Capítulo catorce.

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22 de octubre 2021

No me gustan muchos los turnos de tarde ya que eso significa quedarse en el hospital hasta 17 horas y exactamente hoy no es el día perfecto para eso.

Es sábado, Nathaly está enferma, mi madre está en México en un tour que le he regalado para su cumpleaños y Dani no tiene con quien quedarse.

Y no es que desconfíe de mi hija preadolescente de 11 años que se quede sola en casa, pero la verdad no me gusta dejarla sin supervisión.

—"Daniela, apúrate por favor. "—le señalo a mi hija

—"No me apures, papá" —me contesta ella.

Odio cuando se tarda tanto, y más en estos momentos que voy tarde al trabajo.

—"No te tardes tanto" —salgo de su habitación para caminar hasta la mía.

Normalmente dejo mis batas en el hospital, pero las he enviado a la tintorera y me las han enviado a casa, así que guardo en mi maletín las telas blancas dobladas.

Cuando salgo ya Daniela está en la sala con cara de pocos amigos, no es muy fan de ir a mi trabajo, pero no hay de otra.

Salimos del departamento y edificio lo más rápido que puedo. Dani está en el asiento del copiloto metida en su celular con unos audífonos enrollados en el cuello. Hace unos días me ha pedido unos y la verdad no entiendo para qué.

He llegado a pensar que está por pedirme nuevamente que la lleve a su médico para poder usar prótesis auditivas, que para ser sincero no quiero ponérselos, son demasiado incomodos y muchas veces hacen daño a la persona que los usa.

Llegamos al hospital, la dejo en la oficina con su computadora y celular. No es que esta más segura, pero por lo menos está cerca y todos aquí saben que es mi hija, sin yo decir una palabra sé que la van a vigilar y cuidar.

—Es idea mía o es Daniela quien está en la oficina hablando con una residente—Entra Isis al lugar donde están los casilleros.

Volteo a verla con las cejas arrugadas mientras me coloco la bata blanca.

—¿Hablando? —pregunto.

—Bueno, técnicamente están escribiendo en su celular, aunque eso es un método de comunicación no exactamente hablar.

Eso es lo que más odio, que traten a mi hija de forma diferente. Y sé que ella lo es, es especial por no dejarse llevar por su discapacidad y aun así ser una persona bastante social.

—¿Quién es? —guardo la libreta y algunos bolígrafos en mis bolsillos

—Fernanda, tu admiradora—esto último lo dice con una sonrisa.

Pongo mis ojos en blanco, desde aquella noche que la residente me entregó el celular, Isis y Marie han estado diciendo este tipo de comentarios. No me molestan, me dan igual.

—Tú y Marie deberían de dejar pasar eso, fue hace días—ambos salimos del salón para caminar hasta la sala de emergencias.

—¿Dejarlo pasar? —la pelirroja suelta una carcajada. —ni loca. Me gusta tu timidez a pesar de ser un hombre ¿de cuánto? ¿34 años? —me señala.

—Primero, yo no soy tímido. Y segundo, tengo 35—le aclaro.

—Para lo único que no eres tímido es para esto—señala la sala de emergencias—tu trabajo, aquí si eres arrogando y fastidioso.

Sonrío amplio.

—Nos vemos, Aranaga. —sigo caminando mientras ella se queda en el umbral del enorme espacio.

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