Capítulo cuatro.

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Dos veces en mi vida he identificado este latido dentro de mi pecho: Y una vez fue cuando mataron a mi padre frente a mi hermano y a mí.

Trago grueso ante la mirada dulce de la doctora, que por alguna razón aún tan desconocida me incomoda un poco.

—Buenas tardes ¿Ya se va? —pregunto en voz baja, más por tratar de tener un tema de conversación que por curiosidad al mismo tiempo que abro mi casillero.

—Sí, estuve toda la noche de guardia, es hora de irme—contesta en voz baja.

La mujer saca un bolso de su casillero, me sonríe y sale del lugar.

La veo irse, y me quedo mirando como desaparece tratando de descifrarla solo por un momento, no es una persona transparente, aunque lo parece. Sin embargo, trato de recordar donde y cuando he visto yo una cicatriz parecida a la de ella. Pero supongo que estoy muy aturdido porque no puedo recordar.

Sacudo la cabeza para dejar de entretenerme en tonterías, tomo mi cofia de corazoncitos azules (la cual la tengo porque Daniela la escogió para mi), cierro el casillero y me dirijo a donde debo tener mi concentración: Un paciente.

Sacudo la cabeza para dejar de entretenerme en tonterías, tomo mi cofia de corazoncitos azules (la cual la tengo porque Daniela la escogió para mi), cierro el casillero y me dirijo a donde debo tener mi concentración: Un paciente

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«Vamos, late, por favor, reanímate» repito una y otra vez en mi mente cuando apago la máquina de derivación cardiopulmonar e intento que el corazón del paciente empiece a latir por su propia cuenta.

A pesar de que en el fondo suena Prelude in C major de J.S Bach siento mucha tensión en el ambiente y eso es gracias a que el corazón de este paciente no ha empezado a latir cuando debería.

No puedo perder a otra persona más hoy, mi tasa de mortalidad debería de bajar, no subir.

Suelto el aire que tengo retenido cuando el monitor de signos vitales empieza a dar sonidos intermitentes que se escuchan por toda la habitación.

—Hay signos vitales, doctores. —nos informa una de las enfermeras que están en el equipo.

Al escuchar estas palabras relajo mis hombros y empiezo a cerrar el pecho de un señor de 53 años, para caminar hasta la salida del quirófano, luego de darle las gracias al equipo y felicitarlos. Me quito todas las protecciones de cirugía.

Es hora de ir a casa, estoy demasiado cansado.

Me cambio, camino hasta mi Toyota Corolla del 2015 color plateado, me estiro cuando estoy dentro y empiezo a conducir hasta mi departamento.

Llego en cuestión de 20 minutos ya que el tráfico está bastante ligero a estas horas de la noche. Saludo al conserje y subo al piso 10 donde queda mi departamento. El lugar esta oscuro y silencioso, dejo mis cosas en el sillón de la sala y camino hasta el pasillo que está a mano izquierda para ir a la habitación de Dani.

La niña está en su cama, dormida y acurrucada junto a Nathaly.

No me gusta dejarla sola mucho tiempo, ella apenas es una niña y a esta edad absorbe absolutamente todo lo que ve y siente, pero para darle a mi hija la vida que merece debo trabaja fuerte, ya soy el doctor que siempre soñé y sacrifiqué mucho tiempo con mi familia por eso, y ahora debo dejarle a ella un patrimonio.

CAFUNÉ.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora