.

—Mhm... —Pienso y, al instante, se me viene una cosa a la cabeza—. Me encantó tu regalo de cumpleaños.

—Sabía que te iba a gustar —murmura, con una sonrisita y los ojos cerrados.

Mi rubia me regalo un dibujo hecho por ella, de una foto que mamá nos tomó cuando éramos pequeñas.

Teníamos alrededor de unos siete años y estábamos sentadas en el césped de un parque. Las dos con la piernas estiradas, yo sonriendo a la cámara, y Emma, con la cabeza apoyada en mi hombro, mirándome y sonriendo.

Todo por un Sí - #1 [Editando]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora