Capítulo veintinueve.

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Odio la sensación de no poder controlar algo, me fastidia. Con Isis siempre siento que no tengo el control, sin embargo, me agrada demasiado.

Mi comodidad con ella supera mi comodidad con el control.

Mi celular suena con la notificación de que me necesitan en emergencias apenas he terminado de almorzar. Me despido de Luis para caminar hasta el lugar mientras me coloco la bata blanca.

Cada vez que pasa esto me dan nauseas, odio que me llamen de emergencias cuando no he ni terminado de tragar el ultimo bocado de comida, eso me pone de mal humor.

—Doctor, pulmón perforado por costilla rota gracias a una caída—una enfermera me informa de la situación apenas entro a la sala seis de emergencias.

Me coloco los guantes, tomo mi estetoscopio y empiezo a revisar al paciente para estar seguro del diagnóstico. No soy alguien que dude de los enfermeros, pero siempre hay que verificar por uno mismo de las situaciones.

—Un quirófano de emergencia, por favor—le hablo a la mujer que me recibió. Miro a mi alrededor y me encuentro con tres personas—Y que me manden a un residente, necesito ayuda—le hablo de mala gana.

Me dirijo al quirófano de mala gana, quiero evitar las náuseas, pero se me está haciendo complicado.

Recibo al residente, me coloco el equipo de protección, lavo mis manos y entro a la cavidad torácica de la joven para tratar de arreglar la perforación.

Cada vez que me colocan una música clásica de fondo y empiezo a operar me enamoro más de mi trabajo. Y sí, es difícil, agotador física y mentalmente, son muchas horas de turno y lejos de la familia, pero todo eso se olvida cuando la persona que tienes en la mesa despierta, se encuentra bien y está tranquila.

Las horas de cirugía casi ni las siento cuando ya estoy cerrando la herida. Todo sale sin ningún tipo de complicaciones, creo que es el trabajo más tranquilo que he realizado en un largo tiempo. Me separo de la paciente y observo todo lleno de sangre, miro al monitor para verificar sus signos vitales.

—¿Aviso a los familiares, doctor? —me habla el residente que ha estado conmigo.

—Sí, vamos avisarles—salgo del quirófano para quitarme el equipo de protección.

Siento como la mirada de todas las personas que están en el quirófano están sobre mí, comprendo la sorpresa.

Es verdad lo que dice Isis, debo aprender a involucrar a las familias en esto. Ella me estaba hablando desde el punto de vista de alguien que ha estado en la sala de espera de un hospital. Observo a dos mujeres y un joven a lo lejos.

—Son ellos—me dice el residente.

Y lo comprendo, yo también fui una vez alguno de ellos. Aunque nunca voy a poder olvidad el nombre y rostro del doctor que me dio la peor noticia de todas, Isis tiene razón, no solo estamos involucrados con algo negativo, también somos parte del milagro.

Recordé que aquella vez lo que llegó a reconfortarme fue el hecho que el doctor llego a nosotros y nos avisó que hizo todo lo que estaba en sus manos para salvar a mi padre a pesar de que no había mucho que hacer. Supongo que eso es lo que estas personas necesitan.

—Familiares de Carolina Ferrer—llamo apenas entro a la sala de espera.

Las dos mujeres y el joven se acercan a nosotros casi corriendo con sus miradas esperanzadas.

—Somos nosotros—habla el joven—somos sus hermanos.

—La cirugía salió muy bien—en el rostro de las personas se refleja el alivio—Su hermana estará en UCI solo hasta que despierte, si no hay complicaciones en la recuperación la pasaremos a un cuarto—les informo.

CAFUNÉ.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora