Capítulo veintisiete.

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Isis se separa de mi para dejarme entrar a su casa. Me guía hasta la cocina para llevar las bolsas ahí.

Observo como uno de sus gatos está durmiendo tranquilamente en el sofá. Considero que esta casa es demasiado grande para ella sola, aunque al ver las fotos y decoración que tiene me doy cuenta que tal vez no la ha vendido porque aquí vivían sus padres.

—Discúlpame por aparecer sin avisar—me detengo en la entrada de la cocina.

—No te preocupes, tampoco estaba haciendo nada interesante—saca un bol para revolver todas las frituras que he traído—Estaba viendo un maratón de The Good Doctor.

Sonrío al verla destapar las bolsas y lanzarlas en el bol mientras come.

—¿Cómo te sientes? —pregunto.

Ella solo se encoje de hombros sin emitir ningún sonido. Eso me alarma un poco, Isis no es así, siempre está hablando, a cada rato tiene algo que decir.

—He tenido días mejores—susurra.

Por puro instinto me acerco a ella, la tomo por los hombros para que deje lo que está haciendo y la abrazo. Ella simplemente se hunde en mis brazos sin devolvérmelo.

—¿Cómo te sientes? —repito.

—¿Puedes quedarte? —pregunta en un hilo de voz que me destroza el corazón.

Nunca la había visto así de desganada. Isis siempre tiene una sonrisa, esta alegre, es de esas doctoras que pasa por el pasillo y saluda a todo ser viviente que se mueva, a ella la conocen en todo el hospital, hasta los que no son de nuestra área. Incluso en sus días difíciles sus ánimos están por encima de cualquiera.

Todo esto me alarma porque sé que no está bien y no pretendo dejarla sola.

—Siempre que me lo pidas, aquí voy a estar—le contesto.

—Ven—se separa de mí, agarra el bol y la botella de Pepsi como si de eso dependiera su vida para salir de la cocina.

Yo la sigo en silencio, pasamos un pasillo amplio. Ella entra a una habitación y yo me quedo en el umbral.

La habitación es bastante amplia con una cama matrimonial, un televisor, un escritorio lleno de papeles junto a un portátil y dos mesitas de noche. A un costado se puede observar la puerta del closet abierta.

Isis se sienta en la cama en posición de indio con la taza entre sus piernas y la botella a su costado, me mira, hace una seña con la mano para que entre al lugar.

Todo este lugar huele a ella y eso me intimida por un segundo, pero sigo mi camino.

—Traerme a tu cuarto con la excusa de un maratón de serie es una labia bastante vieja de tu parte—bromeo con ella mientras me acerco a la cama.

—Ven siéntate—palmea a su lado sonriendo—Voy comenzando la segunda temporada.

Está bien, por lo menos le he sacado una sonrisa.

Saco mis zapatos y me siento a su lado en la misma posición. Ambos mirando al enorme televisor frente a nosotros al mismo tiempo que ella vuelve a reproducir la serie.

Y así nos quedamos todo un capitulo; uno alado del otro comiendo chatarra y bebiendo refresco directamente de la botella mientras comentamos acontecimientos de la serie, mayormente médicos, y ni en las citas más costosas con diferentes mujeres me sentí tan a gusto como ahora.

Comenzando el siguiente capítulo yo me recuesto en la cabecera por inercia y extiendo mis piernas. Isis por su parte se acurruca a mi lado colocando su cabeza en mi hombro. Una posición que me llena de confianza y tranquilidad.

CAFUNÉ.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora