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Ya no le caben dudas a Sofía de que
vivirá encerrada bue na parte de su vida, su
juventud entera quizás, pero nunca toda su
existencia. Algún día, se dice, cruzará las
puertas de metal del muro y saldrá de allí sin
volver siquiera la ca beza. Mientras tanto no
perderá su tiempo en llantos y la mentaciones.
Ella no podrá tener lo que quiere, pero tam
poco lo tendrá Rene.
Rene la observa y piensa que es
orgullosa la mujercita, pero que el orgullo se
le vencerá con el tiempo y con los hijos que
tendrán que llegar porque él cumple religiosa
mente con su parte de hombre preñador,
copulando con ella todas las noches aunque
esté cansado, aunque ella no haga ningún
ruido y sólo se quede inmóvil debajo de él con
los ojos abiertos viendo para el techo como
una esta tua fría y bella.
Don Ramón acepta también la situación
de la hija, re signado a que ya ella no le
pertenece; es del marido celoso que tanto la
cuida y que él, en el fondo, comprende. No
puede reprocharle a Rene el momento de
pánico del día de la boda y la forma en que el
miedo le marcó y le hace ver fantasmas y
temer que ella se le vaya. El vivió ese mis mo
miedo cuando la Sofía crecía; el miedo del
posible regreso de las caravanas de gitanos y
la Sofía saliendo detrás de ellos, siguiéndoles
con ese brillo de los ojos que a él le
preocupaba cuando la llevaba a Managua y la
veía quedarse extasiada con las luces y el
movimiento de la ciudad. Ahora sólo puede
ayudarle a soportar mejor su encierro y rezar
para que pronto quede preñada y tenga hijos
que le hagan más llevaderos los días iguales
de la ha cienda.
—Dígale a Fausto que venga con usted y
me traiga li bros, papá —dice la muchacha.
Fausto llega con don Ramón a media
mañana, cuando Rene no está. Le lleva una
caja llena de libros de todo ta maño y una
enciclopedia.
—Esta enciclopedia es El tesoro de la
juventud -le dice—. Es para adolescentes,
pero enseña muchas cosas.
Ella abre los libros blancos de marco
dorado y mira el libro de los porqué, los
personajes, los cuentos y abre la caja donde
hay novelas de misterio, novelas de amor,
revistas. —Me hubiera gustado traerte mejores
libros —dice Fausto, pero esto es todo lo que
pude conseguir por el mo mento.
Ella está contenta y lo abraza. Le da un
beso en la me jilla, mientras don Ramón les
dice que se queden platican do un momento
porque él tiene que arreglar el traslado de
unos cortadores de café con Fernando, el
mandador.
—Así que te tiene encerrada ese
cavernícola —dice Fausto cuando don Ramón
desaparece.
Sofía le cuenta con rabia lo de Gitano, y
cómo todos los empleados de la casa y de la
hacienda, la vigilan con temor porque Rene
los tiene amenazados si ella sale sola; le
cuenta lo del muro que el marido mandó
construir, la gran televisión que compró para
tenerla entretenida des pués que ella intentó
salir, le lleva a enseñar su cuarto de costura y
está a punto de contarle lo de las pastillas an
ticonceptivas, pero se contiene.
—¿Y qué vas a hacer? —pregunta
Fausto. —Leer y ver novelas en la TV —dice
ella. Fausto la mira con tristeza. Le ha
tornado cariño y has ta ha pensado que quizás
con ella, él podría intentar ende rezar sus
atracciones hacia el otro sexo, pero no tiene
nin guna intención de complicarle más la
vida.
—Lo importante es que no te dejes
vencer —le dice— que busques cómo
entretenerte. —Sí —dice Sofía.
—Decile que te mande a poner un
teléfono —aconseja Fausto— así te voy a poder
llamar desde Managua para platicar, porque
seguro que no va a dejar que me acerque por
aquí muy a menudo.
Sofía domina la soledad, se encierra con
ella en su cuarto de costura y le habla. A ratos
cose y a ratos lee. Varias horas al día se las
pasa en el jardín dentro del muro. Con la
ayuda de Florencio, el jardinero, ha planta do
rosales, buganvillas y cercos de helechos a la
orilla de palmeras enanas. Aprende de
botánica y limpia en la par te de atrás, entre
la casa y el muro, una huerta donde co secha
tomates, zanahorias y lechugas. Rene está
contento con las inclinaciones agriculturas de
su mujer. La lleva en las tardes, cuando
regresa, a caminar fuera del muro para que
vea los cafetales y los árboles centenarios que
les dan sombra, le cuenta de sus actividades
del día y comenta so bre la crisis económica
del país después de guerras y hura canes.
Sofía lo escucha y habla de sus
siembros y las clases con Engracia. Está
bordando cotonas para vender en el mercado
de Masaya.
Le dice que echa de menos a Gertrudis,
quien se fue a trabajar a Managua como
secretaria de una línea aérea. —¿Por qué no
pones un teléfono en la casa? —pregunta. Ha
trabajado silenciosamente para que él diga
que sí.

Sofia de los presagiosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora