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En lo alto del Mombacho el grito del mono congo suena como lamento de alma en pena. La luna llena recién ha aparecido en el horizonte atravesada por una nube. Desde el volcán se ve redonda e inmensa, propicia para los ritos. En la cabaña de Xintal, Samuel y doña Carmen terminan de cenar gallo pinto, queso y tortillas. Xintal mueve el café en el fuego y el aroma a canela con que ha mezclado el grano negro, secado y molido por ella misma, impregna el ambiente de efluvios benéficos. Es necesario ahuyentar el aire pesado de las tristezas de la Sofía que los ha convocado esta noche. Cada uno de ellos debe limpiarse de las penas ajenas que se les han adherido a la piel, para así poder verlas de largo y encontrarles remedio. Ninguno tiene prisa. Todavía faltan algunas horas para que la luna suba al medio del cielo. Acomodados en taburetes en la cocina alrededor de la simple mesa de madera de pochote, sacan los puritos chilcagre y los fuman alzando torres evanescentes de humo. Xintal sirve el café en los pocillos y les cuenta del agua turbia de la poza de las adivinaciones donde ha visto a Sofía acercarse a la mágica puerta del centro de la laguna de Apoyo; la puerta estaba en llamas y eso significaba que ella tendría que arder antes de poder traspasar el umbral de la iniciación y llegar frente al espejo que al fin le devolvería su imagen. —Lo mismo dice el Tarot —habla doña Carmen—, la carta de la Sofía es la torre en llamas; la purificación a través del fuego. —Pero me dijiste que en la última tirada, le salió el Universo—interviene Samuel— Esa carta es positiva... La carta del Universo es la trascendencia, el símbolo de la transmutación, el último de los arcanos mayores, la mejor de las cartas; anuncia el fin de la jornada, la llegada al centro del ser, el descubrimiento del espacio donde el aire interior puede danzar sin angustias regocijándose en su propia energía, protegido por los círculos de fuerza. Es la armonía de luz y oscuridad: la reconciliación de los polos en pugna que pueden desmembrar el cuerpo y el espíritu. Sí, dice doña Carmen, en la última tirada a Sofía le salió la carta del Universo, pero también salieron el Diablo, la Torre y el Ermitaño. Ellos tienen que convocar la columna de luz para que Sofía pueda salir de los campos oscuros y ver su propia imagen; tienen que llamar a la Madre Antigua para que Sofía pueda saber dónde está enterrado su ombligo y no se quede flotando sin dirección en el vacío de su propio desconcierto. —La madre de la Sofía no era gitana —dice Xintal—. Para los gitanos, ella siempre fue una extraña y su hija nunca le perteneció. Yo la vi penando en un país de tierras arrasadas. —Una mujer sin madre es como un alma en pena -dice Samuel. —...hasta que tiene una hija —dice doña Carmen— Si es que rompe el hechizo y no la pierde. —¿Y el amor de Jerónimo? -pregunta Samuel. —¡Máchala! ¡Máchala! —dice Xintal—. Ese no es amor, es necesidad. Hay que invocar a la Madre Antigua y el amor de Jerónimo ya no será necesario. —Tenemos que encontrarle madre a la Sofía. —Tenemos que desentrabarle el corazón. —Tenemos que llamar otra vez a la Eulalia. La noche es viva en el Mombacho, plena de ruidos y chirridos de árboles que se acomodan para dormir; es febrero y el viento se ha convertido en mar y rompe sus olas contra los platanales, los laureles y los elequemes florecidos. Hace fresco y doña Carmen se acomoda el suéter sobre los hombros y se levanta a ayudar a Xintal a preparar el agua, la sal, las candelas Y las vasijas de lodo negro de San Juan de Oriente, para el rito. Samuel corta tres floripones y los pone en el agua hirviendo. Los brujos se mueven en silencio porque ya se va acercando la hora de subir al lugar de poder donde oficiarán la ceremonia. Cuando el té de floripón está preparado, Samuel lo vierte en una vasija y le pone la tapa de barro. Terminan los preparativos y salen los tres de la vivienda de Xintal. Caminan despacio hacia el monte que, desde tiempos anteriores a la memoria, ha guardado el magnetismo que atrae la columna de luz todo el camino desde la laguna de Apoyo. El monte es un cono truncado; en su cima hay un círculo de árboles creciendo muy juntos uno al lado del otro. Los campesinos del lugar no se atreven a acercarse porque se dice que de ese sitio salen todas las serpientes que habitan en el Mombacho. Xintal, quien se ha encargado de propagar la leyenda, sabe que esto no es cierto y que lo único que encontrarán es una boa pacífica y haragana que vive en el tronco de un ceibo. Van subiendo y a su paso las pocotas nocturnas levantan vuelo. En la clara luz de la luna se adivinan los ojos amarillos de los búhos y los cárabos entonan su canto grave y lastimero. Caminan en fila india por el angosto sendero y después de atravesar una colonia de coludos gigantes creciendo tupidos a la altura de sus cabezas, salen al claro de la cima. En el lugar apenas si sopla viento porque la espesura de los árboles que rodean el círculo mágico rompe las corrientes y crea un espacio redondo de calma y silencio. Xintal cruza el redondel cubierto de hierba salvaje y mira desde abajo a la enorme boa enrollada en el ceibo, dormida como siempre, haciendo seguramente la digestión de algún jaguar distraído. Samuel y doña Carmen ya han puesto en el suelo los elementos que usarán en el rito y en pocos momentos todos están en actividad. Con el lodo negro de San Juan de Oriente y la vara, Samuel traza un círculo negro que abarca la casi totalidad del claro; doña Carmen va regando sal sobre el círculo, al tiempo que Xintal lo riega de aguardiente de caña de azúcar. Una vez hecho esto, los tres se pintan las caras con el lodo negro, se pintan las cejas, los párpados y todo el rostro para que la luz no los deslumbre y los espíritus curiosos no les adivinen la identidad y lleguen después a invocarles favores. Una vez pintados, se toman de las manos y penetran al círculo negro y en el centro hacen otro círculo con las candelas de sebo serenado. Luego se sientan en el espacio detrás de las candelas y Samuel saca la vasija con el té de floripón y los tres van tomando grandes tragos hasta vaciarla y siguen sentados con las piernas cruzadas mientras sienten que el cuerpo se les va relajando, cierran los ojos y se ponen en contacto con la fuerza interior que les empieza a danzar en el vientre, en el estómago, en los pulmones con la euforia de verse liberada y suelta para bailar. Se ponen de pie y comienzan a dar pasos suavecitos, pasos de danzas remotas y con los ojos abiertos pueden ver los ojos de los árboles que son muchos y verde profundo y los saludan y les cantan. Bailan cada vez más rápido y la danza despierta a los pájaros azules que se enfilan y vuelan en círculo sobre el redondel que trazara Samuel con su vara y pronto hay una algarabía de insectos y mariposas nocturnas, pocoyas y lechuzas sobre la luz de las candelas. La luna se ha colocado ya en el cielo sobre el círculo de velas, Xintal da el último paso de baile, se detienen los tres y ella entona el canto de llamada a la Madre Antigua: «Bendícenos madre porque somos tus criaturas. »Bendice nuestros ojos para que veamos la belleza invisible. «Bendícenos la nariz para oler tus perfumes. «Bendícenos la boca para que digamos las palabras mágicas. «Bendícenos el pecho para que lata nuestro corazón en armonía con las plantas. «Bendice nuestras piernas, bendice nuestros sexos creadores de la vida. «Bendice nuestros pies para que bailen la alegría de la cosquilla. «Bendice esta noche para que la luz venga hasta aquí y la que no tiene madre encuentre su ombligo.» Samuel y doña Carmen unen sus brazos a los brazos en alto de Xintal y los tres juntan sus frentes formando un círculo dentro del círculo de las candelas y piensan y piensan en el centro de la laguna y llaman a la columna de luz que se esconde en sus aguas. Los hombres y mujeres insomnes de los pueblos vecinos sienten cómo los vence el sueño luego de tanto desearlo; se duermen profundamente; los que están dormidos caen en un hondo sopor donde dejan de soñar. Los perros y los gatos se quedan quietos, se echan y también se duermen. La laguna se queda quieta, se detiene el viento, y del centro del agua surge magnífica la columna de luz. Primero es como si un faro hubiera encendido su ojo en la profundidad de la laguna lanzando un haz luminoso recto hacia el cielo, pero pronto las partículas de luz se mueven con fuerza centrífuga y forman un tornado luminoso que se levanta sobre el agua, sube al medio del cielo y empieza a moverse despacio, como si bailara, en dirección al Mombacho. Xintal, Samuel y doña Carmen cantan suavecito sin moverse de posición y sin dejar de pensar con los ojos cerrados. Al poco rato sienten la presencia de la luz que los baña y cuando abren los ojos la columna de luz se ha posado sobre ellos en medio del círculo de las candelas. Tomados de las manos se sientan en el suelo, encorvan sus espaldas hasta que sus cabezas se tocan, para unir la energía de sus pensamientos y que sus peticiones puedan subir por la columna de luz hacia el vientre de la Madre Antigua. —Te hemos llamado para hablarte de la mujer sin ombligo -dice Xintal sin abrir la boca. —Su cuerpo está germinando pero no habrá cosecha si su cuerpo sigue flotando en el vacío —dice Samuel. —Necesita una madre para poder encontrar su imagen en el espejo —dice doña Carmen. —Necesita amor para que se le destrabe el corazón —dice Xintal. La columna de luz se abre en la parte superior formando un cono iluminado en el centro del claro. Doña Carmen, Xintal y Samuel sienten que la mente se les abre y que cada uno puede sentir los pensamientos de los otros y hasta los pensamientos pequeños y claros de los pájaros y las mariposas. Los tres tienen la visión de Eulalia saliendo a través del lugar donde el cono de luz se inserta en la tierra y llegando a la cama donde Sofía duerme embrocada sobre sí misma en posición fetal, con el sueño pesado que la columna de luz ha hecho posarse sobre los habitantes de la zona esa noche. Eulalia entra a la habitación y toma a Sofía en sus brazos como si no pesara y fuera una niña pequeña, luego la lleva a una mecedora y empieza a mecerse con ella en los brazos al tiempo que canta canciones de cuna. Eulalia aprieta a Sofía contra su pecho, le acaricia la cabeza, le soba el pecho hasta que una luz apenas perceptible comienza a brotar entre las costillas de la muchacha y se va concentrando para formar un cordón de luz que va de su corazón a su ombligo. Xintal ve el corazón de Sofía convertirse en un pájaro de plumas multicolores y el cordón de luz volverse una serpiente que se enrolla alrededor del jaguar que le sale del ombligo. Samuel, por ser hombre, sólo presiente las visiones de las dos mujeres y tiene una sensación confusa que le hace mover los labios como cuando era niño y lactaba. Eulalia mece y mece a Sofía y a su canto gutural se unen las voces de doña Carmen y Xintal a quienes el vientre les empieza a doler con el recuerdo de los partos. Xintal sabe que la Madre Antigua las está preñando para que vuelvan a dar a luz a la Sofía y esta pueda renacer con un nuevo corazón que sea la unión de serpiente, jaguar y pájaro. Varias horas están los tres acompañando a Eulalia hasta que ella vuelve a poner a la Sofía en su cama y otra vez la ven aparecer en el cono de luz y desaparecer dentro de la tierra hacia la zona donde viven los espíritus que comunican a los vivos con los muertos. Al disolverse la visión de Eulalia, el cono de luz se cierra otra vez en un haz recto y los tres se ponen de pie, se abrazan y sienten bajo sus pies la fuerza de la luz que empieza a ascender, como el surtidor de una fuente, llevándolos a ellos en la cresta hacia arriba, hacia el agujero del cielo donde podrán asomarse al infinito y fundirse en el tiempo donde todo existe a la misma vez. Xintal es la primera en despertar. Se sienta y ve a su lado a doña Carmen y a Samuel, dormidos junto a las velas consumidas y a las vasijas vacías donde hubo lodo y té de floripón. En la naciente luz del sol, el Mombacho recupera su perfil de volcán apagado y majestuoso. Ya no se escucha el aullido de los monos congos y apenas si algunos pájaros azules sobrevuelan el círculo mágico donde la noche anterior los tres se asomaron a la puerta del Universo y vieron a Eulalia salir de la tierra y mecer a Sofía hasta que ella pudo incorporar a su memoria el recuerdo de amores maternales. Sofía estará tranquila ahora, piensa Xintal. Su cuerpo se volverá capullo y cuando el jaguar, la serpiente y el pájaro alcancen su madurez, podrá renacer y encontrar su centro.

Sofia de los presagiosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora