4.

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Desde su primer año escolar cuando aún tenía entre tres y cuatro años, Alexa adoraba a sus maestras y el trabajo que hacían. Tuvo muchos excelentes profesores y otros que no tanto en el transcurso de su educación, pero su sueño de algún día ser como ellos, nunca se desvaneció.

Tras graduarse hace tres años de la universidad, con una licenciatura en educación, entró a trabajar a un colegio privado de Londres dando clase para niños de once años en adelante. Nunca se ha arrepentido de su elección, inclusive, a la fecha, desea fervientemente hacer una maestría en psicología infantil, pero eso tendría que esperar.

Era la clase de maestra que llegaba a primera hora del día y organizaba el salón para recibir a sus alumnos con la mejor presentación posible, desagraciadamente eso había cambiado los últimos días. Su energía iba en decadencia, con mucho esfuerzo se podía levantar una hora antes de su entrada al trabajo, ni se diga organizar todo para sus clases, y sus alumnos notaban aquello.

Ese lunes, llegó con retraso puesto que su alarma no había sonado y ella no había podido pegar un ojo hasta las cuatro de la mañana. Afortunadamente, era un día en el que no tenía que dar clases. No se sentía capaz de hacerlo. Para ellos, era un día especial, día de conferencia. Era la oportunidad perfecta para saltarse clases y escuchar algo distinto que no fuera la voz de su maestra. La directora se lo había mencionado desde la semana pasada, pero lo había olvidado por completo. Un doctor los visitaría para dar una platica sobre educación sexual y su grupo junto con el de los niños de doce años estarían presentes.

-Hagan fila, por favor- les pidió. Entre empujones, obedecieron. Inquietos y hablando en voz tan alta que la aturdían, los guio en fila hasta la sala de conferencias.

-Hagan silencio, chicos- les señaló la fila en la que se acomodarían y una vez más, entre empujones, risas y quejas, todos adoptaron un lugar. Alexa se dejó caer junto a una de las niñas que no dudo en sacarle platica, hablando sin cesar.

-¡Alexa!-gritó la maestra Nidia desde el escenario, tras las cortinas. Suspiró con alivio y puso a uno de los chicos a cargo antes de acudir al llamado.

-¿Qué sucede?- preguntó tras las cortinas del escenario. Miró de reojo a su grupo de alumnos que hablaban a gritos con los de un año más alto.

-Tengo que ir al baño- dijo Nidia, apresurada- ¿Podrías recibir al doctor por mí?

-Pero...

-Muchas gracias, Alexa- sin esperar a que terminara la oración, corrió por detrás del escenario. Alexa resopló y esperó al dichoso doctor que llegaría en cualquier momento.

Se deshizo de la bufanda verde alrededor de su cuello y miró a sus alumnos, jugueteando con la prenda entre sus manos, distraídamente.

-Buenos días- dijo una voz masculina y grave tras ella. Giró sobre sus talones y se encontró con un joven de casi la misma edad que ella, tal vez unos años mayor. Iba formal, con camisa negra, corbata del mismo color al igual que los pantalones y por encima una bata blanca con el logo de St. Thomas Hospital.

-Buenos días- era demasiado apuesto y demasiado joven para ser doctor. Tenía el cabello castaño peinado hacia atrás ligeramente despeinado y ojos azules intensos.

-James- se presentó el joven- Barnes. Soy el doctor que dará la conferencia de hoy.

-Eres bastante joven para ser médico, ¿no? - él le sonrió. Tenía una linda sonrisa con los dientes perfectamente en su lugar.

-Soy residente, es por eso que aún podría decirse que soy joven- explicó él. Alexa asintió con la cabeza, comprensiva- Yo tampoco tengo muy buen concepto de los maestros. Casi siempre me tocaron amargados y ancianos. No tuve la suerte de tener una guapa y joven como tú.

Dr. HiddlestonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora