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La mañana en que su día parecía ir de mal en peor comenzó con Alexa tomando un baño. Mientras enjuagaba el shampoo de su cabello, pensando en lo que tenía que hacer durante el día, miró su mano con extrañeza.

No, no, no.

Las hebras de cabello mojado aparecían una tras otra cada que quitaba un poco más de shampoo de su cuero cabelludo. Se le estaba cayendo a montones y eso le hizo un hueco en el pecho. 

Se lo habían advertido. Uno de los principales efectos adversos de la quimioterapia y radioterapia era la caída extrema del cabello, la cual ni siquiera es la peor. Sin embargo, lo había temido desde que comenzó con el tratamiento, simplemente tenía esperanzas de que no sucediera tan rápido.

Tal vez había llegado el momento de raparse...

La simple idea le provocó una profunda tristeza. A lo mejor su cabello no era su mejor atributo, pero eso no significaba que la idea de quedar calva le gustara.

Viéndose al espejo notó algunos huecos en su cuero cabelludo. Su rostro se contrajo por la angustia y se preguntó cuánto tiempo soportaría antes de raparlo por completo. Definitivamente no sería una elección fácil.

Resopló y antes de salir del apartamento ya cargando sus cosas para el trabajo, se puso un gorro de lana rosa pálido en la cabeza. Por suerte, aquel era un día frío en Londres lo que le daba la excusa perfecta para usar gorro y combinarlo con bufanda.

De ida en el Metro, sacó su espejito de su cosmetiquera. Cada día era más evidente su enfermedad y el hecho de tener que raparse no le ayudaría en su tarea de ocultarla. En su trabajo, sus colegas parecían hacerse más preguntas conforme pasaban las semanas. ¿Por qué Alexa está tan pálida últimamente? ¿Por qué Alexa adelgazó y se ve enferma? ¿Por qué Alexa parece siempre estar a punto de quedarse dormida? ¿Por qué Alexa esto o por qué Alexa el otro? Ahora no se podía imaginar la clase de preguntas que harían cuando llegara sin pelo en un futuro cercano.

Aún así, trataba de mantener sus días lo más casual posible. Iba al trabajo, veía a Chris de vez en cuando, hablaba con su hermana y sus sobrinos, y cuando le tocaba ir al hospital, acudía a todas sus citas. Hablaba con Tom regularmente como "amigos" y al día siguiente se repetía la rutina con uno que otro contratiempo de efectos secundarios por los medicamentos.

Iba de camino al trabajo como todos los días. A las tres de la tarde, regresaría a casa y trataría de relajarse y prepararse para la quimioterapia que la esperaba mañana. Tomaría la tarde libre para buscar información sobre la maestría que planeaba realizar. En estos últimos días, Julie la había estado motivando a estudiar la maestría que tanto había deseado por años, psicología infantil en el ámbito escolar. Desde entonces, había pasado horas buscando el mejor lugar para estudiarla en Londres. Había encontrado unos cuantos y estaba dispuesta a ir e inscribirse lo antes posible. Pero habían días como esos, donde la caída del cabello era extrema, la fatiga la hacía querer quedarse en casa el día entero, el dolor de huesos era un martirio, que se cuestionaba si valía la pena hacer más esfuerzo por una vida que no sabía si continuaría.

Sí, probablemente estaba deprimida.

Lo peor del caso es que aquel día, nada salió de acuerdo a sus planes. Había llegado con sus alumnos como cualquier otra mañana y explicado los temas que llevarían a cabo para después ponerlos a trabajar. Recargada en su escritorio, revisando trabajos, los ojos comenzaron a pesarle hasta que no fue capaz de mantenerlos abiertos por más tiempo. Se quedó dormida con la cabeza recargada en la palma de su mano. No estuvo segura cuánto tiempo pasó hasta que la puerta del salón se abrió y entró ni más ni menos que la directora. La mujer de cuarenta años, que al entrar provocó el fúnebre silencio de la sala repleta de niños inquietos, arqueó una ceja en su dirección.

Dr. HiddlestonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora